Por Ezequiel Fernández Moores
Los Juegos Olímpicos, dijo Jacques Rogge en la ceremonia
de apertura del viernes pasado, hablan de "honor", "dedicación",
"compromiso", "respeto", "ejemplo", "armonía" y "paz". Por eso, tal vez,
el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) sintió deseos de
abandonar la Villa Olímpica cuando se enteró de la matanza de once
entrenadores y atletas israelíes en los Juegos de Munich 72.
Así lo
hicieron todos los filipinos, trece atletas noruegos y seis holandeses.
"Si alguien es asesinado en tu fiesta, no sigues con la fiesta. Me voy a
casa", dijo el atleta holandés Jos Hermens. Pero Rogge, regatista como
su padre y que asistía a su segunda cita olímpica, pensó que abandonar
era darle la razón al terrorismo. Siguió en Munich y terminó
decimocuarto en la clase Finn. Rogge recordó el hecho a Ankie Spitzer,
viuda de Andrei Spitzer, una de las víctimas de Munich. "Okey -le dijo
la mujer-, pero ahora sí que puede tomar una posición. Si no, usted es
un cobarde." Rogge, cirujano, presidente del Comité Olímpico
Internacional (COI) y designado conde por el rey Alberto II de Bélgica,
expresó que, aun a cuarenta años de la tragedia, no era posible hacer
siquiera un minuto de silencio. Munich 72, agregó, no está dentro del
"protocolo" de la fiesta de apertura de Londres 2012. "Que mi esposo
volviera en un cajón tampoco formaba parte del protocolo olímpico",
respondió Spitzer.
La fiesta de apertura de los Juegos omitió a los atletas
israelíes asesinados, pese a que la ceremonia comenzó con niños
británicos cantando "Jerusalem", un poema escrito en 1804 por William
Blake y cuyas letras, críticas ante el inicio de la Revolución
Industrial y la destrucción de la naturaleza, hablan de una nueva
Jerusalén que nacería en suelo inglés. Luego apareció el actor Daniel
Craig, el mismo que hizo de Steve, el duro judío-sudafricano agente del
Mossad, los servicios secretos de Israel, que, según el film
Munich
, de Steven Spielberg, viajó por el mundo para asesinar a cada uno de
los sobrevivientes y colaboradores del comando palestino Septiembre
Negro, responsable de la matanza de atletas en los Juegos del 72. Pero
Craig sólo hizo de James Bond. Cuando la delegación alemana inició su
desfile, la cámara enfocó a un anciano saludando desde su palco. Era
Walter Troger, alcalde de la Villa Olímpica de Munich 72. Poco después
salió la delegación de Israel. Bob Costas, comentarista de la cadena
socia del COI, NBC, había prometido un minuto de silencio. Prefirió
recordar que Rogge sólo había homenajeado a las víctimas unas horas
antes en la Villa Olímpica, y remató: "Sin embargo, para muchos, esta
noche, con el mundo mirando, éste es el tiempo y el momento exacto para
recordar a quienes murieron y cómo murieron".
La fiesta tuvo un momento de doloroso recuerdo: fue para
las 52 víctimas fatales de los ataques terroristas del 7 de junio de
2005 en Londres, un día después de que el COI la designara sede de los
Juegos. También el protocolo de los Juegos de Invierno de Salt Lake City
fue alterado en 2002 para homenajear a las víctimas de las Torres
Gemelas. Y en la apertura de los Juegos de Invierno de Vancouver 2010,
el propio Rogge pidió un minuto de silencio para recordar al georgiano
Nodar Kumaritashvili, que se había matado horas antes en plena práctica.
Londres 2012 cerrará, en cambio, el 12 de agosto sin cumplir el
recuerdo que piden los familiares de las víctimas de Munich. Ese mismo
día, los atletas israelíes serán recordados en la ceremonia de apertura
de los Juegos Macabeos de Rockland, a 20 kilómetros de Nueva York. Se
presentará también el documental 20 Million Minutes. Destaca que pasaron
20 millones de minutos desde la matanza. Diez Juegos Olímpicos. Diez
aperturas sin siquiera un minuto de recuerdo. El COI lleva cuarenta años
de inexplicable silencio.
"Si hubiesen sido once estadounidenses, habríamos tenido
ese minuto de silencio hace tiempo", dice Barbara Berger, hermana de
David Berger, otra de las víctimas fatales. "O británicos, australianos o
japoneses o de cualquier otro país que no sea Israel", agregó, hace
unos días, Christinne Brennan, columnista del USA Today. "Todos sabemos
que el COI -siguió Brennan- no quiere hacer nada que moleste a las
cincuenta naciones árabes, mayoritariamente musulmanas, que participan
de los Juegos."
Pierlugi Battista (Corriere della Sera) no tiene dudas:
"El único motivo que explica el silencio del COI es el miedo". Hace
cuarenta años, el miedo del gobierno alemán y del COI a que la sangre de
los atletas manchara la fiesta olímpica terminó provocando la masacre.
Coinciden en afirmarlo los trabajos más serios sobre la matanza, como
los libros Striking Back, de Aaron Klein, y One Day in September, de
Simon Reeve, informes recientes del semanario Der Spiegel y los dos
documentales que revisé en estos días: One Day in September, de Kevin
MacDonald, que ganó el Oscar en el año 2000 y el alemán Munich 72.
El
secreto detrás de los ataques olímpicos, de Wilfried Huisman. Algunas
fallas de los operativos de seguridad y de rescate fueron increíbles: 1)
el 14 de agosto de 1972 la embajada alemana en Beirut recibió un primer
aviso y el 2 de septiembre, tres días antes del ataque, hasta la
revista italiana Gente advirtió que terroristas de Septiembre Negro
planeaban "un acto sensacional" en los Juegos. Aun así, Alemania,
empeñada en borrar la imagen de los Juegos nazis de Berlín 36, mantuvo
la Villa sin vigilancia y los terroristas ingresaron por la noche
simulando ser atletas y ayudados, inclusive por deportistas de Estados
Unidos o Canadá; 2) uno de los planes de rescate, con agentes ingresando
en las habitaciones tomadas, debió ser abortado cuando la policía
advirtió que los terroristas veían la maniobra por TV... a través de los
noticieros; 3) los francotiradores apostados luego en el aeropuerto de
Fürstenfeldbruck creían que los palestinos eran cinco y no ocho, no
tenían experiencia, equipamiento infrarrojo ni intercomunicadores; 4)
los policías dentro del avión prometido a los palestinos para volar a El
Cairo abandonaron inesperadamente la máquina, y 5) pasó una hora
después de los primeros disparos, pero los carros de ataque fueron
pedidos tarde y demoraron por el tráfico, en medio de disputas de
jurisdicción entre el gobierno nacional y el estadual.
"Estábamos convencidos -dice en el documental Bruno Merk,
ex ministro de Interior de Bavaria- de que los terroristas no
ejecutarían sus amenazas ante los ojos del mundo." Lo hicieron. "Cuando
yo era un niño -inició su crónica famosa el periodista Jim McKay, de la
ABC-, mi padre solía decir: «Nuestras esperanzas más inmensas y nuestros
miedos más profundos rara vez son comprendidos». Uno de esos miedos se
ha concretado esta noche. Tenemos que decir ahora que había once
rehenes. Dos de ellos murieron en los cuartos, en la mañana de ayer.
Nueve murieron esta noche en el aeropuerto. Eso es todo." Entre los que
murieron en el aeropuerto, estaba Jacov Springer. El nazismo había
matado a toda su familia. Unos días antes, Jacov había visitado Dachau.
"Aquí estoy yo de regreso. Ustedes -contó que pensó mientras recorría el
campo de concentración- no pudieron realmente destruirme."
Otro de los
testimonios más impactantes de los documentales es el de Jamal Gashey,
crecido en Chatila, el campo de refugiados de Beirut que se hizo célebre
por una salvaje matanza de cientos de palestinos en 1982, de la cual
Israel tuvo responsabilidad. "Crecí en un refugio, sin tierra ni
derechos, cuando me dieron un arma, me sentí un verdadero palestino",
dice Gashey. Fue uno de los tres terroristas que quedaron vivos.
Alemania los liberó 53 días después. Simuló el secuestro de un avión de
Lufthansa que llevaba apenas once pasajeros. A cambio de su liberación,
se sacó a los terroristas de encima y -afirman los documentales- acordó
no más atentados en suelo alemán. Israel, como lo muestra Munich, de
Spielberg, inició su propia cacería.
La operación Cólera mató a
una docena de palestinos sospechosos, algunos sin vinculación alguna con
Munich y otros absolutamente inocentes, como el mozo marroquí Ahmed
Bouchiki, asesinado por error en 1973, en Noruega. "Se puede no estar de
acuerdo con Israel sin ser antisemita y se puede pedir un minuto de
silencio y no ser señalado como un agente de propaganda judía", pidió un
lector en The Guardian, en el fuerte debate que provocó la negativa del
COI de recordar a las víctimas de Munich. "Tengo las manos atadas",
cuenta Ankie Spitzer que le confió Rogge, al intentar explicarle la
posición del COI. "Sus manos -le respondió la viuda- no están atadas. Mi
marido tenía las manos atadas, y también los pies. Así lo asesinaron.
Eso es tener las manos atadas."