Líbano, cuando las diferencias son más grandes que el estado


"Los mecanismos de corrupción son más grandes que el Estado". (Las divisiones también).

Con esta amarga crítica, el primer ministro de Líbano, Hassan Diab, anunció la dimisión de todo su gabinete ante las masivas manifestaciones de descontento que vive ese país tras la megaexplosión que la semana pasada sacudió y destruyó gran parte de Beirut.

El problema es que las divisiones también son más grandes que el estado. Y cuando las divisiones y la voluntad de compartir un destino común, son más grandes que el estado, se inviabiliza la casa común, el país.

El suceso, ocurrido el 4 de agosto en el puerto de la capital del país, causó al menos 160 muertos, unos 6.000 heridos y dejó gran parte de la ciudad hecha escombros.

La negligencia de haber almacenado 2.750 toneladas de nitrato de amonio durante seis años sin tomar ninguna medida de seguridad ni control provocó que este martes se produjesen dos explosiones que hicieron temblar la ciudad de Beirut y que sobrecogieron al mundo entero. Sin embargo, la deflagración en la zona del puerto no hace más que representar en imágenes aquello en lo que se ha convertido un país cubierto de escombros por sus crisis económica, social, política y sanitaria.

Diab había formado gobierno en diciembre de 2019 como respuesta a una ola de protestas iniciadas el 17 de octubre pasado en contra del sistema sectario de distribución del poder que ha regido en el país durante décadas y que otorga cuotas a las distintas comunidades religiosas del país.Debido a la atomización fundacional de la sociedad libanesa, donde todos los poderes de gobierno y las arcas del Estado fueron constitucional o informalmente repartidos con cuidadoso equilibrio entre las diferentes sectas cristianas y musulmanas, todo es efectivamente político. Cada nombramiento, cada investigación por mal desempeño, cada decisión de gobierno para financiar eso y no aquello, es visto como una ventaja para un grupo y un perjuicio para otro.
Aunque originalmente fue diseñado para garantizar la representación de las 18 comunidades religiosas que viven en el país, el sistema sectario ha sido una fuente de innumerables crisis políticas, la mayor de la cuales se plasmó en la Guerra Civil.
Es un sistema que logró estabilizar a una sociedad sumamente diversa como la libanesa, entre los espasmos de una eterna guerra civil, pero al precio de no rendir nunca cuentas, y de una corrupción y un desmanejo permanentes.

Por eso lo primero que se preguntaron la mayoría de los libaneses después de la explosión no fue qué había pasado, sino a quién le convenía.

La politización también termina acogotando la gobernabilidad. De hecho, lo que dejó preparado el camino para la explosión fue el fracaso del Poder Judicial libanés para proteger el bien común y ordenar el retiro de esos explosivos del puerto, tal como se lo venía solicitando insistentemente la autoridad portuaria desde hace años.

Para que se desarrolle una política sana tiene que haber puntos de referencia que queden fuera de la política, como cierta idea del bien común, políticas de estado, consensos básicos. La política muere cuando todo es política.

Cuando todo es política, todo tiene que ver con el poder. No hay centro, solo hay lados. No hay verdades, solo hay versiones. No hay hechos, solo deseos contrapuestos.

Si alguien cree que el cambio climático es real, debe ser porque le pagaron con algún subsidio o beca de investigación.

Hay hechos científicos independientes de la política, y existe el bien común,

Quien escuche a los manifestantes que tomaron las calles en Beirut oirá el reclamo de muchos libaneses ávidos de un gobierno que represente el bien común.