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La gran aspiración del jeque Mohamed Bin Zayed
Mohamed bin Zayed, en Nueva Delhi en 2017.
Emiratos Árabes Unidos (EAU) va a ser el destino estrella de la gira que el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, realiza esta semana a la región con dos objetivos: mostrar el respaldo de Washington al acuerdo de normalización de relaciones del país del Golfo con Israel e intentar que otros vecinos se sumen al pacto. No parece fácil. El paso dado por EAU es fruto de una política exterior independiente y osada, que rompe el estrecho y anquilosado corsé árabe. Para sus líderes, la causa palestina es un factor secundario; lo que buscan es reforzar sus alianzas, en la región y con Estados Unidos, con el fin de consolidar su influencia y asegurar su economía ante la depreciación del petróleo.
EAU no es el único país de la península Arábiga que comparte con Israel el recelo hacia Irán y el islam político, en general. O que ha establecido contactos comerciales discretos con el Estado judío durante las últimas dos décadas. Sin embargo, ha sido el primero (y de momento el único) que se ha atrevido a quebrar el consenso árabe de que las relaciones diplomáticas con Israel dependen de la fórmula de los dos Estados (Iniciativa saudí de 2002). La decisión responde sobre todo a sus intereses.
“Hemos llegado a la conclusión de que, cada vez que hay una crisis regional, si tienes puentes y contactos, eres más importante e influyente”, admitía el ministro de Estado de Asuntos Exteriores emiratí, Anwar Gargash, durante una intervención para explicar el acuerdo con Israel. Según el ministro, “la retórica de Irán y su actitud agresiva en la zona a lo largo de los años han hecho posible pactos así (…) al cambiar el sentir de la región”. Sin embargo, negó que el pacto sea un frente contra la República Islámica. “Se trata realmente de Emiratos Árabes Unidos y su futuro, de apoyar la solución de dos Estados [en el conflicto israelo-palestino]”, aseguró.
Algunos analistas cuestionan ese último punto. “Sería de esperar que EAU hiciera una mayor presión sobre Israel para que negocie en serio con los palestinos la creación de su Estado, pero la cuestión palestina es secundaria para ellos”, señala un embajador occidental que sirvió en Abu Dabi. El pacto, bautizado como Acuerdo Abraham, subraya además la antipatía común hacia la alianza islamista suní que promueven Turquía y Qatar.
El jeque Mohamed Bin Zayed, gobernante de hecho de EAU en tanto que príncipe heredero de Abu Dabi (el principal emirato de la federación), aspira a convertir su país en un referente para el mundo árabe y más allá. Desde que tomara las riendas del poder, alienta un nacionalismo que compensa la escasa demografía del país y su falta de libertades políticas, con la promoción de la diversidad étnica, la tolerancia religiosa y los lazos económicos y culturales. MBZ, como se conoce al mandatario por sus iniciales, imagina el futuro de Emiratos como un centro regional de desarrollo científico y tecnológico. De hecho, ya se ha convertido en el primer país árabe en construir una central nuclear y este verano ha enviado una sonda a Marte.
Ese marco es el que ha preparado el camino para la normalización con Israel, con un goteo de pasos que han ido desde la participación de atletas israelíes en competiciones deportivas internacionales celebradas en Emiratos, hasta la apertura de una sinagoga y un restaurante kosher en Dubái. Mientras, de forma más discreta se establecían relaciones con empresas de israelíes que han ayudado a desarrollar un amplio sistema de seguridad que las organizaciones de derechos internacionales califican de Estado policial.
“Emiratos ve en Israel un país pequeño y con poca población que ha sido capaz de prosperar en un entorno difícil apostando por la tecnología y en buena medida ve un modelo de lo que quiere alcanzar”, interpretan fuentes diplomáticas europeas. “El plan Kushner les ha venido como anillo al dedo”, añaden en referencia al proyecto alentado por el yerno y consejero del presidente de EE UU, Donald Trump, y del que el Acuerdo Abraham es el único resultado tangible hasta ahora.
Los beneficios para Emiratos, más allá de la cooperación tecnológica y comercial que se publicita estos días en la prensa local, son políticos. Aunque ha permitido que Trump se apunte el tanto a dos meses de las elecciones, el paso dado por Abu Dabi también satisface a los demócratas y ayudará a mejorar las relaciones con los legisladores críticos de la intervención militar emiratí en Yemen o Libia. Además, Gargash ha pedido a Israel retirar “cualquier obstáculo” para que EE UU les venda los aviones de combate F-35, algo bloqueado hasta ahora por el compromiso de Washington de mantener la “ventaja militar cualitativa” de Israel.
Más allá de que la eventual negociación para su venta y la entrega pueden llevar años, no parece que se trate de un asunto central del pacto. “¿Los F-35 le servirían en un enfrentamiento con Irán?”, se pregunta escéptico un observador europeo. En su opinión, lo que MBZ ha conseguido es que EE UU deje de presionarle con Qatar (“la enemistad con los Al Thani es visceral y no tiene arreglo”, asegura) y poder gestionar su relación con Irán de forma independiente.
De hecho, Abu Dabi ya empezó a recalibrar su estrategia de seguridad el año pasado tras la tibia reacción estadounidense a los ataques contra varios petroleros anclados frente a las costas emiratíes y contra instalaciones petroleras saudíes. Desde entonces, y al margen de la retórica, ha abierto canales con Teherán para evitar una escalada. “A pesar de su preocupación por las ambiciones nucleares y regionales de Irán, se trata de un vecino con el que no quiere tener problemas que frenen sus objetivos de desarrollo”, constata el interlocutor.