“Uber somos todos: si consumimos low cost, generamos trabajos low cost”



El trabajo ya no es para toda la vida, aseguran diversos expertos reunidos en Barcelona, y la alternativa no tiene por qué ser un 'rider'

“Siempre se habla de futuro de trabajo en singular, y no hay una única solución posible”. La frase de Liliana Arroyo, investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE, resume la esencia del debate que rodea al futuro del trabajo. Lamenta que cuando pensamos en plataformas y trabajo usualmente nos quedemos estancados en el debate sobre si los repartidores de Deliveroo o los conductores de Uber son empleados o trabajadores autónomos. “Hay muchas plataformas para cubrir muchas necesidades y no todas en las mismas condiciones. El trabajo se ha pixelado, ya no es una foto fija de un trabajo para toda la vida”, añade Arroyo. Esa es la conclusión del estudio El mercado laboral digital a debate. Plataformas, Trabajadores, Derechos y WorkerTech de Albert Cañigueral, el alma mater del evento Reshaping Work (una iniciativa sin ánimo de lucro nacida en 2016 en Ámsterdam) que Ouishare ha traído esta semana a Barcelona.

El nuevo comisionado de Innovación Digital, Administración Electrónica y Buen Gobierno del Ayuntamiento de Barcelona -Michael Donaldson- constata que la palabra estabilidad en todas las facetas, y en el trabajo en particular, tiende a desaparecer (y que la Administración Pública es una de las pocas excepciones a esta regla). “Internet está suponiendo una revolución digital a la altura de la Revolución Industrial, y es fundamental entender por dónde están yendo estos cambios”, asegura.

En contra de afirmaciones grandilocuentes se manifiesta la autora e investigadora de la Universidad de Castilla La Mancha Luz Rodríguez, miembro del Consejo Consultivo de Sagardoy y exsecretaria de Estado de Empleo del Gobierno español (2010-2012). “Las narrativas no son inocentes. Desde la tecnología se dice que todo es radicalmente nuevo y disruptivo y que debemos desterrar todo lo hecho hasta ahora: es la idea de la obsolescencia de las garantías e instituciones laborales”, asegura Rodríguez. En su opinión, esto es un error preocupante. “Lo que hay ahora no es radicalmente nuevo y no hay que tirar por la borda todo lo construido en el pasado, incluidos los derechos”.

Rodríguez cree, no obstante, que hay que adaptarse a la nueva realidad y que hay que hacerlo de forma dialogada: “Debemos tener una gran conversación sobre el impacto de la tecnología en nuestras vidas y trabajos y sobre cuál queremos que sea su canalización. No tenemos que ir donde nos lleva el avance tecnológico sino que este avance tenemos que definirlo nosotros”, afirma. La investigadora destaca cinco áreas de impacto laboral de la tecnología. La primera es la empleabilidad y formación: entre lo que se destruye y lo que se crea va a haber una transformación del trabajo para la que hay que prepararse. “Sin formación para el avance de la tecnología una buena parte de la población no será empleable”. La experta sostiene que la arquitectura institucional de las políticas de empleo y formación no permite hacerlo debidamente, “ya que es disfuncional a los efectos del reto de formar a grandes capas de la población para la nueva era digital”.

El tiempo de trabajo también cambia, ya que la tecnología permite trabajar en cualquier momento y lugar. “Eso genera una autonomía que nunca antes tuvimos pero, si no tenemos cuidado, se puede convertir en trabajar en todo momento y en todo lugar, con lo cual perdemos la autonomía”, asegura Rodríguez. Todas las fronteras que habían marcado las instituciones laborales durante más de un siglo -dice- se han caído, “por lo que tenemos que hablar de nuevos instrumentos como el derecho a la desconexión”.

El control de la privacidad se convierte también en un elemento a considerar: si bien la tecnología nos permite ser más libres en la relación de trabajo, también permite controlar todo lo que hacemos: cuándo, dónde trabajos y con qué resultados. “El reconocimiento de los derechos digitales de la transparencia, de las obligaciones de información, de participación y negociación por parte de los trabajadores, debe equilibrar el fortalecimiento del poder empresarial vinculado a mecanismos tecnológicos para que no nos convierta en puras máquinas al dictado de las órdenes y controles que emite la tecnología”, afirma.

La salud y la protección social son los otros dos elementos de la lista. ¿Cómo vamos a dar cobertura en un futuro no muy lejano donde el volumen de empleo caerá en torno a un 12% [según las cifras para España del informe The Risk of Automation for Jobs in OECD Countries de la OCDE], con edades de cotización que empiezan más tarde y no son totalmente continuas ni ascendentes?, cuestiona la investigadora, que pone sobre la mesa soluciones como la Renta Básica Universal o que coticen los robots.

En cuanto a la economía de plataformas, subraya que menos del 3% de la población trabajadora tiene su principal fuente de rentas en las plataformas digitales [según datos correspondientes a España del informe Huella Digital: La plataformización del trabajo en Europa de la Universidad de Hertfordshire e Ipsos MORI], aunque estas se hayan situado en el centro del debate. España es, no obstante, el país de Europa con más trabajadores en plataformas: casi el 17% de las personas en edad de trabajar ha desarrollado ya algún tipo de actividad económica a través de estas. En la mayoría de los casos, esta es una fuente complementaria de rentas.

¿Qué trabajos realizan los trabajadores de plataformas? “Tenemos una idea equivocada, los repartidores y conductores son minoría, frente a cerca de un 40% es trabajos sencillos desde el ordenador, y servicios jurídicos o asistencia a la contabilidad”, señala. Centrar el de debate público en una minoría puede implicar que las medidas que se tomen estén solo dirigidas a esta y no tenga en cuenta la realidad de la mayoría.

Coincide con este análisis Carlos del Barrio, Secretario de Políticas Sectoriales y Sostenibilidad de CC.OO. de Cataluña. “Nuestro último estudio muestra que el trabajo en plataformas es solo la punta del iceberg. Si bien un 19% de la población catalana dice haber obtenido ingresos a través de internet, menos de un 5% manifiesta trabajar o haber trabajado por alguna plataforma. De esas 280.000 personas –dice Del Barrio- entre 1.000 y 2.000 son repartidores. “El trabajo en plataformas se está desarrollando en muchos otros ámbitos como logística o traducción”, comenta. Lo que le preocupa es que estas personas “tienen cada vez más alta cualificación, lo que constata que los estudios de grado superior ya no son un ascensor social”.

Pese a los datos, el debate sobre si los repartidores que trabajan con empresas como Glovo, Deliveroo, Uber Eats o Stuart son autónomos o empleados sigue encendiendo pasiones, lo que se manifestó en Reshaping Work a través de un grupo de repartidores sindicados que increparon a representantes de Glovo y de APRA (otro colectivo de repartidores) durante su participación en el evento. Si algo quedó claro es que en lo único que están de acuerdo los diferentes actores es en la necesidad de soluciones para que no sean los tribunales los que regulen a golpe de sentencia.

“El modelo de negocio de estas plataformas se basa en externalizar el trabajo: en no reconocer todas las cuotas patronales y sociales que se tienen que aportar a la seguridad social, y en cargar la responsabilidad sobre las espaldas de los trabajadores y las trabajadoras”, asegura Del Barrio. Rodríguez expone las posibles soluciones al problema, más allá de las reivindicaciones de unos y otros. Una opción es crear una figura alternativa donde se canalice una nueva tipología de trabajo, que iría más allá de los repartidores y se extendería a otros trabajos online como el de youtuber o el de mineros de criptodivisas.

Otra opción, de la que la investigadora es más partidaria, es la francesa, que se aleja del debate sobre el estatus jurídico de los trabajadores para hablar de derechos y de obligaciones. “Hay ciertos derechos de protección social que pertenecieron clásicamente al mundo del trabajo -derecho a la salud, a un ingreso estable, a coberturas por enfermedad y por desempleo, vacaciones pagadas, transparencia…- que necesitan expandirse a otros modelos de mayor vulnerabilidad como estos”, asegura.

Ante esta realidad, ¿qué pueden hacer las personas para beneficiarse de ella, en lugar de sufrirla? Rodríguez sostiene que el impacto de las plataformas llega primero por el consumo, y luego repercute en el trabajo. Por eso, cree que es fundamental que, como consumidores, tomemos conciencia de lo que está sucediendo. “Uber somos todos. Si consumimos low cost, generamos mercado de trabajo low cost”, concluye

¿Crecen los autónomos?


En el marco de la economía digital el trabajo freelance crece por la tipología de tarea que se realiza online. Tiende a asumirse que este crecimiento tiene un efecto general sobre la base de autónomos. Una asunción que, en el caso de España, es errónea. “Está todo en entredicho. Hay mucho titular pero no tanto dato oficial”, asegura Jordi Serrano, socio fundador de Future for Work Institute. “Los autónomos están creciendo seis veces menos que el año pasado, el boom está estancado”, asegura Celia Ferrero, vicepresidenta de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA).

Se dice que el futuro de trabajo es freelance, pero los autónomos no crecen. Lo que sí hay -dice Ferrero- es una rotación muy alta: sale gente mayor y empieza a entrar mucha gente joven, sobre todo muchas mujeres y en actividades científicas y técnicas. “Ha habido un cambio de perfil del autónomo en España del que no somos conscientes”, asegura. Según las estimaciones de ATA, los trabajadores por cuenta propia en el país representan entre el 15% y el 18% del PIB.