El #DiscursoDePoder de la falta y el deseo


Rubén Weinsteiner



“Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir.”

Michel Foucault 


Hay una idea, un tanto exagerada, pero muy gráfica, entre algunos investigadores en lingüística que señala que el idioma nace de la falta. Cuando somos bebés, y tenemos todo a mano, no hablamos, cuando nuestra madre se corre y no la vemos, decimos, gritamos: ¡mamá!, cuando nos falta la comida y tenemos hambre emitimos un sonido pidiendo comida y así.


Rubén Weinsteiner

El idioma también nace de la necesidad de nombrar, conceptualizar y problematizar para construir la subjetividad.

Lo que no está, lo que falta, lo que se desea y la subjetividad del porque y el como, es el terreno donde se estructura el discurso de poder.



El deseo es lo que no está, lo que falta.

Las demandas son lo que no está, y alguna vez estuvo en el terreno de la realidad o en la fantasía.

La pérdida, lo que no está y estuvo, implica dolor, duelo y deseo de recuperación, de reparación, de volver a tener o de tener por fin lo fantaseado.



El discurso de poder, debe organizar las percepciones en función de una potencialidad de acción relacionada con esa falta, para aliviar ese dolor, construir una esperanza, y construir sentido.

Las demandas, las faltas y los deseos se renuevan y resignifican, y el discurso de poder, debe transformar el imput en tiempo real en un output-promesa de marca política. Responder a las demandas es construir el discurso.



Problema y solución



El discurso de poder construye la subjetividad y desde ese marco propone cubrir la falta y el deseo y los “como” lograrlo, para que la promesa de marca sea creíble.


El primer paso es organizar las percepciones, para poder plantear la problematización. Las realidades en si mismas no constituyen “el problema”, hasta que no se organizan las percepciones.

Que haya una caída fuerte del salario, crezca el desempleo, cierren pymes, la inflación se devore el poder adquisitivo o la recesión destruye la actividad, no hace que la gente salga a la calle o vote contra alguien per se.
Quizás un gobierno, a través de la intervención sobre la subjetividad, vía estrategia de acción directa, medios oficialistas, redes, etc., logre que la población culpe a la pesada herencia, o a la corrupción, al contexto internacional, a que pasaron cosas, a 70 años de “malas políticas o a la mala suerte por estos hechos.

La atribución del significado reptiliano-emocional a hechos objetivos no es unívoca. Y esa interpretación es el campo de batalla por la subjetividad.
Esa subjetividad consiste en lograr el insight del sujeto de elección sobre los mecanismos de causa-efecto de políticas y problemáticas, aún las no tipificadas. Es decir que el ciudadano solo, haga el click y diga: “ah, … esto pasa por esto y esto”.

Proceso de problematización:

a) Diagnóstico del problema y nominación.

b) Corporización de los actores e intervención de los mismos en el proceso problematizador en términos de causa y efecto

c) Acción, expectativa, solución


El Naming del problema

Hay cosas que existieron siempre: el bullyng, el grooming, las start ups, etc. Pero recién cuando las denominamos, podemos darle entidad y operar sobre ellas en el plano de la realidad. El naming del problema debe constituirse en significante y conectar heterogeneidades diversas para poder ser horizontal, en lugar de "divide y vencerás", decimos, "agrupa y vencerás" el problema debe aglutinar, juntar, hacer confluir


El problema debe tener un nombre, y los actores también.

Instalado el problema en el imaginario y en la agenda, resulta ineludible para todos los sectores de la vida política y social, y los nombres, tanto del problema como de los actores, pasan a ser asumidos por todos los jugadores. De eso se trata la hegemonía cultural.

Esto se da cuando un diario de derecha, liberal, habla de "capitalismo salvaje" o cuando le preguntaban a Margaret Tatcher, sobre cuál había sido el mayor logro de su gobierno y respondió: Tony Blair (teniendo en cuenta que Blair representaba a la izquierda laborista, pero compartía los presupuestos del liberalismo económico).

Hay un problema, no es producto de los desastres naturales o que pasaron cosas, o culpa de otro, hay causas y responsables, hay soluciones, y hay quien sabe y puede instrumentar esas soluciones.



La principal promesa de la marca política debe apuntar a restituir lo perdido, a construir lo que no está. Las palabras como órgano constitutivo del pensamiento deben articular en el discurso de poder, la potencia emocional que propicie el entusiasmo y la esperanza de que es posible.


Rubén Weinsteiner
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