Iglesia, marca política, discurso y hegemonía



Por Rubén Weinsteiner

Si queremos entender que significa la construcción de hegemonía por parte de una marca política, tenemos que analizar la marca Iglesia Católica. Una marca que lleva más de 2000 años de vida, en la que ha sufrido entropía, ha desarrollado homeostasis, se ha resignificado, se ha dotado de nuevos significados, se ha adaptado y ha reconstruido su concepción mítica, sosteniendo una fuerte influencia en gobiernos, organismos internacionales, sindicatos, intelectuales, arte, etc.

La marca Iglesia como marca política, en el comienzo no acumulaba en segmentos homogéneos. El “plan de marca original” era apuntar a los judíos, que eran los que a priori más rápido iban a entender el mensaje. Al principio la idea era hablar en las sinagogas, no en las plazas, ya que los romanos no entenderían el mensaje. Sin embargo los judíos no se sumaron masivamente, algunos cercanos a Jesús y los apóstoles, pero no muchos más. Entre los que sí se sumaron estaban los llamados “gnósticos” que combinaban las enseñanzas de Jesús con creencias mágicas, por otro lado paganos, y por el otro algunos judíos que veían en Jesús como el salvador de Israel.

Saulo, luego San Pablo entendió que la marca tenía un potencial enorme. Que el diferencial no iba por el lado de ser una corriente reformista del judaísmo sino algo mucho más trascendente.

Lo primero que hizo fue leer las nuevas demandas de los segmentos objetivo. Un vacío espiritual en la sociedad romana, que no era llenado por las religiones politeístas. Ese vacío convertido en demanda era la necesidad de alcanzar “la salvación”. Las religiones politeístas no la aseguraban y los romanos recurrían a ritos y brujerías que requerían esfuerzos, travesías, donaciones e implicaban grandes dificultades, tanto físicas, de tiempo y hasta económicas.

Había otros segmentos, judíos disconformes con el establishment religioso, romanos pobres, esclavos, madres viudas que no tenían fuente de ingreso, viejos (más de 40) sin trabajo y sin seguridad alguna.

Frente a todos esos segmentos, a la hora de negociar y construir lealtades, Saulo planteó un agregador cómun de marca política: “La salvación”, personificada en la figura de Jesús.

El agregador común tiene como función disparar significados diferentes para cada uno de los segmentos. Para algunos era el mesías que estaban esperando, para otros era una deidad mucho más concreta que las divinidades romanas, para otros un maestro, un modelo a seguir, para otros un amigo a quien recurrir en momentos difíciles.

La narrativa de Jesús tenía un heróe, el padre, la madre, el viejo sabio, villanos, antagonista, conflictos, trama y desenlace y una promesa de marca; el mesías va a volver y va a salvar a todos. Todo para constituirse en una narrativa marcaria eficaz.

El ritual de iniciación no requería de dinero ni de dolores físicos. No era una circuncisión ni requería de un gasto económico, ni de una peregrinación, sino un bautismo que consistía en mojarse la cabeza o sumergir el cuerpo.

La marca política Iglesia católica, agrupó heterogeneidades intensas detrás del agregador significante “salvación” y una promesa de marca; la segunda venida del “mesías”.

Estos segmentos agrupados y ordenados por la marca constituyeron “una masa de votantes” de sujetos que elegían pertenecer. Esa masa constituyó la Asamblea que en latín se dice “Ecclesia” lo que dio origen al naming marcario.

San Pablo construyó el discurso plasmado en las “epístolas de San Pablo”, en un lengusje directo, fácil comprensible por las abuelas, con el objetivo de colonizar subjetividades hacia fuera, de cazar fuera del zoológico. Con ese discurso San Pablo buscó interpelar a los diferentes segmentos, romanos, corintios, filipenses etc.

Tras la muerte de Pablo, la Iglesia entra en crisis de discurso. La promesa de marca política de la vuelta mesiánica no se cumplía, y encima a los cristianos los persiguen.

Los que continuaron en el liderazgo del cristianismo tuvieron que redefinir el discurso para resolver “el problema de la marca”: el mesías no venía.

La solución fue los dogmas de fe, es decir la interpretación de la promesa de la marca.

Es decir no se trata de que el mesías venga o no venga sino que la interpretación a través de la construcción discursiva lógica-mítica de porque no viene es lo importante. Esta organización discursiva blinda la promesa ante los vaivenes de la realidad.

La reconfiguración discursiva, la organización jerárquica y la detección de nuevas demandas, le permitió a la Iglesia sostener la hegemonía aún en condiciones adversas de persecución. Recién en el año 313, Constantino legaliza la iglesia, para 67 años después se convierte en religión oficial del imperio romano.

Rubén Weinsteiner