Lo que paso en mayo con la gente, pasó en junio con los mercados


En Mayo tuvo lugar un punto de inflexión clave y dramático en el recorrido del gobierno de Cambiemos. Hasta mayo, al gobierno le funcionaba la narrativa del “estamos mal, pero este es el camino correcto” “fueron muchos años de desmanejos, lleva tiempo, pero estamos haciendo las cosas bien, tenemos el mejor equipo de los últimos 50 años”.



En mayo eso se quebró. La gente dejo de validarlo. La gente vio al gobierno pifiar, como a Willy Caballero en el primer gol de Croacia. Y ahí apareció el miedo. Cuando confiás, tolerás errores, bancás, defendés y sobre todo estás tranquilo. Hay un punto donde perdés la confianza, y el manejo de la corrida de mayo rompió el status quo. La gente dejó de confiar. Este nuevo escenario se traduce de diferentes maneras en los diferentes segmentos en términos de las preferencias electorales. En los que adversan profundamente al gobierno, funciona con un validador y potenciador de sus creencias, en el nucleo duro de adherentes del macrismo, genera un conflicto complejo, donde no se cuestiona la adhesión, pero la problematiza, se adhiere aún sabiendo que lo que se dice no es verdad. Ahí funciona fuerte el rechazo y el miedo a peronismo, pero construye la sensación de que las garantías no existen y que el futuro no será el que compraron en 2015.



Donde funciona más disruptivamente ese quiebre de la confianza, es en el tercio fluctuante, ahí donde residen el voto blando del gobierno y el rechazo blando a este. Ahí pego más fuerte. Es ahí donde el gobierno perdió más. Ese sujeto de elección es el que probablemente se mueva más en términos de sus preferencias electorales a partir de la crisis de confianza de mayo.

El sector del electorado considerado independiente y que en el ballotage de 2015 se dividió en partes casi iguales entre ambos candidatos ha vuelto a un estado de reflexión, tanto respecto de la actual gestión como de la anterior.



En mayo, la gente vio a la defensa dudar y fallar y al arquero comerse un gol de una manera burda, pero los mercados tienen otra lógica, los jugadores del mercado como los jugadores de fútbol saben que esas cosas pueden pasar y que nos pasan a todos.

Por eso siguieron o quisieron seguir creyendo. A esa creencia contribuyeron las medidas, el FMI, la categoría de emergente y fundamentalmente las ganas de creer.

Eso se quebró en Junio. Lo que pasó en mayo con la gente, pasó en junio con los mercados. Le vieron las cartas, y no eran ni parecidas a lo que el gobierno vendía.



Mientras duró la fiesta alimentada por los dólares del exterior, financieros y de deuda, todo eran sonrisas, buenos modales, ponderaciones a la nueva “normalidad” económica y al regreso a los manuales tradicionales. Pero con la crisis muchos comenzaron a perder plata. La devaluación se comió las ganancias de los inadvertidos que se quedaron en Lebac.
Las acciones que en los últimos dos años crecieron desproporcionadamente en relación a la economía real, más del doble que en la bolsa de Nueva York, ya están en dólares en cerca de la mitad de su valor de principios de año.

No es sólo volatilidad periférica, sino una muestra más de lo poco que el ánimo bursátil local refleja a la economía real. Como seguramente sabe el lector, existe una relación bastante directa entre bolsillo y estado de ánimo. Los rostros se volvieron adustos y los tonos duros. Si el marco no fuese trágico para las mayorías, resultaron graciosos los debates entre traders y economistas ortodoxos en las redes sociales y en los medios “especializados”. El dream team de la Champion League, que ya desde mayo era considerado con desconfianza, pasó sin mediaciones a ser “el peor del mundo y de la historia argentina”. Los comentarios se volvieron socarrones y la supuesta posesión de gran “solvencia técnica” desapareció.

La confianza es que como cuando se rompe una copa, la podés arreglar con la gotita, pero sempre va a quedar la marca y ya no va servir para tomar. Las medidas para restituir la confianza están intimamente ligadas a la confianza que genera la marca política que gestiona esas medidas.

La principal función de la marca política, según mi experiencia, es generar confianza. Las crisis económicas se dan por falta de confianza y los diferentes tipos de relaciones se destruyen por la misma razón.



Ningún banco soportaría que todos sus clientes se presenten en ventanilla a retirar sus depósitos, simplemente no tendría los fondos para pagar. La plata no está, y los bancos no tienen la máquina para imprimir billetes, lo que sí se pueden imprimir a su marca es confianza.

Un banco como un gobierno ante todo debe vender confianza, su marca debe disparar significados de seguridad. De esa manera la gente estará tranquila y no retirará la plata del banco y así éste podrá cumplir con los que quieren sacar el dinero, y seguir desarrollándose como empresa.

Si se produce una corrida porque la gente perdió la confianza, se cae el banco, cualquier banco; ningún banco el mundo, por más fuerte que sea, puede soportar una corrida, una pérdida de confianza.

La confianza no se apoya en algo tangible y concreto, la plata del banco no está, está prestada y apalancada en miles de operaciones. Lo que está es la percepción de confianza en la cabeza de la gente. Por eso la marca de un candidato, de un gobierno o de una empresa no necesita mostrar la billetera, lo que necesita es construir esa percepción en la cabeza de la gente.

La confianza es el capital simbólico más importante que puede y debe construir una marca política o corporativa, y se construye a través de pequeños pasos constructores de confianza, uno sobre el otro como los pisos de un edificio que van consolidando la construcción de la percepción.

En este escenario los empresarios dudan, ya no confían. En público sonríen para la foto, declaran que bancan, pero saben que esas fotos quedan en Google para siempre.

En el Gobierno detectaron que los discursos de Mauricio Macri no están penetrando como buscan sus asesores en medio de la crisis económica.

Los discursos que encendieron las alarmas fueron los que dio este jueves en la sede de la Came y este viernes en Entre Ríos, donde dijo que "Esta vez la Argentina va a cumplir". En el Gobierno admiten que Macri no logró comunicar bien las medidas para las Pymes, en un momento en el que no sobran las buenas noticias.


En el propio macrismo reconocen que el estilo motivacional, más acorde a un pastor que a un presidente en medio de una crisis, puede servir en campaña pero no logra tranquilizar a los mercados.


En el Gobierno advierten con consternación que los canales de televisión, incluso los más oficialistas, no transmiten a Macri en directo cuando habla desde algún acto. La razón principal es que no da definiciones concretas, más allá de los gags de optimismo y esperanza.

Eso es justamente lo que cuestiona el mercado, que espera medidas tangibles cada vez que habla Macri y se lleva frases hechas.

En este contexto, en el PRO advierten que la voz de Macri como única herramienta para aquietar las aguas ya no alcanza.

Por esa razón el presidente quiere enviar a Nicolás Dujovne a un road show por el mundo para tranquilizar a los mercados.

Al mismo tiempo, el Gobierno buscó este viernes que los gobernadores salieran a apoyar el cumplimiento de las metas fiscales que trazó la Rosada para sumar voces a la del propio Macri, para demostrar que el presidente tiene respaldo político para hacer el ajuste que pide el FMI.

Los sindicatos y los movimientos sociales saben que van a obtener mucho más de lo que el gobierno ofrece, huelen debilidad. Carrió se debilita a la luz de la soltada de mano de algunos medios oficialistas y de sus predicciones fallidas. Los radicales, esos seres que se acostumbraron a consumir poder más que a producir poder, por eso los radicales, murmuran hablan y protestan entre ellos, pero nunca harán nada que haga peligrar las pocas efectividades conducentes que les da el macrismo.

Los economistas oficialistas y paraoficialistas no pueden creer que el dogma no funcione, que lo que predicen sus manuales no ocurra. Sus caras parecen decir “hicimos todo bien y sale todo mal”. Las predicciones no alcanzan a durar una semana, como por ejemplo la confianza desproporcionada en que el crédito del FMI traería calma a “los mercados”. Los malos ya no están y quedaron demasiado lejos para culparlos.
A falta de populismo propio se acusa al populismo de Donald Trump y su empeño por no seguir las reglas del libre comercio. Se combina la poca lluvia del campo, el bajo precio de la soja, el alto precio del petróleo, todo sirve, incluso la “mala suerte”. En cambio, no se dice una palabra sobre haber creado las condiciones para que estas cuestiones externas condicionen la economía interna.

Lanzan medidas desordenadas, sin coherencia, con la expectativa de ganar confianza y credibilidad de los grandes operadores. No lo están logrando porque ni el estado de ánimo de los inversores, ni el actual contexto del mercado financiero internacional y ni eventos como la sequía son el origen de semejante descalabro. Este se explica fundamentalmente por la desregulación absoluta del mercado de cambio (con un dólar a 30 pesos, es necesario recordar la idea de Federico Sturzenegger de habilitar la posibilidad de que kioscos, comercios y hoteles puedan vender dólares libremente, previa inscripción en un registro) y la apertura total de la cuenta Capital de la Balanza de Pagos, facilitando el ingreso y egreso de fondos especulativos.


Las subastas diarias del Banco Central subieron de 100 a 150 con un adicional de 300 millones de dólares del FMI, billetes absorbidos inmediatamente por el mercado. Ya se fumaron 1200 de los 7500 millones de dólares previstos, a un ritmo de oferta que, si se mantiene, agotará muy rápido el 15 por ciento del total de la asistencia del Fondo para 36 meses.

Ya no se trata de “movimientos especulativos” de determinados fondos de inversión o entidades financieras que “presionan” para lograr alguna medida de parte del gobierno o de las autoridades monetarias. Esta vez, es más que eso: “hay una liquidación masiva de activos en pesos, pero también de bonos en dólares de la deuda argentina, de acciones de empresas argentinas, es un retiro en masa de capitales sin distinción de origen; es una decisión generalizada gatillada desde el exterior: le bajaron el pulgar, dan por terminado este proceso”. La descripción, relatada no sin angustia por un importante operador financiero, tuvo su correlato en la falta de reacción de las autoridades del Banco Central el viernes último, ante la huida masiva de fondos reflejada en las pantallas de sus computadoras. Los 300 millones de dólares que ofreció el BCRA en el mercado mayorista, un par de horas después de los 150 millones subastados por el Tesoro de la Nación, volaron de sus manos en cuestión de minutos.

Atados de pies y manos el Banco Central por el acuerdo con el FMI, que limita la venta de dólares de reservas, que fijó un monto mínimo de reservas internacionales y un sendero trimestral de incremento, que exige reducir la participación oficial en el mercado de dólar futuro, y que postula que el tipo de cambio debe ser determinado por la oferta y la demanda en el mercado libre, la cotización del dólar tiene señalado un solo recorrido. Lo que hoy parece caro en pesos, mañana será barato.

Un pedido de revisión al Fondo de esas condicionalidades o un ingreso de dólares vía endeudamiento externo permitiría aminorar la carrera del verde. Como esta última opción no es probable y ante el fiasco de las subastas diarias de dólares, el Banco Central evalúa solicitar la flexibilización de esas reglas de juego cambiario que fueron consensuadas con los técnicos del Fondo, adelanta La Política Online. Sería otro record de la relación de Argentina con el FMI: solicitar un “waiver” (perdón) a menos de un mes de la firma del acuerdo. Parecida a la gestión Sampaoli, antes con la dupla Sturzenegger-Llach y ahora con la de Caputo-Cañonero, el manejo de la cuestión cambiaria por parte del Banco Central exhibe un grado de desorientación e improvisación impactante, lanzando la economía hacia un desenlace inquietante.



Mientras el macrismo sigue hablando de “turbulencias”, la corrida cambiaria es la más fuerte desde el colapso de la convertibilidad. La formación de activos externos (fuga de capitales) en los primeros cinco meses del año suma 9821 millones de dólares, detalla el anexo estadístico del balance cambiario del Banco Central. En el mismo período del año pasado, esa sangría de divisas había sido de 3299 millones de dólares. De un año a otro, la fuga subió casi 200 por ciento, y la velocidad de la pérdida de divisas no aminora en ninguno de los frentes del sector externo. Por la puerta del turismo al exterior (viajes, pasajes y otros pagos con tarjetas), el saldo neto de enero a mayo de este año fue negativo en 4956 millones de dólares. Por fuga y turismo suman casi 15 mil millones de dólares en los primeros cinco meses del año.


La indulgencia con la que la mayoría del periodismo y los analistas económicos adjudican la crisis económica local a "turbulencias externas", en línea con la argumentación oficial, contrasta con la reacción gélida del capital financiero internacional a los intentos del Gobierno por contenerla.

Tras una devaluación deliberada del peso que Mauricio Macri creyó que podría frenar cuando el dólar tocó $25, la huída en masa de los inversores de las acciones y los bonos argentinos empujaron el nuevo salto a $28. El blindaje récord del FMI, la fijación en sus condiciones de un estricto cronograma de ajuste fiscal, el despido con causa de Federico Sturzenegger y su reemplazo por un equipo de purasangres de Wall Street, la recategorización del país como "mercado emergente" y hasta las subastas diarias de los dólares de Christine Lagarde que dispuso Luis "Toto" Caputo al asumir en el Central se probaron impotentes para contener la estampida. Todo ese arsenal apenas compró paz cambiaria por cuatro jornadas hábiles, incluyendo el lunes de paro nacional.

La disparada del riesgo país ilustra elocuentemente el malhumor de los inversores.  En criollo, la tasa de interés que pagaría hoy por financiarse un Nicolás Dujovne sin control de cambios ni límites al flujo de capitales golondrina y bajo la estricta tutela del staff de Lagarde es tan inaccesible como la que exigían los mercados al "soviético" Axel Kicillof cuando Daniel Scioli todavía aparecía como favorito para suceder a Cristina Kirchner.

Es todo un dato político. Así como en septiembre de 2015 descontaban un giro a la ortodoxia, ganara quien ganase, en el último mes los grandes fondos de inversión parecen haber empezado a descontar que Macri solo gobernará un año más. Y que será un año tenso, muy conflictivo, de depresión económica. Los únicos países del planeta donde la prima de riesgo crediticio es más alta que en Argentina son Venezuela, Ecuador, Líbano y Ucrania. El primero atraviesa una crisis política y humanitaria que incluye más de un millón de emigrados según la ONU. Los dos últimos acaban de ser escenario de guerras.

Es cierto que el mundo no ayuda. La soja cayó  y está en 316,50 dólares por tonelada, su mínimo en 28 meses. El petróleo está en  76 dólares por barril, su máximo en tres años y medio. Es el cóctel más letal posible para el balance de pagos, que en el primer trimestre anotó el mayor déficit de cuenta corriente de la historia según el INDEC. Y para el Tesoro, que es tomador de precios: cobra retenciones atadas a lo primero y paga subsidios atados a lo segundo.

No hay demanda de pesos, todos los que tienen pesos se los quieren sacar de encima.

Tenemos una inflación muy alta y, lamentablemente, la de este año será más alta que la de 2017. Se está hablando de junio cerca de tres y medio por ciento. En un solo mes, la Argentina va a tener la inflación que el resto de Latinoamérica tienen en un año.
Argentina no cuenta con ingresos genuinos de dólares. En mayo, se fugaron del país ocho mil millones de dólares. Se nos fueron mil millones prácticamente en turismo y servicio.


La narrativa era la del mejor equipo de los 50 años. Ahora entraron los suplentes porque se fueron los titulares, y generalmente, los suplentes son peores que los titulares y esto pega en el mercado. El tiempo se agota, el capital político se debilita, los problemas irresueltos se agravan. La crisis es grande, el gobierno pierde aliados. Luis Caputo y Nicolás Dujovne parecen no tener las respuestas. Quizás vayan a buscarlas en los próximos días a Washington. No va a alcanzar con eso, hace falta un cambio profundo y disruptivo.