Restricción externa y un país que exporta lo que come


El impacto inflacionario de la corrida cambiaria con fuerte devaluación es innegable.
El fuerte aumento del precio del pan es un interesante caso para apuntar acerca de la complejidad de una economía que exporta lo que consume y, por lo tanto, deja al descubierto la divergencia de intereses entre productor y consumidor. Entre las limitaciones de la restricción externa y el fenómeno de la inflación.

La inicial eliminación de retenciones y de cupos de exportaciones al trigo y la devaluación  derivó, en un contexto de favorables precios internacionales, en un importante aumento del área sembrada, del rendimiento por hectárea y de la producción, alcanzando las 16,5 millones de toneladas. La Bolsa de Rosario estima un área de 5,7 millones de hectáreas para la campaña 2018/19, que promete ser la más importante de los últimos diez años hasta anotar 19,0 millones de toneladas, según el Instituto de Estudios Económicos de la Sociedad Rural.

Por el lado del consumidor y del último eslabón de la cadena comercial (el local de venta de pan o de pastas), la eliminación de retenciones que iguala el precio local al internacional, la liberación total de las exportaciones sin fijar un cupo para el mercado interno y la devaluación que se traslada al precio doméstico del insumo principal de la cadena (el trigo) derivaron en una fortísima suba de la harina y de alimentos básicos para la población. Esto es lo que ahora está sucediendo con el salto del dólar a 25 pesos.

Una economía con restricción externa necesita los dólares de exportación y para ello debe incentivar al productor del sector económico proveedor de divisas, pero a la vez esas medidas de estímulo deterioran la calida de vida de la mayoría de la población por el encarecimiento de alimentos cuyo insumo principal es el trigo que se exporta.