Para AMLO, "la tercera tiene que ser la vencida"


El candidato de la izquierda mexicana lidera los sondeos para las presidenciales de julio

Una transición que se quedó en promesas y un retorno fallido del partido que forjó la historia contemporánea de México (el PRI) diseñaron un espacio audible para Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su estructura Morena.

Por Eduardo Febbro


Hace un par de semanas AMLO inició su tercera campaña electoral en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos. Imagen: EFE


PáginaI12 En México

Desde Ciudad de México

Tal vez la historia se decida allí: entre el largo quizás del presente y el puente del futuro. Hay que atravesar ese tiempo como quien pasa la frontera entre México y los Estados Unidos. La historia, esta que se escribe a cada instante, empezó allí hace un par de semanas cuando el candidato progresista a la presidencia mexicana, Andrés Manuel López Obrador, inició su tercera campaña electoral allí en la frontera, en Ciudad Juárez. Hoy vuela sobre el cielo político de México con una ventaja que se acrecienta cada semana. La última encuesta realizada por el diario El Universal y Berumen y Asociados lo ubica con el 42% de las intenciones de voto, cerca de 11 puntos más arriba que el candidato Ricardo Anaya de la coalición PAN-PRD-MC (31,1%). Le siguen el representante del PRI-PVEM-NA, José Antonio Meade (21,9%) y la candidata independiente Margarita Zavala (5%). El panorama de Andrés Manuel López Obrador al frente del Movimiento Morena nunca había sido tan favorable. Los datos revelan además un frente negativo para el PRI y también en lo que atañe al PAN, el partido que protagonizó a partir del año 2000 lo que en México se llama “la transición” con las presidencias panistas de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa. Ambos gobernaron en el período 2000 y 2012 en lo que terminó siendo un gran desencanto democrático. El historiador y analista Lorenzo Meyer destaca al respecto que en ese tiempo “no se perdieron 12 años. Se perdió más. Se perdió la primera y única oportunidad de que un cambio político genuino echara raíces” (Nuestra tragedia persistente).

Si los panistas estropearon la ocasión de restaurar un sistema político administrado por el PRI desde 1929 hasta el año 2000, luego, cuando el PRI regresó al poder en 2012 con el actual presidente Peña Nieto, tampoco se transformó la realidad mexicana. Peña Nieto deja la presidencia de un país sumido en las más estrepitosas e inverosímiles situaciones de corrupción e impunidad y con escenario de violencia que ha superado todos los records imaginables. Andrés Manuel López Obrador tejió su ascenso en las ramas de esa desarticulación social. En 2006, cuando enfrentó y perdió ante el panista Felipe Calderón, el entonces candidato lo calificó de ser “un peligro para México”. La retórica del combate presidencial no ha cambiado mucho. Tiene, además, nuevos ingredientes retóricos alimentados desde Estados Unidos con un caradurismo de comedia barata. La acusación de “populista” se ha puesto de moda cada vez que algún líder con tímidos arrebatos progresistas está en condiciones de disputarle el poder a los sistemas establecidos. A López Obrador, en México y desde España y en las columnas de ese agente encubierto de las peores tendencias liberales que es el diario El País, se lo ha incluso acusado de ser un apóstol del chavismo y de su heredero, Nicolás Maduro. El sábado pasado, en un editorial publicado por el diario Washington Post, el rotativo norteamericano escribía que las relaciones entre Estados Unidos y México podrían deteriorarse aún más si “gana un populista de izquierda”. A los editorialistas del Washington Post se les extravió un tornillo en algún lado. Las relaciones bilaterales atraviesan el peor momento de la historia no porque López Obrador diga que “ni México ni su gente serán tratados como piñatas por ningún gobierno extranjero”, sino por las amenazas, los insultos raciales, el chantaje y los exabruptos del presidente norteamericano Donald Trump.

Una transición que se quedó en promesas, un retorno fallido del partido que forjó la historia contemporánea de México diseñaron un espacio audible para López Obrador y su estructura Morena (Movimiento de Regeneración Nacional). Morena fue creado en 2011 cuando López Obrador dejó el PRD (Partido de la Revolución democrática) y ha ido evolucionando con los años. Primero fue un grupo civil de apoyo a Andrés Manuel López Obrador y luego, a partir de 2014, un partido político. Con él y la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, el Partido Encuentro Social, PES, y el Partido del Trabajo, PT) compite esta vez con tres adversarios como aliados indirectos: los desengaños de la transición, el mal gobierno del PRI y los insólitos y no menos insultantes bufidos de Mister Tweet Donald Trump. Felipe Calderón, 11 días después asumir su mandato en 2006, activó la guerra contra el narcotráfico. Seis años más tarde dejó un tendal de muertos y desapariciones jamás alcanzado en México. El PRI prometió paz pero soló hubo más guerra. Un informe hecho público esta semana por el Instituto de Economía y Paz (“El índice de Paz en México 2018”) destaca que “2017 fue el año más violento de la historia del país”. A este respecto, el informe revela que la violencia deterioró el “21% del Producto Interno Bruto (PIB)” y advierte que, de cara a las elecciones presidenciales, “las políticas públicas ligadas a la paz y la seguridad desempeñarán un papel central en la determinación de los resultados”.

Al “Peje” (es uno de sus apodos además de AMLO) no le faltaron las controversias y los pactos dudosos con empresarios, sindicalistas corruptos o sectores conservadores como el Partido Encuentro Social. Se trata de un grupo medio evangélico y ultraconservador compuesto por metodistas y presbiterianos, asambleas de Dios y bautistas. Pese a todo, por ahora, el líder de Morena logró posicionarse como un candidato fuera de esos sistemas de violencia y del rotundo fracaso de las políticas públicas. Su ventaja actual es incluso insalvable para sus adversarios según se desprende de un informe elaborado por Goldman Sachs (México: Enfrentando 100 días de incertidumbre y potencial drama). La consultora alega que, “salvo un error importante en su campaña”, resultará imposible para los adversarios de la coalición progresista “reducir la ventaja que los separa con el candidato de Morena”. Ricardo Anaya y José Antonio Meade son un retrato negativo de lo que los electores anhelan cambiar: el primero está manchado por una historia de lavado de dinero y el segundo arrastra los símbolos nocivos de lo que Goldman Sachs llama “la marca PRI”.

Este será el tercer “y último” intento de Obrador para llegar a la presidencia. Con ese empeñó multiplicó las promesas hacia todos los sectores y fue suavizando su retórica a fin de no asustar a un sector financiero y empresarial espantado ante la idea de que México elija a un actor político con el sello de “izquierdista”. El Peje prometió deshacer la reforma energética adoptada por el actual presidente, interrumpir la construcción del faraónico nuevo aeropuerto lanzada por Peña Nieto e, incluso, adoptar una suerte de ley de Amnistía para los narcos. La oposición lo atacó en cada uno de esos capítulos, recurrió a las típicas campañas para infundir miedo sin que, en las encuestas, la distancia entre el candidato progresista y los demás se acortara. La prensa suele decir con frecuencia que el peor enemigo de López Obrador es el mismo y su acentuada tendencia a la intolerancia. Sin embargo, México parece hoy tenerle más miedo a sus políticos de antes que a la aventura de votar por un líder que consiguió dotarse con los atributos con los que la sociedad mexicana sueña: paz, equilibrio, menos violencia, un sistema judicial saneado y políticas públicas en beneficio de los ciudadanos. México anhela un cambio en serio. El sistema muestra cada hora su agotamiento. La última andanza de ese sistema corrupto ha sido la validación, por parte del Tribunal Electoral, de la candidatura independiente de Jaime Rodríguez, alias “El Bronco” y gobernador de Nuevo León, a quien se le detectaron más de un millón de firmas fraudulentas. El sistema de poder mexicano es un teatro de delirios. Con su reiterado nacionalismo revolucionario y un recorrido por aquellos rincones del país que constituían el núcleo central de los votantes del PRI, con su promesa de sacarlos de la pobreza, Andrés Manuel López Obrador sembró su propuesta en un terreno fértil y al mismo tiempo agotado por el clima de los antiguos dirigentes.