Putin contra el resto del mundo



Por Damián Szvalb / @DamianSz.


Parece desparejo. Por un lado, Estados Unidos y la Unión Europea. Por el otro, Rusia. Pero hay un jugador clave que, hasta ahora, nivela este duelo: Putin. Juega a otro ritmo, con su propio reglamento. Hace y deshace mientras los otros solo miran. Esto explica su éxito a nivel global y su popularidad dentro de Rusia. Claro que lo hace despreciando la legalidad internacional y los derechos humanos dentro y fuera de su territorio. No hay mucho que discutir sobre eso.


La gran pregunta que se desprende de todo esto es: ¿hasta cuándo Putin podrá seguir golpeando por encima de su peso y, sobre todo, hasta cuándo Occidente, especialmente Estados Unidos, no le marcará definitivamente la cancha poniéndole límites en serio? Lo puede hacer: solo debe poner sobre la mesa su gran superioridad militar y económica. Por más que se quiera relacionar, esta etapa de confrontación entre Rusia y Occidente poco tiene que ver con la Guerra Fría. Las diferencias concretas entre uno y otro lado son claramente mayores, sobre todo en términos militares, que las que existían entre Estados Unidos y la Unión Soviética.


Pero si todo es así, ¿cómo se explica el éxito político de Putin que en los últimos años se ha convertido en el gran protagonista del tablero internacional? De dos maneras. La primera es por la profunda crisis de liderazgo en Occidente. El establishment político y económico de Europa está cuestionado y ha perdido apoyo y sustento electoral. Eso paraliza la acción política dentro de sus territorios y sobre todo en el exterior. No encuentran la forma de darle respuesta a los sectores de sus sociedades que se quedan afuera de la nueva estructura económica que impone la revolución tecnológica.


Los gobierno son sometidos por los partidos anti establishment de extrema derecha a un desgaste brutal que termina debilitándolos. Merkel en Alemania ganó las elecciones pero tardó seis meses en formar gobierno, España estuvo 300 días sin gobierno, los partidos de extrema derecha y anti sistema en Italia no paran de crecer. Solo algunos ejemplos. Ni que hablar del Brexit. Música para los oídos de Putin.


La otra razón para entender este fenómeno es Putin: es él quien impone la agenda. Es pura acción que contrasta fuertemente con la quietud de Occidente. Esto no solo explica por qué Putin hizo lo que quiso para quedarse con Crimea frente a la pasividad de la Unión Europea, sino también su éxito militar y político en Medio Oriente: Putin bombardeó indiscriminadamente Siria para mantener en el poder a Bashar Al Asad, quien usó armas químicas contra la población civil traspasando la línea roja que Obama le había marcado. Pero Obama no hizo nada. Putin sí.


Sin embargo, este ciclo de fuerte contraste entre un Putin que se las arregla para ser protagonista en los asuntos internacionales imponiendo sus intereses en Medio Oriente y Crimea mientras controla con un abrumador respaldo popular un país tan complejo como Rusia, y los gobiernos occidentales que necesitan de la negociación permanente para mantenerse en el poder, estaría entrando en una etapa distinta.


La decisión de Gran Bretaña de expulsar a diplomáticos rusos que fue respaldada por Washington y otros 26 países, 19 de ellos de la Unión Europea, quienes también echaron más de 150 diplomáticos afincados en sus territorios como represalia por el intento de asesinato con un agente químico del espía Serguéi Skripal y su hija en Reino Unido, muestra un cambio de tendencias. Por primera vez en mucho tiempo, Occidente se le planta de manera más o menos cohesionada a Putin.


Más allá de la respuesta de Putin, quien a través de su canciller, Sergéi Lavrov, anunció que Moscú expulsará a 60 diplomáticos estadounidenses y que cerrará el consulado de EE UU en San Petersburgo, el líder ruso debería estar pensando cómo evolucionará su relación con Occidente. La reacción de Europa, pero sobre todo de Donald Trump, debería preocuparlo. El presidente de Estados Unidos aparece como el líder de Occidente con más posibilidades de contener a Putin. No solo por el poderío militar del que dispone, sino también porque es el que más se le parece.


Trump sabe que para frenar la expansión rusa no le alcanzará con el juego diplomático al que, hay que decirlo, desprecia bastante. Los resultados en ese terreno fueron pésimos: ni Obama ni Europa han podido disciplinar a Putin a través de condenas. Ni siquiera las sanciones sirvieron demasiado. La expulsión de los diplomáticos es una medida más dura pero Trump cree que solo podrá disciplinarlo poniendo sobre la mesa el poderío militar. Es el único lenguaje que entiende Putin. Trump también.


Algo de eso se vio a principios del año pasado cuando sorpresivamente Estados Unidos intervino con bombardeos en Siria, en la que Rusia e Irán ya hacían lo que querían, cuando se denunció que Al Asad volvió a usar armas químicas. Aquella acción de Trump cayó muy bien en Europa porque por primera vez alguien le mandaba un mensaje contundente a Putin.


A esta altura ya se puede concluir que los análisis que señalaban que el triunfo de Trump era lo mejor que le podía haber pasado a Putin estaban equivocados. Desde que asumió, Putin y Rusia se han convertido en el centro de atención de todo el poder político estadounidense por el Rusiagate, que no deja de complicar al presidente, y por la preocupación de Republicanos y Demócratas por el creciente protagonismo ruso en el tablero internacional. Trump quiere despegarse de todo esto y quizás eso termine de convencerlo de que es el único que tiene poder para frenar a Putin.