La integración, el reto que definirá Alemania

Hace dos años Merkel abrió la puerta a los refugiados. Llegaron 1,3 millones. Uno de cada 10 ha encontrado empleo
Rames (23) refugiado sirio que llegó hace un año a Berlin, en Alexanderplatz en Berlín. Patricia Sevilla Ciordia Foto: Patricia Sevilla Ciordia / PSCFOTO.net


Hoy llueve y hace frío a las afueras de Berlín. El patio del centro de refugiados está encharcado y por los pasillos en penumbra corre un aire fresco. Anochece y algunos refugiados salen del edificio con un cubo en la mano. Llevan dentro jabón y una toalla para lavarse en la garita prefabricada plantada en un descampado tomado por la mala hierba.

En las habitaciones, literas de metal y taquillas hacen las veces de mobiliario. Dentro, a una joven le resbalan las lágrimas por las mejillas. Llegó del norte de Siria siguiendo a su marido, acogido desde hace dos años en otro centro muy alejado. A Zeinab (nombre falso) los días se le hacen eternos. Mata el tedio escribiendo en el móvil poemas que cuelga en Facebook. A ratos se junta con otras mujeres en el patio. Cuentan que llevan dos años viviendo en este campo y que su vida en Alemania no ha echado a andar. No tienen casa ni trabajo. Su alemán es muy mejorable.



No todos los refugiados que desembarcaron en Alemania en los últimos dos años se encuentran en esta situación. Los hay que han encontrado trabajo o que están preparándose para hacerlo. Pero la imagen de este centro ilustra las dificultades propias de la integración de más de un millón de personas que aterrizan con lo puesto en una cultura ajena. Alemania se juega mucho en este proceso. Que jóvenes como Zeinab participen en la sociedad como uno más determinará también el futuro de una balanza demográfica desequilibrada y de un mercado de trabajo al que le faltan jóvenes. Algunos datos, como la creciente incorporación al mercado laboral, son alentadores. Otros, como la falta de vivienda o los ataques racistas, que no cesan, resultan preocupantes.

“El Gobierno alemán está haciendo esfuerzos gigantescos porque sabe que el coste del fracaso de la integración sería tremendo. Los primeros años son fundamentales para la integración en el futuro”, explica Christian Dustmann, director del centro de investigación de las migraciones del University College de Londres. Berlín gastará este año otros 20.000 millones en acogida, integración y ayuda a los países de origen.

Hoy hace dos años que la agencia para los refugiados y las migraciones alemana envió a las 04.30 de la madrugada el célebre tuit que dio la vuelta al mundo y que precipitó el mayor éxodo migratorio desde la Segunda Guerra Mundial: “En este momento no estamos procesando procedimientos de Dublín para ciudadanos sirios”. El lenguaje burocrático encerraba una noticia bomba que cambiaría la historia de Alemania. A los sirios que llegaran no se les devolvería. Se podían quedar.



A finales de agosto llegaban los primeros trenes de Hungría, que fueron recibidos con aplausos y abrazos. Días más tarde, la canciller Angela Merkel pronunciaba la ya célebre frase que conoce cualquier alemán y que tiene incluso una entrada en Wikipedia: “Wir schaffen das”, lo lograremos. La euforia humanitaria duró poco. Dublín se reinstauró tres meses después y Berlín endureció su política migratoria al compás de una crisis política que acorraló a la canciller en las encuestas.

Las encuestas hablaban de un auge de la extrema derecha. En la calle, la preocupación por el aparente descontrol migratorio crecía. Berlín optó por dar un golpe de timón y poner en marcha una serie de medidas que han ayudado a frenar las llegadas. La más efectiva ha sido probablemente el acuerdo con Turquía para repatriar migrantes. Agilizar las deportaciones, aplicar Dublín y otorgar más permisos temporales y menos permanentes han sido otras. Merkel no ha sucumbido sin embargo a la exigencia de la CSU bávara de fijar cuotas máximas de refugiados. El electorado ha recobrado la sensación de que la situación vuelve a estar bajo control y los refugiados han dejado de estar en primera línea de la agenda política, apenas a un mes de las elecciones generales, en las que Merkel parte como favorita.

Las aguas políticas han vuelto a su cauce y las llegadas hace meses que remiten, mientras 1,3 millones de solicitudes de asilo tratan en silencio de salir adelante. Ha sido y está siendo una operación logística descomunal, con la que Alemania trata de evitar los errores del pasado con los trabajadores turcos, que hoy suman tres millones y cuya integración dista mucho de ser perfecta.

Rames Melhem es la personificación de la integración exprés, la otra cara de la moneda de los refugiados que se eternizan en centros aislados del resto de la sociedad. Llegó de Siria hace poco más de un año y ya tiene novia, amigos, trabajo y vive en una habitación compartida. Tiene 23 años y despacha pollo con cilantro en un restaurante berlinés con una sonrisa en la boca. En septiembre empezará un curso puente para ir a la universidad, donde quiere estudiar gestión de empresas. Es un tipo muy despierto, que salvaba vidas evacuando heridos en Homs.
ampliar foto Un policía alemán descubre a una menor somalí, este jueves en Raubling (Alemania).

Encontrar vivienda

Cuando se le pregunta qué es lo que más le ha costado, no lo duda: la vivienda. Explica que en Berlín muchos refugiados se ven obligados a pagar miles de euros a los intermediarios porque los propietarios no quieren alquilar a refugiados para evitarse trámites burocráticos. Él pidió hasta 100 citas para ver habitaciones. Los refugiados han sido derivados a alojamientos más permanentes. Hay todavía unos 15.000 personas en alojamientos de emergencia y 30.000 en centros provisionales, según datos oficiales recopilados por Der Spiegel. Berlín es el Estado donde se acumulan los mayores problemas, seguido de Renania del Norte-Westfalia y Hamburgo.

Clases de "bienvenida"


En total, 1,3 millones de personas han solicitado asilo en Alemania desde 2015. Las llegadas sin embargo han experimentado una caída drástica este año, según las cifras que proporciona la oficina de migraciones y refugiados del Gobierno. Frente a las 468.762 solicitudes de asilo registradas en los siete primeros meses año pasado, hasta julio de este año, apenas se han registrado 129.903. La mayoría de los que llegan siguen siendo sirios, seguidos de iraquíes, afganos, eritreos y nigerianos. Dos de cada tres son hombres.

La edad media es muy baja. Así por ejemplo de los demandantes de asilo que han llegado este año, el 75,5% tienen menos de 30 años y más de la mitad menos de 18, lo que supone un considerable desafío logístico para las escuelas alemanas. Algunas han optado por abrir cursos especiales para los recién llegados a las ya famosas “clases de bienvenida”, mientras que otras escuelas prefieren integrar a los recién llegados en las aulas con el resto de alumnos. El ministerio de Educación calculó el año pasado que han necesitado en torno a 3.000 millones anuales para proporcionar espacio y personal para atender a los alumnos refugiados.

Olaf Kleist es investigador del Instituto para la Investigación de las Migraciones de la Universidad de Osnabrück y explica que en las ciudades pequeñas hay más capacidad para ofrecer alojamiento, pero también que donde menos refugiados hay se registran más ataques racistas. “Desde el otoño de 2015 el racismo se ha vuelto mucho más abierto”. El año pasado hubo 169 ataques a centros de refugiados. Kleist investiga un aspecto que ha sorprendido, para bien, a la propia sociedad alemana. Hasta 12 millones de voluntarios se movilizaron en el país cuando llegaron los primeros refugiados; unos ocho millones siguen activos.

Junto con la casa, el trabajo es otro gran pilar por el que ha de pasar la integración. Hace falta mano de obra en infinidad de sectores, pero para los refugiados no resulta fácil encontrar trabajo. Para empezar, porque tienen que aprender bien el idioma. Después hay que homologar títulos, sortear la burocracia y que los perfiles necesitados encajen con los disponibles.

Los refugiados reciben cursos intensivos y obligatorios de alemán, además del llamado curso de orientación, donde se les enseñan las leyes alemanas y cómo es la vida en el país, desde quién se puede casar con quién hasta cómo se separa la basura, este último un tema crucial en Alemania. “Los cursos son buenos, pero el problema es entablar contacto con los alemanes. Hay una línea invisible que separa a los refugiados del resto de la sociedad”, cree Melhem.

Apenas uno de cada diez refugiados llegados a partir de 2015 ha encontrado trabajo, según el instituto federal para la investigación laboral (IAB). En cinco años, un 50% de los refugiados habrá encontrado trabajo y un 70% estará empleado dentro de unos 10 años, calcula el IAB. La Agencia Federal de Empleo cifra en un total de 130.000 los refugiados que tienen trabajo. Las ayudas estatales para las empresas que empleen asilados han sido una de las medidas puestas en marcha.

Pese a todas las dificultades, Kleist, como muchos otros observadores, cree que “Alemania va por buen camino. La Administración, los municipios, las empresas y la sociedad civil han sabido improvisar y dar soluciones imaginativas”. Solo el paso de los años dirá hasta que punto este monumental proyecto ha sido verdaderamente exitoso. Melhem, sin embargo, no tiene tiempo para valoraciones globales ni políticas. Quiere quedarse, porque tiene “trabajo, un proyecto de vida y… libertad”.