El discurso de los medios públicos

Leemos en REVISTA FIBRA

El rol de las señales estatales en las democracias contemporáneas.

Por Andrea Mallimaci (*)


En este último tiempo, diferentes hechos a nivel internacional generaron preguntas en los ámbitos académicos y periodísticos sobre el discurso de los medios públicos.




En este último tiempo, diferentes hechos a nivel internacional generaron preguntas en los ámbitos académicos y periodísticos sobre el discurso de los medios públicos.

La polémica en torno a la cobertura de los disturbios durante la votación de Catalunya por su declaración de independencia por parte de, sobre todo, la TVE, fue uno de los últimos y más resonantes escándalos en torno a la problemática. La conmoción y el debate público llegó a tal nivel que los propios periodistas de la emisora criticaron en vivo por redes sociales el recorte y la información sesgada de la emisora y, unos días después, presentaron una dura carta en la que se solicitaba garantizar la transmisión veraz, objetiva y equilibrada. En ese mismo comunicado condenan el intento de intervención sobre TV3, la emisora pública catalana que, a su vez, recibió críticas similares por el mismo hecho, pero al revés.

Dos medios públicos fueron duramente criticados por haber sentado posición, aportando información parcial, subjetiva y condicionada por afinidades políticas. Estas críticas se basan en el plus de responsabilidad que tiene, o debiera tener, un medio público en relación a la veracidad de los hechos y el pacto de honestidad con la ciudadanía. En este punto se abre una serie de interrogantes sobre la función de los medios públicos que se pueden resumir en dos grandes ejes: su vínculo con las audiencias y el aporte a una información veraz y ecuánime. Respecto a este último punto, una pregunta latente es si ese aporte se efectúa sólo al interior de la emisora o si debería contemplar el sistema de medios en su conjunto.

En cuanto a la veracidad se encuentra cierta unanimidad, todas las voces condenan, al menos en público, la difusión de una mentira o el ocultamiento de la realidad. Entra en otra discusión, incluso legal, indagar sobre la voluntad de las publicaciones, es decir, sobre si esa mentira fue difundida por error o por decisión. Efectivamente, la veracidad aparece aquí como el piso de la discusión sobre la que se asientan el resto de las que tienen por objeto indagar sobre el rol de los medios públicos en las democracias contemporáneas.

En Argentina este debate parece haber pasado de moda. Su auge fue durante el gobierno kirchnerista, especialmente durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner y específicamente sobre la principal emisora audiovisual: la Televisión Pública. Este período es interesante para el análisis porque al mismo tiempo que la emisora lograba niveles de audiencias inéditos desde las privatizaciones de los canales de televisión, las críticas de sectores especializados creció a escala considerable con denuncias de falta de transparencia y ausencia de pluralidad.

Un programa partidario en horario central, 678, y la utilización de contenido relevante, sobre todo Fútbol para Todos, para propaganda oficial fueron los grandes ejes del debate público en torno a los medios públicos en Argentina hasta hace poco tiempo. Desde la asunción de las nuevas autoridades, se anunció con bombos y platillos la finalización de estos programas erigiendo las banderas de austeridad y ecuanimidad. Al mismo tiempo, los niveles de audiencia bajaron a estadíos que, en algunos casos, llegaron a 0%.

Aprovecharemos esta discusión para pensar el rol de los medios públicos, sobre todo en las democracias latinoamericanas.

¿Por qué nos importan los medios públicos? La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a través de la Relatoría especial para la Libertad de Expresión, en su Informe anual de 2009 lo expresa de la siguiente manera:

“Los medios públicos de comunicación pueden (y deberían) desempeñar una función esencial para asegurar la pluralidad y diversidad de voces necesarias en una sociedad democrática. Su papel es fundamental a la hora de proveer contenidos no necesariamente comerciales, de alta calidad, articulados con las necesidades informativas, educativas y culturales de la población. Sin embargo, para que los medios públicos puedan realmente cumplir su función, debe tratarse de medios públicos independientes del Poder Ejecutivo; verdaderamente pluralistas; universalmente accesibles; con financiamiento adecuado al mandato previsto por la ley; y que contemplen mecanismos de rendición de cuentas y de participación de la comunidad en las distintas instancias de producción, circulación y recepción de contenidos”1.

De este texto se desprende el interés por los medios públicos a partir del poder que tiene el Estado de revertir asimetrías históricas en tanto a la emisión y circulación de mensajes y en cuanto a la redistribución igualitaria de intercambios simbólicos. En este camino, se podría poner en contexto la emisión sesgada, poco plural y netamente partidaria de algunos de los contenidos emitidos por la emisora pública argentina durante la última década y hasta 2016.

En un contexto de contenido con grandes niveles de homogeneidad en todo el sistema privado de medios audiovisuales de televisión abierta, se abre un nivel de exploración en el que podríamos pensar la función esencial para desempeñar la pluralidad. En este punto, la pregunta es cómo miramos el sistema de medios públicos o, aprovechando la jerga técnica, hasta dónde abrimos el plano en la toma que estamos haciendo. Si lo miramos solo, vamos a tener una película muy distinta a si lo observamos con el sistema de medios público y privado. Y en este punto, si tomamos como válida la premisa de cierta homogeneidad el discurso político y cultural de los medios privados; ¿no se cumplirá la premisa fundamental de los medios públicos con otra mirada, que haga una suerte de balanza en el universo de mensajes que transita por los medios de comunicación?

En países en los que hay gran concentración de mensajes en pocas manos y una homogeneización marcada de la circulación, no sólo de mensajes, sino también de texturas, de colores, de historias, de ficciones y de recetas de cocina. ¿No tendrá el Estado, a través de sus señales públicas, que cumplir con el rol social de aportar pluralidad al sistema de mensajes que circulan en una sociedad determinada? Y en este contexto, ¿no sería posible que a este Estado se le exija mayor parcialidad, más subjetividad, más sujetos develando el lugar histórico, ideológico, sesgado, desde el cual dicen y elaboran sus mensajes? Tal vez, un vínculo que se puede pensar entre las audiencias y los medios públicos sea el de honestidad, el del ejercicio ciudadano de tener el derecho de saber desde dónde se emiten los mensajes, con qué fin y a partir de qué lectura de la realidad y del sistema de medios en su conjunto.

Sin embargo, el debate parece haber finalizado. Tal vez el dato más relevante desde el cambio de gobierno y la consecuente separación de los cargos de las autoridades de la Televisión Pública sea la desaparición de esta discusión en la agenda pública. Desde hace poco menos de dos años es difícil encontrar reflexiones o expresiones sobre el rol de los medios públicos y, fundamentalmente, sobre los contenidos que ofrecen. Parece no importar mucho ya que se hace con el dinero de nuestros impuestos, qué programación se propone, qué visiones del mundo se ofrecen, qué se ilumina y se ensombrece en los relatos y cómo opera con el sistema de medios en su conjunto en el vínculo con la ciudadanía. Aunque probablemente por diversas razones y sin dudas con diferentes niveles de responsabilidad, pareciera haber un comportamiento similar en las audiencias y en los relatos de especialistas y divulgadores: la indiferencia.

En los hechos, la decisión de la nueva televisión pública fue reemplazar los programas polémicos por algunos
espacios de reflexión con celebrities y contenidos que, en principio, no puedan ser considerados parciales o subjetivos. La pantalla se colmó de debates, charlas y encuentros en tonos correctos que, en mayor o menor medida, reproducen el universo temático de la agenda de los medios privados. Programas de piso, de presupuesto reducido, con escenografías y recursos pobres o, mejor dicho “austeros”. Programas que no enojan, pero que tampoco conmueven.



Nos encontramos con la paradoja, entonces, de una emisora sumamente criticada y con respaldo de las audiencias reemplazada por una celebrada por sus horizontes de pluralidad pero sin capacidad de interpelación a audiencias ni relatos. Paradoja mayor aún cuando descubrimos que si utilizamos los argumentos por los cuales se condenaba la acción de los medios públicos de la gestión anterior, a esta gestión no le cabe la crítica. Sin embargo, es alarmante para la salud de cualquier sistema de medios públicos la estrepitosa caída de audiencia de la emisora, lo que sólo significa distancia y alejamiento de la función social frente a la ciudadanía. La eliminación del contenido relevante y la instalación de una agenda muy similar a la de los medios privados, pero con programas con menos recursos, no parece presentar una opción muy tentadora para las audiencias.

Nos encontramos, entonces, con una emisora pública que cumple con buenas prácticas y buenos modos; pero que al mismo tiempo no aporta novedad desde lo temático ni seguimiento y vínculo con las audiencias. Una emisora con la que casi nadie se indigna, pero que no ve casi nadie. Nos encontramos, en fin, con una emisora que al cumplir con todos los puntos del manual tradicional, nos obliga a repensar los manuales.

1Anual, C. I. (2009). Informe de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión. Capítulo CAPÍTULO VI LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y RADIODIFUSIÓN(Marco Jurídico Interamericano del Derecho a la Libertad de Expresión). OEA/Ser (Vol. 2). L


(*) Lic. en Comunicación UBA. Maestranda en Servicios de Comunicación Audiovisual, UBA. Docente en UCES, UBA y UNPAZ.