La figura del ya exsecretario de Hacienda es la que permite al partido gobernante, lastrado de credibilidad, abarcar un abanico más grande de electores
José Antonio Meade en una reunión con los líderes de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), este lunes. Mario Guzmán
Palacio Presidencial de los Pinos, junio de 2014. La selección de México logra ante Camerún su primera victoria en el Mundial de Brasil. El presidente, Enrique Peña Nieto, celebra el triunfo junto a sus más allegados. Camisas blancas, corbatas verdes, la felicidad del momento no es circunstancial. El mandatario está de dulce, su imagen dista de la que se formará los siguientes años. Muchos de los que se pensaba que podrían llegar a sucederle –Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño…– están presentes esa tarde, se encuentran en la foto, que pervive en el imaginario mexicano. El gran ausente es hoy el protagonista.
José Antonio Meade no es parte del círculo cercano de Peña Nieto, pero sí garantiza la continuidad del proyecto del presidente. Con su posible candidatura presidencial PRI busca un lavado de cara, distanciarse de la corrupción y los altos índices de violencia que han sacudido la imagen, los dos asuntos que capitalizarán las elecciones de julio de 2018. En ambos, la credibilidad del partido gobernante está por los suelos. Mientras la impunidad no cesa y el país se desangra –2017 será, presumiblemente, el año con más homicidios que se recuerde nunca–, la figura de Meade está ligada a la estabilidad económica, como se encargó de resaltar Peña Nieto este lunes al aceptar su renuncia como secretario de Hacienda y destaparlo como candidato priista.
"Meade encarna esa imagen de modernización neoliberal de Peña Nieto, la cara más vendible del PRI de lo que no es el PRI, unos aires de renovación de algo que no deja de ser un proceso de continuidad", opina Carlos Bravo Regidor, analista y profesor del CIDE. “Meade representa la mejor parte del sexenio de Peña Nieto; si tuvo algunos éxitos, estos fueron los de las reformas estructurales, la parte más tecno”, añade Ana Laura Magaloni, investigadora de la División de Estudios Jurídicos del CIDE. El hecho de que Meade haya ocupado tres carteras diferentes durante el sexenio de Peña Nieto –Hacienda, Relaciones Exteriores y Desarrollo Social– y sea el único miembro del Gabinete que participó en el Gobierno de Felipe Calderón –al frente de Hacienda y Energía– le concede además una reputación tecnocrática. "Más que un político, es un funcionario con fama de competente, muy bien formado", añade Bravo.
A diferencia de otros mandatarios con peso en el PRI, incluyendo el presidente, Meade ha estado exento de verse implicado en casos de corrupción, lo que no quiere decir que no vaya a verse afectado por la lacra que ha carcomido al tricolor en los últimos años. Meade ha estado en la cúpula del Gobierno todo el sexenio, por lo que uno de los grandes desafíos en campaña será ver cómo encara los dos temas que más golpean a la marca del PRI. “En la lucha contra la corrupción veremos si es creíble o no, porque serlo implicaría ir contra los que le han apoyado”, considera Magaloni.
El haber participado en dos Administraciones distintas y no significarse ideológicamente es algo a lo que el PRI puede sacar provecho, en un escenario de desapego global hacia la clase política, una corriente a la que México no es ajena. "No deja de ser una ironía que el PRI se vaya a beneficiar de este sentimiento antiestablishment", considera el profesor del CIDE. La opción de Meade es la que permite al PRI abarcar un mayor abanico electoral, a costa de sacrificar a parte de su base, que ve con recelo cómo alguien que no es miembro del partido vaya a representarlo. "Meade se convierte en el candidato del centro derecha, que buscará ir tras los votos del PAN desencantado y de ese México satisfecho con el país", opina el analista Jesús Silva-Herzog.
El PRI vuelca ahora todos sus esfuerzos en reducir las distancias con el dos veces candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador. Una encuesta publicada la semana pasada por el diario El Universal daba una preferencia del voto al líder de Morena del 25%, por el 19% del PAN y el 16% del PRI. Agonizando antes casi de nacer el Frente Ciudadano por México –la coalición de PAN, PRD y Movimiento Ciudadano–, el PRI quiere jugarse la elección presidencial en un todo o nada con López Obrador, apoyado por la fragmentación del voto de candidatos independientes, como Margarita Zavala, esposa de Felipe, que abandonó el PAN recientemente. A diferencia de otros candidatos de la formación gobernante, Meade es el aspirante antagónico a López Obrador. Si el líder de Morena a buen seguro argumentará que su elección confirma la alianza implícita del PRI y el PAN (PRIAN), que ha venido denunciado durante mucho tiempo, para evitar su llegada a Los Pinos, el tricolor volverá a recurrir a la diatriba de elegir entre la continuidad o la amenaza para el país que, según han insistido, supondría una victoria de López Obrador. "El PRI va a trasladar la imagen de que Meade representa la estabilidad, la conciliación mientras que El Peje (el líder de Morena) representa el enojo y la protesta", asegura Carlos Bravo.
El aura aséptico de Meade es una cualidad distintiva, y definitiva también, en su elección como aspirante respecto a los otros políticos priistas que optaban a ser candidatos presidenciales, una batalla que, después de este lunes, parece ya haberse decantado. Aunque hasta finales de esta semana se pueden registrar aquellos que aspiren a la candidatura presidencial, resulta quimérico pensar que alguien cercano al presidente vaya a hacerlo. El costo político para el mandatario sería enorme después de haberse deshecho en elogios con Meade este lunes. "Ya pasamos un punto de no retorno, si no jurídico, sí político", opina Bravo Regidor. "Toda esta cargada priista, que todos hayan apoyado incondicionalmente y hayan sido tan disciplinados, creo que ha sido un mensaje muy claro", añade Silva-Herzog.
En esa batalla ha jugado un papel determinante la poca conflictividad que genera Meade en comparación, por ejemplo, con el secretario de Educación, Aurelio Nuño –marcado por la reforma educativa y el conflicto con los maestros del pasado año– o el de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, cuyas opciones fueron sepultadas por los altos índices de violencia del país. Todo ello, no obstante, puede jugar en su contra de aquí en adelante: "No está claro que Meade sea un buen peleador. Por delante tiene el reto de no ser solo un tecnócrata, un político palaciego", considera Silva-Herzog. "Meade no tiene cicatrices porque no ha dado batallas, es muy adverso a los conflictos", completa Bravo Regidor.
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