¿War is over?

Leemos en Artepoítica
Por Nicolás Tereschuk (Escriba),






El editor jefe del diario Clarín Julio Blanck explicó el año pasado que el matutino había hecho “periodismo de guerra” durante buena parte de los años kirchneristas. La continuidad de esas prácticas bélicas desde la asunción de Mauricio Macri, a lo que se ha sumado en ese y otros medios una prensa hecha a mano por servicios de inteligencia nacionales y extranjeros motiva estas líneas.

La idea surgió de manera inmediata luego de que un lector de este blog nos llamara la atención sobre un pasaje del muy conocido libro “Cartas Quillotanas. El debate entre Alberdi y Sarmiento sobre la constitución del Estado nacional” que recopila misivas entre ambos forjadores de la institucionalidad argentina. Son textos escritos después de la batalla de Caseros y antes de la aprobación de la Constitución Nacional, entre el 12 de noviembre de 1852 y el 4 de marzo de 1853.

En su primera carta, Alberdi acuña el concepto “prensa de combate” y amonesta a Sarmiento por su práctica a destiempo. La gran pregunta que parece estar presente en el texto de Alberdi es una que se repetirá en varias ocasiones más en la historia argentina. Es una que surge cuando aquellos que no están enrolados en el “campo popular” deben pasar de “combatir” a “hacer”. De destruir a construir. De hacer la guerra a “unir a los argentinos”.

Alberdi habla en ese contexto del “rol de los medios”, pero como cualquiera que piense ese tema fuera del consumo irónico y cierta superación desde la que muchos se cuidan de parecer kirchneristas paranoides en nuestra época, también lo estará haciendo de la política misma. Porque “periodismo de guerra” y “política de guerra” van de la mano ¿o no? ¿Estamos entonces -en términos metafóricos- ante un “ni vencedores ni vencidos”? ¿O estamos ante los fusilamientos de Aramburu? Alberdi habla por su tiempo pero parece ver más allá. Porque es en este tipo repetidas encrucijadas en el que quizás se juegue el destino de las siempre actuales derechas triunfantes.

Escuchemos. Me extiendo con las citas pero si tienen un poco de paciencia verán que realmente impresionan. Dice el autor de las Bases:


“La prensa de combate y el silencio de guerra, son armas que el partido liberal argentino usó en 1827; y su resultado fue la elevación de Rosas y su despotismo de veinte años. Usted y sus amigos, volviendo a la exaltación bisoña de aquel tiempo, no hacen más que repetir los desaciertos del antiguo partido unitario, que usted mismo condenó en ‘Facundo’ en días más serenos, y que hoy, después de veinte años de lecciones sangrientas, pretenden repetir sin tener la excusa de sus modelos”.

Asomémonos a la crudeza con la que Alberdi trata el tema, lejos de creer que lo que se escribe y se lee tiene una importancia menor o que está desvinculada de lo que se hace:


“La guerra militar de exterminio contra el modo de ser de nuestras poblaciones pastoras y sus representantes naturales, tuvo su fórmula y su código en el ‘Pampero’ y en el ‘Granizo’, imitaciones periodísticas de la prensa francesa del tiempo de Marat y Danton, inspiradas por un ardor patriótico, sincero, si se quiere, pero inexperto, ciego, pueril, impaciente, de los que pensaban que un par de escuadrones de lanceros de Lavalle bastarían para traer en las puntas de sus lanzas el desierto y el caudillaje, que es su resultado, en la desierta República Argentina”.

“No estoy por el sistema de esos escritores, que nada tienen que hacer el día que no tienen qué atacar”, señala Alberdi. Y luego vuelve a la carga: “Quiero hablar de la prensa, de su nuevo rol, de los nuevos deberes que le impone la época nueva que se abre para nuestro país desde la caída de Rosas, a propósito de usted y de sus recientes escritos”.

Alberdi le recuerda a Sarmiento su trayectoria en la “prensa de Chile”, con la que combatía contra Rosas. Pero en este momento posterior a Caseros, advierte: “…tanto como era provechosa su iniciativa cuando usted combatía lo que detestaba de corazón toda la República, sería peligroso que usted atrajese a la juventud, que conoce sus antiguos servicios, en el sentido turbulento y continuamente agitador de sus publicaciones posteriores a la caída de Rosas”.

Escuchemos con atención: “Si la prensa es un poder público, la causa de la libertad se interesa en que ese poder sea contrapesado por sí mismo. Toda dictadura, todo despotismo, aunque sea el de la prensa, son aciagos a la prosperidad de la República”. Vaya. ¿Y Telecom? (Perdón).



“El escritor liberal que repitiese hoy el tono, los medios, los tópicos que empleaba en tiempo de Rosas, se llevaría chasco, quedaría aislado y sólo escribiría para no ser leído. Por más de diez años la política argentina ha pedido a la prensa una sola cosa: guerra al tirano Rosas. Eso pidió al soldado, al publicista, al escritor; porque eso constituía el bien supremo de la República Argentina por entonces. Esa exigencia de guerra ha sido servida por muchos; usted es uno de ellos, no el único. Una generación entera de hombres jóvenes se ha consumido en esa lucha. Por diez años usted ha sido un soldado de la prensa; un escritor de guerra, de combate. En sus manos la pluma fue una espada, no una antorcha. La luz de su pluma era la luz del acero que brilla desnudo en la batalla. Las doctrinas eran armas, instrumentos, medios de combate, no fines”. Pavada de crítica.

Y hay más frases que resuenan a través de las décadas, de los siglos: “Los que han peleado por diez y quince años han acabado por no saber hacer otra cosa que pelear”.


“Ante la exigencia de paz, ante la necesidad de orden y de organización, los veteranos de la prensa contra Rosas han hecho lo que hace el soldado que termina una larga guerra de libertad, lo que hace el barretero después de la lenta demolición de una montaña. Acostumbrados al sable y a la barreta, no sabiendo hacer otra cosa que sablear y cavar, quedan ociosos e inactivos desde luego. Ocupados largos años en destruir, es menester aprender a edificar”, añade Alberdi, antes de marcar quizás lo que sea el punto clave de la carta: “Destruir es fácil, no requiere estudio; todo el mundo sabe destruir en política como en arquitectura. Edificar es obra de arte, que requiere aprendizaje”.

Y he aquí el malestar: “La prensa de combate, que no ha estudiado ni necesitado estudiar estas cosas en tiempos de tiranía, se presenta enana delante de estos deberes. Sus orgullosos servidores tienen que ceder los nuestros, en que descollaban cuando se trataba de atacar y destruir, y su amor propio empieza a sentirse mal. Ya no hay ruido, gloria, ni laureles para el combatiente; empieza para él el olvido ingrato que es inherente a la república. El soldado licenciado de la vieja prensa vuelve con dolor su vista a los tiempos de la gloriosa guerra. La posibilidad de su renovación es su dorado ensueño. De buena gana repondría diez veces al enemigo caído, para tener el gusto de reportar otras diez glorias en destruirlo. Pelear, destruir, no es trabajo en él; es hábito, es placer, es gloria. Es además oficio que da de vivir como otro; es devoción fiel al antiguo oficio; es vocación invencible otras veces: es toda una educación finalmente. Al primer pretexto de lucha, ¿qué hace el soldado retirado de la antigua prensa? Grita a las armas; se pone de pie. ¿No hay un verdadero Rosas?, finge un Rosas aparente. Le da las calidades del tirano caído, establece su identidad, y así legitima el empleo íntegro de sus antiguos medios”.

El liberalismo de Alberdi se enfrenta a su reverso, a su sombra argentina, el conservadurismo sin miramientos:


“El día que creáis lícito destruir, suprimir al gaucho, porque no piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de exterminio y renováis el sistema de Rosas. La igualdad en nosotros es más antigua que el 25 de Mayo. Si tenemos derecho para suprimir al ‘caudillo’ y sus secuaces porque no piensan como nosotros, ellos le invocarán mañana para suprimirnos a nosotros porque no pensamos como ellos”, dispara. Y continúa: “Writh decía que en el uso de los medios violentos los federales de Rosas no habían sido sino la exageración de los unitarios de Lavalle. El día que este general fusiló a Dorrego por su orden, quedó instalada la política que por veinte años ha fusilado discrecionalmente. El ‘Granizo’ y el ‘Pampero’ inauguraron la prensa bárbara que acabó con él y con los suyos”.

La supresión del otro, las balas, la prensa bárbara, el abismo que puede repetirse una y otra vez es una visión clara para un Alberdi que no sabe que quienes se digan liberales en la Argentina futura lo citarán con un parche en el ojo.

“Cuando la iniquidad quiere eludir el principio, crea distinciones y divisiones; divide a los hombres en buenos y malos; da derechos a los primeros y pone fuera de la ley a los segundos, y por medio de ese fraude funda el reinado de la iniquidad, que mañana concluye con sus autores mismos. Dad garantías al caudillo, respetad el gaucho, si queréis garantías para todos”, desafía el polemista de Sarmiento.

Y ya sobre el final embiste: “Es la mala prensa, la venenosa prensa de guerra civil, que tiene la pretensión necia de ser la prensa grande y gloriosa, que en otro tiempo luchaba contra el tirano, objeto de escándalo de un siglo y de dos mundos. He ahí la prensa degenerada y bastarda que hemos visto anhelosa de reaparecer después de la caída de Rosas”.

El pesimismo de Alberdi se deja ver: “La vida de paz pide una prensa de paz, y la prensa de paz pide escritores nuevos, inteligentes en los intereses de la paz, acostumbrados al tono de la paz, dotados de la vocación de sus conveniencias, enteramente opuestas a las de la guerra. Ese rol es imposible para los escritores de guerra. No hay ejemplo de que el soldado veterano se haga comerciante perfecto; y se necesitan fuerzas sobrehumanas para que un hombre acostumbrado a predicar la guerra por 15 años se vuelva un predicador de concordia y de sosiego de un día para otro”.

“La prensa como elemento y poder político, engendra aspiraciones lo mismo que la espada; pero en nuestras poblaciones incultas, automáticas y destituidas de desarrollo intelectual, la prensa que todo lo prepara, nada realiza en provecho de sus hombres y sólo allana el triunfo de la espada; que al instante halla en su contra la ambición periodística, que antes tuvo por apoyo”, enfatiza y agrega, nada menos: “Tenemos la costumbre de mirar la prensa como terreno primitivo de la libertad y a menudo es refugio de las mayores tiranías, campo de indisciplina, de violencia y de asaltos vandálicos contra todas las leyes del deber. La prensa como espejo que refleja la sociedad de que es expresión, presenta todos los defectos políticos de sus hombres”, añade.

Finalmente, Alberdi no se priva de tratar (ay) de brutos a los periodistas con ironías de alto nivel: “De aquí es que la prensa, como el salón, como la tribuna, como las academias mismas, están llenas de ‘gauchos’ o ‘guasos’ de exterior inglés o francés. El escritor de este género, el caudillo de la prensa como el gaucho de los campos, se distingue por su amor campestre a la independencia de toda autoridad, a la indisciplina, a la vida de guerra, de contradicción y de aventuras. Detesta todo yugo, aún el de la lógica, aún el de los antecedentes. Libre como el centauro de nuestros campos, embiste a la Academia española con tanto denuedo como a las primeras autoridades de la República”.

Sombra terrible del periodismo de guerra, del periodismo de combate, de la prensa bárbara, de los exterminios, de la supresión, de la iniquidad y del destino voy a evocarte. ¿Qué será de la paz y de la administración? ¿Aún es demasiado pronto para hacerse esta pregunta?