De la postverdad a la postcensura



Rubén Weinsteiner


«La gente está muy enojada. Creanmé, muy enojada». El  diagnóstico pertenece a Donald Trump. Lo dio el 15 de mayo de 2016. Para entonces ya no era sólo un empresario inmobiliario, sino un candidato cada vez más ascendente en las primarias del partido Republicano en Estados Unidos. Su candidatura avanzaba posiciones ante el desconcierto del Tea Party, el temor de las empresas del Nasdaq y los chistes recelosos de Stephen Colbert y demás presentadores de late nights. El enojo de «the people» iba a ser el combustible de su campaña. Pero ¿a qué gente se refería?


La grieta, la división radical del electorado de los EE.UU. quedó clara tras la segunda victoria de Barack Obama, pero derivó en una polarización extrema tras la irrupción de Trump. Desde entonces, como dice Mark Thompson, escritor y director de The New York Times, el debate político de EE.UU. está roto, y quienes fueron compatriotas parecen regirse por valores irreconciliables, como si en EEUU se hubiera desatado una Guerra Fría interna.

Trump se subió a la postcensura, un fenómeno nuevo , producto de nuestro tiempo, que surge de la alineación de las redes sociales, la crisis de credibilidad de la prensa y una combinación de corrección política y guerra cultural. La postcensura genera linchamientos, pero sobre todo destruye la posibilidad de un debate racional, y crea las condiciones perfectas para que un discurso como el de Trump tenga credibilidad.

Cada uno sigue y tiene seguidores afines y los diferentes no se cruzan, porque si se cruzan se matan.

Eso pasa también en Argentina, en Twitter, o Facebook, la gente suele ralear a los que piensan diametralmente diferente, los bloquea y no hay debate, y para colmo, los trolls rentados intoxican y le queotan credbilidad a las redes socales.

Si los periodistas perdieron credibilidad por haber quedado de un lado u otro de la grieta y miltar ideas o agendas de negocios, comerciales o políticos, las redes sociales también se devaluaron por el abuso de trolls, por matar a la madre por un TT, por la inexistencia de debate, y porque cada uno se rodea de afines.

En EE.UU. un país donde cualquier comentario de machista puede arruinar la carrera de un presentador de televisión, o donde una alusión poco reverente hacia las minorías puede mandar a la casa a un profesor,o donde una infidelidad puede terminar una carrera política, los demócratas, se tiraron encima de Trump intentando retratarlo como un machista y un xenófobo. Dos palabras terribles para un demócrata, que sin embargo sonaban a rebeldía para una inmensa masa de población blanca y pobre.

Los blancos pobres, veía en Trump a un tipo que hablaba como «la gente». Quedó demostrado cuando Clinton tiro su último tiro a través de The Washington Post y rescató las palabras de Trump de 2005, acaparando todas las portadas: «Si sos famoso, (las mujeres) te dejan hacer lo que quieras, podés hacer lo que quieras. Meterles la mano en la concha todo».

Un video como en el que Trump dice estas palabras, hubiera destruido la carrera de cualquier político demócrata o moderado, pero a Trump no le entraron las balas, según los estudios de Big Data, Trump fue percibido como más«auténtico» por el video. Pese a las acusaciones de misoginia, el 53% de las mujeres blancas, lo votaron. En los focus groups decían que todos los tipos hablan así entre hombres, y recordaban lo que Bill Clinton había hecho con Monica Lewinsky.

La victoria de Donald Trump es la constatación de que hay dos lados en la ciudadanía que se expresan en lenguajes incompatibles y se rigen por valores antagónicos.



Lo que un bando ve como positivo, el otro no y viceversa y los dos pueden justificar casi todo, cuando lo hace su lado. Pareciera ser que se mueven por un interés superior que justifica todo. Hay que ganarle al otro, porque resultan posturas irreconciliables.

En Argentina pasa lo mismo, los macristas están dispuestos a todo, con tal que el kirchnerismo/peronismo no vuelva, y el peronismo quiere que el macrismo se vaya lo antes posible. Ninguno tiene una mirada honesta sobre la realidad, sino que la acomodan para que se adapte a su agenda.

En esta división, grieta aparece una nueva forma de censura, la postcensura, que aparece cuando sólo le hablamos a los afines y no hablamos con los que están del otro lado de la grieta. Y cuando se da un cruce aparece la agresión la violencia que censura todo lo del otro, la postcensura es la censura de la otredad.

La Postcensura se potencia con la preponderancia adquirida por las redes sociales y la caída abrupta de credibilidad de la prensa tradicional. Eli Pariser, autor de El filtro burbuja, indica que los algoritmos de Instagram, Facebook y Twitter ahondan la división creando islas ideológicas cerradas donde los usuarios tienden a recibir solamente opiniones políticas afines, y noticias reales o falsas que corroboren sus prejuicios.

Los bandos empiezan a experimentar un rechazo lindante en la alergia a la mirada de sus adversarios.

En épocas de postcensura, aparecen empresas como Writing in the Margins, que «corrige» los libros antes de ser publicados para «limpiarlos» de expresiones que puedan ser entendidas como racistas, machistas o antinacionales, para cubrirse de rechazos por izquierda o por derecha. Así, una escritora que no tiene nada de xenofoba como J.K. Rowling, autora de Harry Potter, decidió someterse a esta postcensura para ahorrarse posibles linchamientos en Twitter. Su comportamiento respondía a un nuevo miedo contemporáneo: ser acusado de algo que no eres por una multitud de twittros y trolls pagados. Le pasó a Tim Burton, acusado de racista porque sus protagonistas siempre son blancos, o a Scarlett Johansson, que había cometido el "pecado" de interpretar a la cyborg en la adaptación de un manga japonés.



La postcensura es un sistema represivo que no requiere leyes ni estado censor, y que impone sus prohibiciones infundiendo el miedo a ser trolleados.

La postcensura elimina el debate y exacerba los animos con insultos, acusaciones y amenazas. La postcensura potencia las posiciones radicales y se achica el espacio para la convergencia y la neutralidad.

Lo novedoso es que un sector dice lo que para ellos constituyen los peores agravios sobre Trump o Macri, pero para el otro lado nada de eso le hace ruido. Y de ese otro lado, las acusaciones "terribles" en la mirada de estos emisores, no hace mella en los primeros.

La postcensura es un estadío posterior a la postverdad, es el escenario donde cada sector construye sus "alternative facts", su sus subjetividades y sus postverdades, y donde ya no hay lugar para el debate, ni siquiera para la interacción. Los antiTrump no ven a Trump como su presidente, y quieren que se vaya lo antes posible, lo pro Trump, consideraban a Obama un traidor antinorteaméricano.

La Postcensura habilita territorios de homogeneidad, retroalimentación y alejamiento de los campamentos, determinando quiebres cada vez más profundos en las sociedadades.
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Rubén Weinsteiner