El segmento #cumbia en el #votojoven



Rubén Weinsteiner

Los cumbieros configuran un segmento, numeroso, potente y horizontal. Dentro del segmento, su núcleo duro se constituye en una tribu urbana muy popular.

El segmento en sí es esencialmente popular, tanto por lo numeroso como por su extracción social.

Sus miembros son jóvenes de la base de la piramide, que legitiman, reivindican y transforman en su ADN identitario a la cultura de las villas.


La palabra cumbia, deviene de la expresión afroamericana “cumbé” que significa fiesta, es uno de los géneros más populares de la música latinoaméricana. Si bien tiene diferentes acepciones musicales en diferentes países, es un ritmo asociado a los sectores de bajos recursos, que fusionan ritmos africanos, aborígenes latinoamericanos y españoles.

Nace la cumbia

En la Argentina, la cumbia comenzó a formar parte del imaginario en los sesenta, con el Cuarteto imperial, en los setenta aparecieron los primeros galpones, antecesores de las bailantas, donde se bailaba cumbia, chamamé, y se fusionaban en ese conurbano heterogéneo, ritmos de muchas provincias. Vinieron Gilda, Sombras, los Palmeras, Antonio Ríos, cantante del grupo Green, del grupo Sombras y luego de Malagata.

En los 90 Ricky Maravilla fue el primer bailantero que hizo bailar a todas las clases sociales, incluso en Punta del Este “los chetos” medio en joda, bailaban su música


 
La cumbia se hace villera

Pero a fines de los 90, dio un giro disruptivo, y explotó como “cumbia villera”. Los cumbieros se negaban a ser la atracción de “los chetos”. El país iba al precipicio con las políticas de Menem y De la Rúa, y las contradicciones se agudizaron.

Apareció la cumbia de barrio, con bandas Metaguacha y Guachín, con un repertorio muy del conurbano profundo, contestario y reactivo a lo que estaba pasando.



Flor de Piedra intentaba autodenominar como cumbia cabeza -tal es el nombre de una de las canciones de su primer disco- a su estilo (el término cabeza deriva del término peyorativo cabecita negra), mientras que Pala Ancha y Sipaganboy lo intentaban imponerlo como cumbia callejera -nombre del primer disco de Pala Ancha, producido en el año 2000-. Por su parte, El Indio en el año 2000 comienza su carrera y edita su primer disco, llamado Cumbia de barrio, intentando así imponer ese nombre.

Términos como cabeza o de barrio ya eran usados desde hace algunos años en Argentina para caratular al estilo de rock and roll (rock barrial, rock cabeza, punk barrial, punk cabeza, etc.) de bandas como Ratones Paranoicos, Flema, 2', Attaque 77, La Renga, Bersuit Vergarabat, Viejas Locas, Jóvenes Pordioseros, etc., y de hecho ya en los '70 había un estilo de punk denominado street punk (punk callejero en inglés), más adelante llamado oi.

El nombre de cumbia villera aparece en el año 2000 debido al nombre homónimo (Cumbia villera) del primer disco (y de una de las canciones del mismo) de Yerba Brava (cuyo vocalista provenía de la ya disuelta banda Canto Negro).

Pablo Semán, sociólogo argentino, antropólogo, investigador en el CONICET y profesor en el Instituto de Altos Estudios Sociales y la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de General San Martín, argumenta que la cumbia villera está por fin siendo reivindicada en la década de los 2010s en los círculos de cultura, filosofía y pensamiento (como universidades y secretarías de gobierno) como un representante genuino de la expresión de los postergados.

Las nuevas acciones de apoyo y difusión desde las figuras más representativas de los otros géneros musicales, como la ascendente promoción en los 2010s de bandas de cumbia villera por publicaciones mainstream del rock y el pop como la revista Rolling Stone de Argentina, la organización de recitales y fiestas de cumbia villera en locales y clubes donde las bandas mainstream del rock y el pop suelen tocar, por fuera del circuito de bailantas tropicales (el conglomerado de discotecas de cumbia y música tropical), y por último, la cercana colaboración y producción financiera de bandas de cumbia villera por músicos mainstream como Andrés Calamaro, Vicentico y Fidel Nadal, es también un fenómeno de la década de los 2010s que es visto como un signo de buena salud en el género.
Con todo y más allá de los pormenores, la cumbia villera permanece en la memoria del imaginario colectivo como la más agresiva, la más desafiante y la más socialmente consciente forma de cumbia hecha en toda la historia, y uno de los últimos géneros hechos con auténtico compromiso social en toda la música en tiempos recientes.

La cumbia villera siempre recibió críticas feroces del establishment, por reivindicar a “los pibes chorros”, el consumo de drogas, demonizar a la policía, y enunciar estigmatizaciones de genero. 

La aparición de la cumbia villera determinó un punto de inflexión, por primera vez el conurbano profundo expresaba una contestación social visible.

Cumbia y conurbano

En este segmento se mezclan argentinos de varias generaciones, generalmente con tatarabuelos que llegaron en los 40 al conurbano, a las llamadas ciudades dormitorio, expulsados de la ruralidad del interior por la crisis de los 30, que desencadenó una baja fuerte de las materias primas que exporta la Argentina, y convocados por el proyecto industrial del peronismo, que nutrió con estas migraciones a las fábricas que conformaban la incipiente industria nacional.

Según varias investigaciones, el trabajo no era la prioridad de estos migrantes, aunque obviamente venían “a laburar”. Lo que más buscaban era infraestructura para los hijos, concretamente, educación y salud.

De esa manera se fue conformando un conurbano macrocefálico, con una gran preponderancia electoral potenciada luego de la reforma del 94.

A ese conurbano llegaron inmigrantes paraguayos rurales, durante los 90 y 2000, sus hijos se integraron a los tataranietos de los chaqueños, santiagueños, tucumanos etc.

La cultura de la villa, eje central de la construcción identitaria del segmento #cumbia, reivindica la gestualidad villera, el marco epistémico, los oficios, las comidas y el folklore. La droga, los ladrones, la policía, los buchones, adquieren valoraciones intensas en este segmento.

El segmento #cumbia, ha contruido clivajes muy fuertes con respecto a sus otredades. Los “blancos”, la policía, “los chetos”, son “el otro” que los definen y solidifican en su identidad.

Un clivaje asimétrico, donde ellos se reconocen como “los negros”, “los grasas” frente a una otredad poderosa, “careta” que marca la agenda, modelos y valores, a los cuales los cumbieros no sólo que no adhieren, sino que rechazan. Una otredad que plantea un mundo del cual los cumbieros se sienten excluidos.

En los recitales de las bandas, podemos escuchar, “el que no salta es un cheto” “el que no salta maneja un patrullero”. Los “blancos” y “la ley” o “la gorra”(desde un policía hasta un patovica), dos otredades intensas, que plantean derivaciones múltiples.


La periferia asume un rol de centralidad en el segmento #cumbia. Una periferia definida por la exclusión, la ausencia del estado, (en términos relativos, en el conurbano bonerense hay muchísimo más estado, que en muchos conurbanos latinoaméricanos), y la fragmentación territorial, social, económica y cultural que determina una fuerte desigualdad sintetizada por una fotografía aérea de excluidos e incluidos, a pocos kilómetros de distancia, sin interfaces que estimulen las interconexiones socialmente eficaces.

En la cultura cumbiera, compartir la exclusión y sus consecuencias permite el reconocimiento de códigos, marcas y rasgos distintivos definidos y legitimados por el segmento como propios que definen su praxis social.

Territorialidad

Esa territorialidad marcada por la exclusión, ausencia del estado y postergación, define una identidad que teme rechaza las interacciones con la otredad, que legitimarían la asimetría que propone la realidad. Por eso sus límites y el “derecho de admisión” en ese sentido son muy estrictos.
 La villa aparece en el imaginario del segmento cumbia como su lugar de referencia histórica, un “territorio sagrado”, base de las tradiciones, de los mitos, de la emotividad y el afecto, donde los cumbieros pueden desarrollar rituales, prácticas sociales, la construcción de nuevos saberes y de un entramado social eficaz.

La villa como lugar y los actores territoriales estratégicos, ya sea líderes, artistas, “chorros” puestos en la categoría de héroes, por su valor, su solidaridad o por haberse convertido en mártires, asumen un rol de centralidad identitaria en la vida del cumbiero.


Cantarse y narrarse

Pablo Lescano cuenta que el fue el primero que cantó sobre los que veía a su alrededor “Me crié adentro de un rancho/entre humo, cumbia y borrachos/por eso soy villero” “Yo fui a lo de Tinelli y le dije al director, loco, acá nos tenemos que vestir igual que los pibes que van a la bailanta, con equipo de gimnasia y gorra”.

Damas gratis, la banda de Lescano, tiene un disco llamado “100% negro cumbiero”, que se transformó en un slogan en el segmento.

Asumirse “negro cumbiero” es liberador para los integrantes del segmento. Muchos los desprecian, los rechazan, los estigmantizan, ellos se asumen y con eso siente que desarman a sus enemigos.

"Negro cumbiero"

Ser “negro cumbiero”, ser parte de “los pibes”, es sostener la cultura del “aguante” es un límite ser un delator un “botón”, o no bancar al compañero que está en problemas. El “bardo” es un estilo de vida, la ley es enemiga, corporizada en la policía, los patovicas o los límites culturales de las ciudades que no conforman su territorio, y los “chetos” son la otredad más extrema, con los cuales no se interactúa ni transa.

Los “chetos”, son caretas, son “gatos”, “vigilantes”, no tienen “aguante”, “tienen guita pero no saben lo que es la vida en la villa, que es lo bueno”, y básicamente, no comparten la territorialidad de “los pibes”, lo que los deja afuera del mundo cumbiero.


Marco epistémico y simbología

Rescatarse es ocuparse de lo de uno, la gorra es la policía, sustancia es la droga, santuario es el lugar de reunión, rati, yuta, Cobain es la policía, gato, es alguien trucho, chetos, atorrantes, bardo, buche, etc
En el plano de la simbología los podemos ver con ropa de gimnasia, gorra con visera, algunos con el pelo teñido de rubio, gel y “altas llantas” (buenas zapatillas).

Cumbieros vs Chetos

Este segmento tiene muy marcado el código de funcionamiento del #votojoven, de valorizar la autenticidad y la comprensión.

Para el cumbiero el cheto no es auténtico y tampoco es solidario. El cumbiero se piensa desde un lugar que altere la asimetría con “los chetos” desde un lugar humanamente más digno que estos. Para el cumbiero “los chetos” esconden sus problemáticas, que según ellos son muchas y graves. Esto le resuelve parte de la asimetría y le brinda una autopercepción menos desfavorable que la narrada por los medios.

Para los medios el cumbiero, es un “pibe chorro” alguien despreciable que debe ser señalado. Por eso los cumbieros priorizan sus medios locales, y si tienen que ir a “caretear” a los medios “chetos” los hacen por plata pero nada más.

La imagen del segmento que le devuelve el mainstream es muy mala, por eso los cumbieros se construyeron sus propios significados marcarios y percepciones de lo que es ser cumbiero.


La cumbia vota

El voto cumbiero es tribal, es más sensible a los vaivenes económicos que los blindajes y operaciones mediáticas, no confía en nadie que no se de los pibes o el entorno villero, pero sabe percibir quien está más cerca y más lejos.

Lo aspiracional puede funcionar en forma temporal y no como lealtad sustentable. Requerirá de una estrategia de sustitución de anclaje muy fuerte y de visibilidad y acercamiento.

Marcas como De Narváez o Macri, con un fuerte componente aspiracional, pueden llegar a obtener el voto cumbiero en alguna elección. De Narváez tuvo una performance aceptable en ese segmento en 2009. A Macri, en la villa lo votaron los mayores, entre los jóvenes cumbieros ganó claramente Scioli, pero hubo muchos cumbieros que lo votaron, porque se sintieron defraudados con la oferta del peronismo.

Esto de vivir como pobre, viajar como pobre, comer como pobre, vestirse como pobre, curarse como pobre, pero votar como rico, es algo muy horizontal a nivel global, y generalmente viene acompañado de un esquema aspiracional, con marcas políticas que se muestras cercanas y la defraudación de la oferta que naturalmente sería más acorde al segmento, Trump es el último caso.

El cumbiero valora lo unplugged, y condena la impostura, mostrarse tal cual se es, cantar la vida en el barrio con la pobreza, la droga, el alcohol y la violencia es revelador y portador de autenticidad.

El reptiliano -el sector cerebral más primitivo que determina el 55% del sistema de preferencias- del cumbiero demanda reconocimiento ante todo. Pide a gritos que lo consideren alguien normal, que no le teman, que lo incluyan, que lo piensen y que lo narren. Que le hablen a él, y que entiendan su entorno y circunstancia, sus limitaciones, motivaciones, escala de valores. Quieren respeto, quieren que les hablen a la altura de los ojos, sin impostaciones, crudo y duro. El cumbiero busca empatía e identificación asumiendo las diferencias.

El cumbiero, no interactúa con jóvenes ni adultos de diferentes a él, más que lo que puede llegar a imponer el trabajo. La tribu es todo, quiere cambiar muchas cosas, tiene futuro, mucha incertidumbre, algunas ilusiones y muchos miedos. Tiene deseos y necesidades, está abierto, espera mucho y es lábil.

Piden desde la promesa de la marca política, un sistema más flexible, que los registre, que los narre de otra manera, que los contenga, que les permita ingresar, ser parte y ascender, sin estigmatización ni demonización, que opera muchas veces como auto rechazo hacia adentro del segmento.

Entre los cumbieros popularidad no es lo mismo que influencia. La visibilidad es importante, pero es un segmento tan cerrado que la influencia requiere de una validación tribal muy estricta, apoyada en la marca política a través de la promesa de la misma, la narrativa de su identidad, personalidad, su discurso, posicionamiento y su simbología y ritualidad.

Hablar con los jóvenes cumbieros, impone ante todo reconocimiento, valoración y “hacerlos sentir parte”. Para que además de hablar con ellos, te escuchen, hay que revelar compromiso.

La comunicación entre una marca política y los cumbieros, en medio de la disputa de sentidos, emociones y ofertas simbólicas, requiere por parte del joven de una validación tribal y de construir vivencias y atravesar una instancia colectiva, donde se comprometan las emociones. Hay que “subirse al mismo barco” con ellos para lograr cambios. El estar arriba de ese barco le da sentido a la bronca y la transforma, proponiendo desafíos con la pasión de la acción y compromiso integrador.

Rubén Weinsteiner

Rubén Weinsteiner