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El embajador en Estados Unidos tiene 45 años. Es Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires (o El Colegio a secas), economista de la San Andrés y “Master” en el London School of Economics and Political Science. Desde su formación arrastra con un mandato cantado: ser parte de la élite argentina. Ese deber ser le justifica los sucesivos cambios de camisetas partidarias, meras circunstancias para cumplir la meta existencial.

Lousteau es un dirigente versátil, tanto en las sociedades políticas que armó en los últimos 15 años, como en su registro discursivo: pasó de profesor de tenis de Palermo a ministro de Economía, y de ahí a comentarista radial cool, en el programa de Andy Kusnetzoff. Y ahora, desde la embajada macrista en Washington, ocupa un casillero paradojal en el tablero de la política: es aliado de Mauricio Macri, pero opositor a Horacio Rodríguez Larreta, a quien estuvo a punto de vencer en el balotaje porteño. Un poco en contra de los esfuerzos que hace Larreta para mostrar un perfil propio y diferenciarse de Macri, desde Casa Rosada ven el cuadro electoral general, y no sólo el capítulo porteño.

Así, con un guiño previo de Macri, Lousteau buscará revancha contra el actual alcalde. Con tal objetivo, que en realidad es el plan de mínima para el 2019, por estos días analiza la posibilidad de presentarse en las legislativas del año próximo. Cuenta con el empuje de la estructura radical porteña, encabezada en las sombras por el mítico Enrique Coti Nosiglia. Para Lousteau se trata de una alianza más, sin compromiso ni mancha moral, a pesar de que sobre la maquinaria de la ex Franja abundan las anécdotas de patoterismo y debilidad por la caja universitaria.

Antes de su actual pacto con el aparato nosiglista, Lousteau fue funcionario de Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires: ocupó desde la jefatura de gabinete hasta la presidencia del Banco Provincia. Ahí se fogueó y multiplicó su agenda de contactos. Pero su verdadera entrada a la política, hoy casi escondida dentro de su CV, se había dado algunos años antes, de la mano de Francisco de Narváez.

En el 2001, Lousteau ancló en la fundación Creer y Crecer, una suerte de antecedente oenegista del PRO. En una época de desprestigio y vacas flaquísimas para la política, esa fundación era un oasis para los profesionales ambiciosos y con interés por llegar al Estado. Creer y Crecer estaba dirigida por un dúo empresario, con roles bien definidos: Mauricio Macri, presidente de Boca desde 1995, era el frontman de la aventura; y Francisco De Narváez hacía de mecenas, un poco en contraposición de la famosa austeridad macrista. Todavía desconocido, mucho antes de su explosión de popularidad tinelliana, De Narváez le había vendido al Grupo Exxel su compañía familiar, la cadena de supermercados Casa Tía. En los años salvajes de las fusiones, la profesionalización y extranjerización de las empresas, De Narváez había hecho punta, con una venta cercana a los 650 millones de dólares.

Así, De Narváez financió varios saltos sincronizados a la política: el suyo, el de Macri y el de una banda de jóvenes, la mayoría hoy con cargos en ministerios, secretarías y embajadas. Por Creer y Crecer y su posterior desprendimiento, ya propiedad exclusiva de De Narváez, la fundación Unidos del Sur, pasaron Lousteau, Alfonso Prat-Gay, Germán Garavano, Eugenio Burzaco y Gustavo Ferrari, entre otros funcionarios actuales.
En 2004, después de que De Narváez bancara la candidatura presidencial de Carlos Menem, Unidos del Sud le publicó a Lousteau y a Javier González Fraga el libro Sin Atajos, un bodoque sobre macroeconomía y sistemas previsionales. Y en 2005, cuando De Narváez buscaba congraciarse con el presidente Néstor Kirchner, Lousteau le hizo de ghost writer. El gobierno invitó a un grupo de empresarios, De Narváez incluido, a una gira por Alemania. Y el ex dueño de Casa Tía le encargó a Lousteau que le preparara un discurso “bien keynnesiano” para lucirse frente a la cámara de industriales de Munich y, en especial, ante el presidente argentino.

Metáfora viviente del electorado volátil y del sistema de representación en crisis, Lousteau busca aprender de la moraleja narvaecista. El embajador de Macri quiere ser más que una estrella fugaz de la política.