La producción popular y los servicios públicos

luz


Cuando se habla de producción popular se piensa en forma más o menos

inmediata en los bienes básicos que todo ciudadano necesita. La alimentación,

la vestimenta, tal vez la vivienda, son los frentes más analizados.

A esos temas se agregan los esfuerzos por hacer sustentables tareas que se

organizaron a partir de la iniciativa de compatriotas excluidos del cauce central

de la economía de mercado, como sucede con los recuperadores urbanos y las

cadenas de agregado de valor a los residuos sólidos.

Aparece, sin embargo, un eje conceptual crítico cuando se intenta pensar una

economía organizada desde la demanda ciudadana, que a partir de ella

estructura la oferta de bienes y servicios necesarios.

En tal caso, se incursiona en un vasto espacio de servicios públicos, que hoy el

capitalismo concentrado atiende de maneras muy diversas.

Se puede hablar de tres tipos de servicios públicos:

1 – Servicios que son comunes a toda instalación humana y que cuando una

sociedad se urbaniza, deben ser atendidos de manera colectiva.

Se trata de la energía eléctrica; el agua corriente; el gas natural; la

evacuación y tratamiento de efluentes domiciliarios y cloacales; la recolección

y tratamiento de los residuos sólidos.

2 – La infraestructura de acceso amplio e irrestricto.

Son los caminos; los aeropuertos; las comunicaciones; el transporte

colectivo.

3 – Servicios personales que deben estar disponibles para todos los

ciudadanos, pero son de acceso individual y voluntario.

Se trata de la educación de todo nivel; la prevención y cura de

enfermedades; el turismo y la recreación; la cultura; la administración de

justicia.

Podríamos decir que el primer capítulo agrupa aquellos servicios públicos

necesarios para la subsistencia; el segundo aquellos otros que definen la

vinculación física o virtual entre los ciudadanos, que son de uso voluntario pero

determinantes de esa conexión social. El tercero, finalmente, servicios que

hacen a conseguir una calidad de vida que emerja de la sola subsistencia. En

este caso, no solo la disponibilidad (la oferta) del servicio es determinante, sino

también la decisión del ciudadano de apelar a la provisión (la demanda).

En su tendencia a convertir todo aspecto posible de la vida comunitaria en un

negocio, donde alguien puede acumular riqueza al atender las necesidades de

los demás, el capitalismo ha invadido históricamente cada uno de los ámbitos

mencionados. Esto ha sido particularmente dañino en las situaciones en que la

tecnología ha marcado la conveniencia de contar con un prestador único. Allí la

voracidad de los monopolios ha entrado en permanente conflicto con la

atención de las necesidades populares, llegando incluso a desestimar

fracciones de población que por su ubicación geográfica o cualquier otra

característica no aseguran la rentabilidad deseada por el prestador.

En un escenario en que las necesidades sociales (la demanda) sean

hegemónicas en las relaciones de mercado, caso por caso, sector por sector,

deberá estudiarse el mejor modo de organizar la prestación y sobre todo,

cuáles serán las restricciones al capital privado – así como eventualmente la

contraria, la promoción necesaria para su participación – para asegurar el

mejor resultado para los ciudadanos.

En una secuencia lógica el primer grupo aparece como el más crítico, luego el

segundo y luego el tercero.

Veamos el detalle. El primer grupo, se recuerda, comprende la energía

eléctrica, el agua corriente, el gas natural, los efluentes domiciliarios y cloacales

y los residuos sólidos urbanos.

Buscando generar un conjunto de principios básicos que luego nos guíen en la

faz instrumental, diríamos que:
a) No es indiferente el actor responsable de la prestación. Cuanto más

interesado esté el prestador en hacer negocios, mayor será la

probabilidad de entrar en conflicto con el fin social perseguido.
b) Los actores posibles no son solamente el Estado o empresas privadas.

Hay un tercer camino que engloba diversas formas de organización

popular para que quienes tienen la necesidad sean en definitiva quienes

aseguren la provisión.
c) Puede haber restricciones tecnológicas para que cada comunidad se

haga cargo del servicio, pero tales dificultades han tenido y siguen

teniendo una evolución en el tiempo, que facilita la descentralización.

Dos buenos ejemplos – hay en casi todo frente – son la energía eléctrica,

al aparecer la energía fotovoltaica o la eólica, y el procesamiento de

residuos sólidos, con la separación en origen y las pequeñas plantas de

clasificación y agregado de valor.

Sobre esas tres ideas, nuestra conclusión es que un Estado inteligente y con

vocación popular puede y debe promover soluciones con participación

comunitaria para:

. Provisión de energía eléctrica a partir de fuentes renovables, con

generación diseminada a escala doméstica y distribución en las redes ya

existentes. Esta provisión podría perfectamente ser administrada por

cooperativas de servicios públicos como las ya existentes en todo el país.

. Participación efectiva de la comunidad en la administración de las

redes de distribución y de los sistemas de generación concentrada que

constituyen núcleos de problemas recurrentes.

. Sistemas de agua corriente y de tratamiento de efluentes domiciliarios

y cloacales con administración cooperativa, cuya escala óptima es un tema

pendiente de definición. La escala, justamente, debe ser variable en función de

la densidad de la población urbana.

. Separación en origen de residuos sólidos urbanos reciclables, con el

liderazgo ambiental de cooperativas de clasificación y reciclado, encargadas

de capacitar a los generadores primarios de residuos, la recolección,

clasificación y agregado de valor, en pequeñas plantas diseminadas por el

territorio, minimizando el transporte y el enterramiento o vertido de residuos en

el ambiente.

. Compostado en escala domiciliaria o de pequeña dimensión del

componente orgánico de los residuos urbanos, con capacitación ciudadana en

las técnicas y aplicación del producto.

Ninguno de esos campos lleva a la necesidad de desarrollos tecnológicos

especiales o grandes inversiones. En realidad, respecto de la situación actual,

se trata de una nueva manera de organización social, que apunta a resolver los

problemas de la comunidad, evitando que negocios de cualquier naturaleza

interfiera en la solución efectiva de los temas.



EL SEGUNDO GRUPO

El segundo grupo de la clasificación preliminar preparada – se recuerda –

comprende la infraestructura no doméstica de uso general: caminos,

aeropuertos, comunicaciones, transporte colectivo urbano, suburbano y de

larga distancia, transporte de cargas.

Se trata de canales de vinculación entre los habitantes, que en una primera

mirada, son típica tarea pública, donde el Estado en todo caso debe asegurar

que contrata a empresas eficientes y de bajo costo. Sin embargo, no es tan

simple.

El diseño de la traza de carreteras; la ubicación de aeropuertos y la frecuencia

de vuelos; la financiación operativa de los sistemas de transporte público; la

propiedad y acceso a las autopistas modernas de comunicación por Internet;

son todas decisiones que determinan el destino de comunidades enteras, en

muchos casos por más de una generación.

Hay casos arquetípicos. Manuel Taboada, caudillo santiagueño, fue junto con

los representantes correntinos, el único que hizo votar en contra de la

candidatura presidencial de Domingo Faustino Sarmiento. En venganza,

Sarmiento como presidente cambió la traza del ferrocarril a Tucumán, que en

lugar de seguir al río Dulce, a la vera del cual estaban las principales

poblaciones, incluyendo la capital de Santiago, siguió al río Salado. Eso provocó

el aislamiento de todas las comunidades de origen quechua, las más antiguas

de la Provincia, aislamiento que se agudizó cuando paralela a las vías apareció

la hoy ruta nacional 34.

De esa zona del sur santiagueño aún hoy – más de 150 años después –

se nutre buena parte del trabajo golondrina del país. Más cerca en el

tiempo, pero no por ello menos perverso, fue el trazado durante el

proceso militar, de rutas de penetración en el este salteño, cruzando

ricas tierras hasta entonces no explotadas, propiedad de la oligarquía

provincial, que a lo largo del cuarto de siglo siguiente se vendieron

a españoles, alemanes y cuanto extranjero pasó por allí.

O la circunvalación de la ciudad de Tucumán, que pasó por tierras de poco

valor previo, a las que prolijamente habían comprado conocidos del

gobernador Ortega antes de conocerse la traza.

Los ejemplos son tantos como la voluntad que se tenga para recopilarlos y

tienen que ver con un componente obvio: un camino, una vía o cualquier forma

de vínculo entre humanos, define cambios patrimoniales y además de ser

usado en términos comunitarios, puede generar negocios para algunos.

Hay situaciones especiales con las tecnologías más nuevas – las

comunicaciones -, que se presentan como complejas, pero que sin embargo

pueden tener un tratamiento análogo a una carretera o una vía ferroviaria.

En una carretera es evidente que puede circular cualquier transporte, sea de

empresas con muchos camiones o con una sola unidad. En la vía ferroviaria, es

menos frecuente, pero puede establecerse una diferenciación entre el dueño

de la vía – habitualmente el Estado – y múltiples usuarios en paralelo, que

alquilen el derecho a transitar por ella. Las modernas redes de fibra óptica

tienen un paralelo total con lo descrito. En Argentina la red nacional ha sido

solventada por el Estado y perfectamente puede operar dando licencia de

tráfico a empresas de variada dimensión.

En definitiva, hay una secuencia clara, que define beneficios o perjuicios de

cualquier obra de infraestructura no doméstica:
a) Planeamiento de la prestación. Análisis de posibles beneficios indirectos

que genera la obra y de los modos para evitar apropiación privada de

ellos.
b) Diseño y ejecución. Discusión de criterios para maximizar el aporte local

y la participación comunitaria.
c) Acceso al uso de la obra. Garantías para que todo usuario tenga acceso,

independientemente de su tamaño.

La simple lectura de esta secuencia lleva a advertir que hay un solo modo de

garantizar que las decisiones en cada plano sean democráticas: la

transparencia y la participación de las comunidades más directamente

involucradas.

El trabajo legislativo pendiente en esta área es enorme, porque

toda la normativa vigente está orientada a cumplir con las formalidades

institucionales clásicas, decidiendo básicamente las contrataciones del Estado

por menor precio entre oferentes, en una puja que favorece las economías de

escala y progresivamente provoca la desaparición de las empresas más

pequeñas.

Adicionalmente, el concepto de participación popular, en cualquiera

de las tres instancias, no está ni siquiera esbozado. Como se ve,

a diferencia del primer grupo de servicios públicos, el Estado tiene un

rol regulador y protagónico mucho más marcado. Su intervención es

determinante para los grupos sociales que se han de beneficiar – o

eventualmente perjudicar – y para la cuantía del efecto.

El juego interactivo entre los funcionarios y los representantes de la comunidad,

concretado a la luz pública, que normalmente ha sido tan difícil de concretar,

es aquí el camino obligatorio.



EL TERCER GRUPO

Probablemente quien siga este texto se sorprenda que ubiquemos a la

educación, la salud, la administración de justicia, el turismo y la cultura como

servicios comunitarios donde la demanda es más flexible y depende en mayor

medida de decisiones individuales que en los dos grupos anteriores.

La sorpresa será legítima en algún aspecto, en tanto forma parte de la

conciencia colectiva que los tres primeros componentes (educación, salud y

justicia) son derechos básicos que cada ciudadano puede reclamarle al Estado

que los garantice y ponga a disposición de todos y cada uno.

Sin embargo, justamente, a consecuencia de esa potestad ciudadana en que

cada uno puede elegir un curso de acción personal en cada tema, situación

que no se da en los otros dos grupos de servicios públicos, es que aquí aparece

el espacio para que organizaciones con fines de lucro participen en la oferta, no

solo compitiendo con la prestación estatal o comunitaria, sino ejerciendo las

presiones institucionales visibles u ocultas que fortalezcan su espacio propio a

través de desacreditar la oferta alternativa e induciendo a los ciudadanos a

incluirse en el mercado como consumidores puros.

La enseñanza privada, la medicina prepaga, los estudios de abogados con

especial fama de gestores, más el turismo y la cultura encaradas como

actividades de mercado, son ámbitos de prestaciones comunitarias donde la

búsqueda del lucro otorga su impronta diferencial a la actividad y la aleja – para

ser enteramente justos: la puede alejar – del concepto que podemos tener de

servicio público. Con dos atributos contradictorios. Por un lado, el hecho

positivo de que aparecen ofertas de calidad que buscan convocar a personas que

saben que pueden optar.

Por otro lado, a medida que por razones de prestigio o de concentración física

de la oferta, se cuenta con la posibilidad de manipular la relación

oferta-demanda, aparecen todos los elementos de abuso de poder de los

monopolios. Esta vez, afectando a facetas que se asocian en forma directa al

acceso a una calidad de vida superior a la subsistencia básica.

Este es el escenario vigente del tercer grupo de servicios. Los gobiernos con

orientación popular se han visto en una encrucijada, porque no sería

socialmente aceptable que excluyan a la actividad privada si no se cuenta con

la seguridad de brindar con eficiencia una prestación como la que surge de

millones de ciudadanos con intereses de lo más diversos.

Por otro lado, normalmente no han podido desempeñar con éxito el papel de

competidores en el mercado teniendo demasiados frentes de conflicto que

atender, sobre todo en materia de pagos internacionales y de regulación del

conflicto de base entre el capital y el trabajo por la distribución de los frutos

del trabajo colectivo.

Ni siquiera se podría decir que un gobierno popular se planteó el problema

netamente en los términos que aquí se exponen. Más bien, gobiernos acosados

por el flanco macroeconómico han considerado estas áreas como un gasto –

muchas veces achicable o postergable -, deteriorando las relaciones con los

trabajadores de las respectivas áreas y lógicamente las prestaciones. El

trasvasamiento de actividad hacia la esfera privada es apenas una

consecuencia elemental de ese escenario. En los pocos intentos de asignar

recursos importantes – el gobierno anterior lo hizo – se lo ha hecho manteniendo

una administración que no se puede liberar fácilmente de la rigidez de las

grandes burocracias; dialoga con los trabajadores en términos pseudo

empresarios; no alcanza a configurar un modelo de trabajo ni a caracterizar el

problema en toda su dimensión.

La intervención corriente del Estado para corregir inequidades; para apoyar a

los más débiles en el mercado; para sostener la educación y la salud en las

zonas más pobres, de un modo u otro termina sucediendo en un espacio donde

los que priman son los intereses económicos de los prestadores privados, más

que las necesidades o inquietudes de la comunidad.

Hay aquí un tremendo espacio vacío, donde las consignas tradicionales de

defensa de la escuela o el hospital público; el acceso de los pobres a una

justicia solvente; el turismo popular, se van convirtiendo en discurso defensivo

abstracto, mientras los negocios van ocupando todos los espacios

hegemónicos.

Sin fundamentalismo y sin obcecación alguna, la lógica de cada ámbito señala

que el camino consiste en avanzar hacia formas que llamaremos de

producción popular, que para estos casos significa de organización

comunitaria básica, con la mayor participación de los involucrados que sea

posible. La misión de un gobierno debería ser la de uniformar criterios de

intervención y suministrar los recursos necesarios para que la comunidad se

organice.

No se trata, como impúdicamente concibió el liberalismo de los ´90, que la

Nación le revolee el problema a las burocracias provinciales. Se trata de asumir

que sobre criterios compartidos y difundidos para la educación, la salud, el

turismo y la cultura, cada comunidad pueda organizarse para administrar la

infraestructura, primero, y dirigir progresivamente la implementación hasta

llegar al dominio total de la situación en su ámbito propio de influencia.

Se trata de dilemas básicos de una sociedad. Tal vez sea relativamente simple

analizar cómo mejorar la participación comunitaria en el turismo o en la cultura.

Mucho más complejo es construir una nueva racionalidad para la educación o

la salud. Parece sin embargo imprescindible.