"Según Disney, para triunfar hay que ser bella y seguir las normas"




Alejandra Martínez es licenciada en Publicidad por la Universidad Siglo 21, magíster en Sociología por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Además se desempeña como investigadora asistente del Conicet en el Centro de Investigaciones y Estudios en Cultura y Sociedad (CIECS). Actualmente dicta clases de posgrado en diferentes programas de maestría y doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba y de grado, en la Universidad Siglo 21. Abocada al colonialismo cultural, en una de sus líneas de pesquisa analizó las normas de género que se proponen en las taquilleras películas de las princesas de Disney.

¿Qué tipo de mensajes subyacen en estas historias?

El premio mayor es el amor asociado al matrimonio; pero para poder acceder a ambos, los personajes deben cumplir ciertos requisitos. En el caso de las mujeres, tienen que ser bellas, bondadosas y seguir las normas sociales, porque si así no lo hicieran, entonces el premio del matrimonio, que es la puerta para la felicidad eterna, se volverá inaccesible. Es el caso de algunas películas más recientes, por ejemplo Valiente. Mérida es una niña rebelde que no acepta la educación que le da su madre para feminizarla y así poderla casar con alguien acorde con su rango de princesa. Ella es lo que en nuestra cultura llamaríamos "marimacho" y las opciones que se le ofrecen para casarse son inviables desde la perspectiva Disney. Los candidatos son presentados como sujetos ridículos y débiles. Entonces, como ella no cumple con las normas de género tradicionales, las opciones que se le ofrecen no son dignas y, finalmente, no se casa.

¿Qué otras características se les atribuye?


La princesa siempre es pasiva y tiene que ser rescatada por el varón, que es mostrado como activo. Las decisiones que impactan en la vida de la mujer son tomadas por el padre o el novio. Esto se relaciona con el tradicional eje de sentido producción, reproducción. Ser mujer es, desde esta mirada, ser madre, atendiendo a otros, adentro de la casa. El varón debe traer el pan. Esto no ocurre necesariamente así en nuestras sociedades, pero el discurso social -y sobre todo los productos orientados al público infantil- todavía está impregnado de esos viejos sentidos polarizados.


¿Y qué más caracteriza a una princesa?

Asociada a la pasividad está la dependencia. Muchas de las princesas, como Blancanieves o la Bella Durmiente, están buena parte de la película inconscientes esperando al príncipe con el que interactuaron dos minutos al principio, momento en el que cantaron una canción juntos. Él las besa, las salva y se las lleva al palacio, como si fuesen un paquete. Lo único que ellas pueden ofrecer es su belleza. Y en las princesas contemporáneas, la situación no cambia mucho. Rapunzel, por ejemplo, tiene algunas habilidades de combate, pero el arma que usa para defenderse es una sartén, reproduciendo los estereotipos de género más tradicionales. Ella es mostrada indefensa, viviendo en una torre, y aunque es físicamente capaz de bajarse arrojando su trenza, no se anima a hacerlo hasta que el varón no la habilita para su descenso.

¿Esto se relaciona con el poder?

Absolutamente. En Frozen, por ejemplo, que supuestamente es un producto de ruptura, una de las protagonistas es una mujer tan poderosa que se vuelve intocable. Es reina y tiene el poder de congelar, pero es solitaria porque tiene poderes que ningún varón puede equiparar. Entonces nadie puede acercarse a ella. Ese es el precio del poder femenino.

¿Qué consecuencias tienen estos estereotipos?

Producen mucha insatisfacción. Una princesa debe ser esencialmente buena, bella, rubia, blanca, delgada y agraciada. Pero, ¿qué pasa si una no es así? ¿Qué referencia tiene una niña con otra fisonomía, etnia y/o realidad socioeconómica en la pantalla grande acerca de sus posibilidades de alcanzar la felicidad? Es previsible que surja en ella la idea: "La felicidad eterna no es para personas como yo". O peor aún, puede pasar toda su vida intentando alcanzar un modelo que es, en realidad, inalcanzable.

¿Cuál es la salida a este discurso?

Mi mayor trabajo de docencia y transferencia hoy consiste en mostrar que este tipo de productos hace infeliz a mucha gente, porque reproduce modelos inalcanzables, injustos, irreales, inequitativos. ¿Quién gana con esto? ¿Cuánto le conviene al sistema y al mercado que una persona se desespere por ser bella, delgada o princesa? ¿Cuánto dinero se invierte en esa búsqueda?