Leemos a Van der Kooy
La empresa de poder va consumando además aquellos objetivos que se propone. El domingo estuvo como espectador del balotaje en la Capital. El 99% de los votos tuvieron como destino dos postulantes no kirchneristas: Horacio Rodríguez Larreta, del PRO, y Martín Lousteau, de ECO. Pero pasados los efímeros momentos de los festejos el kirchnerismo se esforzó por capitalizar las consecuencias objetivas de esa segunda vuelta. En alguna medida lo logró.
Eso habría sido posible también por una concatenación de debilidades ajenas. En especial, dos de ellas: las limitaciones del macrismo para improvisar frente a una realidad impensada; la escasez de espíritu societario en la coalición que, con mucho esfuerzo y recelo simultáneo, Macri tramó con el radical Ernesto Sanz y la diputada Elisa Carrió.
El líder del PRO había imaginado la noche del domingo como el trampolín ideal para el lanzamiento de su campaña nacional. Esa noche fue distinta. No por la victoria indiscutida de Larreta sino por su dimensión. El plan previsto no sufrió ni un cambio. Ni siquiera en el contenido del discurso central. ¿Era aquella la ocasión propicia para convalidar varias de las controvertidas decisiones que en su administración adoptó el kirchnerismo? ¿Cómo entender, por ejemplo, se ensalzara el rescate de Aerolíneas Argentinas el mismo fin de semana que la empresa fue un caos –que aún no terminó– para trasladar de vacaciones a miles de ciudadanos? ¿Qué sentido tuvo, como no fuera un serio error de información, prometer que la Asignación Universal por Hijo (AUH) sería en un hipotético gobierno macrista un derecho por ley, que ya es?
El fondo de la cuestión, en verdad, podría ser otra. Macri no habría logrado consolidar los términos de un contrarrelato para pulsear con el kirchnerismo. Solo se animaría a ofrecer versiones mejoradas de determinaciones K que, en su momento, tuvieron un origen turbio y un desarrollo complejo de explicar. En ese terreno la propuesta de Cambiemos (el nombre de la coalición) tendería a aguarse.
¿Por qué motivo Macri hace esas cosas como las hace? Porque supone, según los estudios de opinión pública, que existiría una porción considerable de la sociedad que las vería con buenos ojos. Aunque se trate de una mirada inmediatista. Esa misma práctica explicaría los cuidados públicos que el candidato ha tenido siempre con Cristina. Nunca figura en su agenda de las críticas. El lunes debió contestar una ironía de Máximo Kirchner –lo hizo con moderación– porque tolerarlas hubiese significado demasiado para su porte de presidenciable.
Un tic parecido reitera con el gobernador de Buenos Aires. No parece que fuera su rival para suceder a Cristina. La omisión de Massa apuntaría a impedirle terciar en la pelea y producir la polarización. Pero se comprende mucho menos la ausencia de referencias a Scioli y a su gestión en la provincia, vulnerable por demasiados flancos. “Daniel tiene muy buena imagen. No conviene confrontar con el”, argumentó confidencialmente un asesor. Se trata, ni más ni menos, que de su adversario político. Una explicación difícil de entender.
No sería en ese segmento opositor la única. Después del balotaje cabría interrogarse sobre el compromiso de los principales pioneros con la coalición. O sobre la cabal comprensión acerca del momento para liberar las energías y zambullirse en la batalla central. Habría que hacer, en ese contexto, una salvedad. Carrió pareciera tener más clara que los demás la verdadera meta. Se negó a dejarse enchastrar por el barro de la primera vuelta y el balotaje en la Ciudad.
Sanz se entusiasmó con los votos kirchneristas que engordaron el porcentaje de Lousteau pensando en su próxima interna contra Macri. El candidato de ECO, que también integra Cambiemos, confesó tras la caída que votará por el senador radical. Pero que si pierde lo haría por Margarita Stolbizer. ¿Para qué peleó desde el lugar en que lo hizo la jefatura de Gobierno porteño? ¿Qué sentido de pertenencia trasladaría al votante común su decisión de abandonar Cambiemos si no triunfa Sanz?
Nadie podría negarle a Lousteau el derecho a esa determinación. El problema radicaría en que la disputa por el poder central está a la vuelta de la esquina. Y mientras ese segmento opositor, que tiene pretensiones de Gobierno, debate todavía sobre su existencia y trascendencia, la empresa de poder kirchnerista-peronista anda a todo vapor.
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