Internas K, el infierno tan temido

Los motivos de los cambios en la SIDE. La vuelta de Aníbal. El escenario del próximo año electoral.

Por Luis Tonelli

Hay algo que se tiene que admitir: el kirchnerismo ha gobernado todos estos años porque ha estado a la altura de la demanda más acuciante de la sociedad argentina. De la demanda que desplaza a las preocupaciones por la inseguridad, la inflación y la corrupción. De una demanda que por el modo absoluto y total con que el kirchnerismo la resolvió ha quedado absolutamente latente, como en el inconsciente colectivo, pero presente como trauma.

Esa demanda colectiva es la demanda de gobierno, basada en el miedo a su contracara: ese infierno tan temido que es la ingobernabilidad. Néstor Kirchner fue el gran arquitecto de la gobernabilidad de todos estos años. Podíamos decir que la consiguió al principio, con una cautela y moderación que denotaba el terror de haber ganado con el 22% de los votos, y encima, la mayoría de ellos prestados por la maquinaria bonaerense de Eduardo Duhalde. La fase de la legitimación personal de su poder, que era la segunda vuelta, le fue negada aviesamente por Carlos Menem.

Por lo tanto, su primer gabinete pleno de personalidades, ese tan ensalzado ahora fue producto de una percepción de debilidad extrema, no su deseo de armar un gabinete de lujo. Lo prueba el hecho de que apenas comenzó a pisar fuerte en la Casa Rosada, los prohombres que lo acompañaban fueron desalojados uno por uno del poder.

El kirchnerismo entendió que el modo en que se manifiesta la ingobernabilidad comienza con el internismo puertas hacia afuera. La conclusión de medios y gente es sencilla: si un presidente no puede controlar a los propios como puede controlar a los ajenos. Lección en carne propia aprendida por los argentinos durante ese non plus ultra de la ingobernabilidad que brotó brutalmente en el 2001.

Ciertamente, las internas son solo una manifestación de la descomposición de poder más que su causa, pero el kirchnerismo, con su corazón de poder de acero, cuidó recelosamente de dar esas señales. Por eso fue tan difícil para el kirchnerismo la rebelión del C.A.M.P.O. y el fin de idilio con Clarín. El internismo llevó a los niveles más álgidos con el voto no positivo de Julio Cobos.

Pero en la resolución del entuerto, que a la postre se debió a una enorme demostración de "mala praxis" y obcecación de Kirchner y Cristina, y por eso, una vez superado casi no dejó huellas, el kirchnerismo se cerró todavía más. A tal punto de desalojar del poder a quien había sido la tercer pata del Gobierno y socio fundador del poder: su todo poderosos jefe de gabinete Alberto Fernández. La vía de compensación fue el ascenso de La Cámpora como guardia juvenil pretoriana de CFK.

Los cambios de gobierno actuales tienen como objetivo cortar de raíz una interna en los servicios de inteligencia que ha estado creciendo y que amenaza con tornarse muy peligrosa para el Gobierno. Kirchner unificó el mando sobre la Secretaría de Inteligencia, a diferencia del acostumbrado diseño de pluralidad de grupos internos que adoptaron los gobiernos anteriores. CFK al perderle confianza al organismo, contra toda intuición ideológica previa, le dio aire a una estructura de inteligencia paralela en el Ejército. La gota que colmó el vaso de esa interna entre servicios (y que también incluye a parte de la policía bonaerense) fueron las entrevistas que uno de los jefes de la Secretaría de Inteligencia brindó en los medios opositores. El desplazamiento de toda la conducción entronizada por Néstor Kirchner más que brindar una nueva operatividad a la Secretaría de Inteligencia, parece intentar subsumirla a la nueva estructura de poder que gira alrededor del General Milani. De todas maneras, el poder de los desplazados, más allá de la conducción política, agentes con décadas de actividad, pierde su conexión con la formalidad institucional. Nada más.

Muchos de los presidentes argentinos han vivido en su último año de poder las inclemencias de la ingobernabilidad. CFK enfrenta esa amenaza de modo doble: no puede ser reelegida y no ha escogido delfín. Mientras la política no comience a girar en torno a las elecciones, todos los focos estarán auscultando sus debilidades.
Por eso quizás, Mauricio Macri, con el desdoblamiento de las elecciones porteñas le ha hecho un enorme favor a la Presidenta: ha adelantado de facto el calendario electoral, y de esa manera la irrupción de una fuerza gravitatoria que direccionará la mirada de la opinión pública y a los analistas más hacia el futuro que en las minucias del presente.