Cuatro escenarios y un pronóstico para 2015

Por Alejandro Grimson*



Aunque las ciencias sociales sólo son útiles para pronosticar el pasado, pueden ayudar a construir escenarios posibles: aquí se presentan cuatro, cuyo resultado dependerá de varios factores y, por supuesto, de las elecciones presidenciales de octubre del año que viene.

La Argentina del futuro cercano podrá ser bella, espantosa, patética, esplendorosa... nadie lo sabe. Si consideramos todas las variables, habrá que incluir si suben o bajan la soja, el petróleo, el delito, el dólar, el riesgo país, el griesismo... Son demasiadas variables. Ahora bien, si tomamos en cuenta la variable “cultura política”, entonces los escenarios futuros son cuatro: el péndulo hacia el abismo, el péndulo con contención, la continuidad sin autocrítica y la continuidad reflexiva. Cada uno de estos escenarios depende de relaciones sociales de fuerza, condiciones económicas y de la hipótesis de que Argentina quiebre su cultura política pendular y refundacional. A mi juicio, hay un escenario ideal, aunque al mismo tiempo creo que es el menos probable. De todos modos debe ser enunciado, al menos para comparar aquello que suceda con lo que no.

Escenario 1. Continuidad reflexiva

La obsesión argentina es el pasado. Mientras se debate cómo adjetivar la última década, el futuro se mantiene en una nebulosa, y es casi imposible saber qué opciones estratégicas con legitimidad política debaten los dirigentes políticos, económicos y sociales. Estamos en plena puja distributiva para determinar qué sector social se quedará con una parte más relevante de la riqueza. Y la puja puede terminar mal.

En este contexto, se impone la necesidad de repasar brevemente los temas en los cuales Argentina ha avanzado, aquellos en los que no ha avanzado y aquellos en los que ha retrocedido. El hecho de que en los últimos años se hayan registrado avances, en algunos casos adjetivables con palabras maximalistas o minimalistas, no implica que no persistan desafíos enormes. Pero sí significa que los nuevos desafíos, si no cayéramos una vez más en el famoso péndulo, podrán abordarse desde un nuevo piso.

Por más ruido que genere, sigue siendo absurdo negar los avances producidos en el sistema previsional, la política laboral y las negociaciones paritarias, así como el incremento del salario real hasta 2013, la reducción del índice de Gini, la inversión educativa y en ciencia y tecnología, los programas de transferencias de ingresos y el crecimiento industrial. Pero esos avances no son suficientes. Más allá de cómo se calcule, la pobreza aún es alta. El empleo no registrado es más alto aún. La inversión educativa mejoró el acceso pero no logró revertir los procesos de segmentación y segregación, con sus consecuentes calidades diferenciadas para ricos y pobres. El crecimiento industrial no se tradujo en un desarrollo industrial integral.

Y sin embargo, no es lo mismo abordar los problemas de la educación en las condiciones de fines de los noventa que en la actualidad. Hoy nadie cree que el principal déficit sea el financiamiento. Algo similar sucede, por ejemplo, con la deuda externa: es un problema, plantea enormes desafíos, pero no puede compararse con la situación previa a los canjes de 2005 y 2010.

Por otra parte, hay temas cruciales en los cuales el país no avanzó o incluso retrocedió a lo largo de estos últimos años: por ejemplo, se perdió el autoabastecimiento energético, y hoy Argentina importa energía por el mismo monto que la exportaba hace 8 años, lo que forma parte crucial de la “restricción externa”. Lo mismo sucede con las industrias de ensamblaje, que también alimentan el déficit de divisas, lo que confirma la debilidad de la industrialización en sustitución de componentes, así como la escasa diversificación de la oferta allí donde hubo procesos de concentración.

Ahora bien, no es lo mismo abordar el problema energético habiendo recuperado la mayoría de las acciones de YPF que sin haberlo hecho. No es lo mismo contar con una aerolínea de bandera bajo control estatal que la situación anterior, que llevaba a la incomunicación. Nuevamente contemplemos lo que se hizo y lo que falta: si vamos a una transformación ferroviaria tan relevante como parece, ¿cuál es su relación con un proyecto industrial?

Sintetizando, podríamos afirmar que el avance decisivo es la mayor presencia del Estado, una presencia para muchos intolerable. Al mismo tiempo, asistimos a un drenaje constante del capital político del kirchnerismo. El gran interrogante es: ¿ese drenaje se explica porque la idea de una mayor presencia del Estado no se impuso en la llamada “batalla cultural”? Tal vez no, tal vez el drenaje se produce por dos motivos: porque en muchas zonas de la vida social ese avance del Estado no se ha notado de modo significativo, y porque en algunos temas el Estado ha actuado muy torpemente o de manera equivocada o poco transparente: su ausencia durante años en el ámbito ferroviario, sus débiles intervenciones en el área de salud en comparación con la educación, su tardía y cambiante intervención en seguridad, lo sucedido con el INDEC…

Escenario 2. Péndulo hacia el abismo

Cuando se escucha a aquellos que exigen pagarles ya a los fondos buitre, cuando algunos grupos sociales se manifiestan “hartos” de los beneficios recibidos por los sectores populares, se impone la pregunta de si será posible que el péndulo argentino desarme todo lo construido. Si el péndulo se inclina hacia el abismo… caeremos hasta lo más bajo.

Para que ello ocurra, los poderes fácticos necesitan crear una crisis inmanejable, y trabajan en voz baja –y en público– para lograrlo. Hasta ahora no lo han conseguido. Pero si se generan esas condiciones, tarde o temprano asumirá un gobierno que resolverá el frente externo, tomará deuda a gran escala –con consecuencias imprevisibles en el largo plazo pero fortaleciendo significativamente las reservas–, ajustará el gasto público, reducirá impuestos y liberará completamente la compra de dólares. Volveríamos, una vez más, a la plata dulce. El papel del Estado en la economía se iría reduciendo.
Estaríamos, en suma, ante un cambio económico profundo, que se apoyaría en la cultura pendular tradicional de Argentina, la que ha impedido consolidar un desarrollo integral y sustentable en el tiempo.

Escenario 3. Péndulo con contención

En este escenario de giro neoliberal clásico, la mayor incógnita es cuál sería el colchón social que evitaría una conflictividad que lo torne inviable en términos de legitimidad política. Esa contención depende de variables sociopolíticas, como los consensos construidos en el sentido común ciudadano (la mayoría social que valoró la intervención del Estado después de la crisis de 2001-2002 trastabilla al ritmo de la inflación) y la capacidad de movilización de los sectores populares (que atraviesan un momento de fragmentación).

En las conversaciones privadas de quienes acostumbran discutir la situación política se han puesto de moda frases como esta: “¿A quién se le va a ocurrir anular la Asignación Universal?”. A ello habría que responder que, en primer lugar, no hace falta anularla para destruirla, pues el gasto social puede licuarse por vía de la inflación. Puede ser arrojado al basurero de la “pesada herencia”. Si, como es de esperar, eso multiplicara el delito, las recetas de xenofobia con mano dura ya están en preparación, lo que afianzaría las demandas de orden.

El problema es la conflictividad social organizada, por una parte, y la capacidad de erosión del sentido común democrático e inclusivo, por la otra. El escenario de “péndulo con contención” es un giro neoliberal que en su búsqueda de legitimidad política irá desarmando todo lo que pueda, pero asumiendo estos límites. Es un neoliberalismo posibilista. Un ajuste con anestesia. El tironeo, la puja solapada, serían la clave de ese reformismo neoliberal, que admite varias combinaciones, incluyendo una rebaja de las retenciones y el impuesto a las ganancias con amplias jubilaciones y Asignación Universal, todo basado en un aumento de la deuda. Planifica en el largo plazo: desendeudará quien asuma cuando el péndulo regrese.

Si esto sucediera, programas sociales como la Asignación Universal devendrían fuente de legitimidad de un Estado que se retira de la economía y de otras dimensiones de la seguridad social. Y entonces quizás percibiremos que había algo de la dinámica de estos últimos once años que no habíamos comprendido del todo.

Escenario 4. Continuidad sin autocrítica

A la hora de evaluar un ciclo político, se puede hacer listados de políticas acertadas o desacertadas. Pero, ¿cómo comprender por separado a cada una de ellas? ¿Qué es lo que define el conjunto? ¿La buena o mala voluntad de los gobernantes?

El 2014 ha sido un año difícil, por múltiples motivos. El hecho es que se redujo el PIB y el poder adquisitivo de los salarios, aunque resulta absurdo creer que eso se debió a la voluntad de los gobernantes. A modo de explicación, florecieron en este año los artículos periodísticos acerca de las características negativas del empresariado nacional. Pero esos defectos, tal como fueron planteados, existían –y ya habían sido analizados– antes de la llegada del kirchnerismo al gobierno. Si alguien creyera que el kirchnerismo logró el crecimiento económico a pesar de esos defectos, tendría que poder explicar por qué no lo siguió logrando después. Caer en la cuenta de que el empresariado nacional no es weberiano ni schumpeteriano, ¿es una novedad de 2014 o había estudios que lo mostraban antes de 2003?

Del mismo modo, otros problemas requieren una explicación. Por ejemplo, ¿Argentina no estaría mejor posicionada si en lugar de haber pagado 170.000 millones de dólares de deuda externa con reservas hubiera pagado un 20% menos, a fin de contar hoy con el doble de reservas en el Banco Central? ¿Argentina no estaría mejor si se hubiera estatizado el 51% de YPF varios años antes? ¿Si no se hubiera exportado hace unos años la energía que hoy se importa? ¿Argentina no estaría mejor si se hubiera comenzado a revisar los subsidios en 2005? Si la teoría de la inflación por puja distributiva ya tiene sus años, ¿cuáles son las tres o cuatro políticas industriales que diversificaron cualitativamente la oferta de alimentos reduciendo los oligopolios?

Por último, muchos creímos hace diez años que, como el delito se incrementó cuando aumentó la desigualdad, iba a reducirse si esta disminuía. Pero nos equivocamos, porque la desigualdad bajó pero el delito no. ¿Cuál es la estrategia para salvar esas cuestiones?

Pronóstico: continúa la misma cultura política

Las ciencias sociales sólo pueden pronosticar el pasado y, como se ve en los desacuerdos sobre la década kirchnerista, con ambivalencias. Es un vicio en el que insistimos. Mi pronóstico arriesga poco: seguiremos habitando la cultura dicotómica.

Los años kirchneristas dejan algunas lecciones cruciales que podrían ser útiles en el futuro. Primero, si no hay un actor social o un sujeto histórico que lidere la transformación social, no es aconsejable soñar con ideales como el empresariado nacional. En el capitalismo periférico atravesado por el mercado, el único actor que puede motorizar una verdadera transformación es el Estado. No hablo de monopolios, sino de protagonismos estatales.

Pero el Estado que puede impulsar esos cambios no es el Estado realmente existente. No puede, si tiene un papel tan crucial para cumplir, comportarse como un elefante en un bazar; debe ser un Estado reformado, transparente, obsesionado por lo público en todos los órdenes. Un Estado obsesionado por respetar dinámicas de mercados no concentrados, pero también por empoderar a las organizaciones sociales que deben ser protagonistas de todo cambio social.

Si transformar la realidad exige transformar el Estado, es posible entonces que los cambios sean más lentos, pero sólo se podrán materializar al ritmo con que cambie el Estado. Y para esa transformación hace falta cambiar dimensiones básicas del sentido común de la sociedad. Pero el sentido común no puede modificarse construyendo una épica que se distancie de las percepciones de los hechos y de la experiencia cotidiana.

En este sentido, para poder establecer qué deberíamos hacer como país a futuro conviene apartarse por un momento del balance estricto del actual gobierno para abordar una mirada más abarcativa, desde la cual detectar los problemas reales que existen hoy en la economía, la industria, la importación de energía, la inflación, la distribución del ingreso y el delito, entre otros. Ciertamente, resulta crucial reconocer estos y otros problemas. Ahora bien, sabiendo que el abismo no es lo mismo que el tironeo, sería triste que el péndulo nos lleve de nuevo a que nos impongan desde el exterior las supuestas soluciones para nuestros problemas. Y sería grave que, en lugar de avanzar hacia un mejor Estado, se profundicen sus debilidades y sus ausencias.

En ese caso, incluso los más optimistas tendrían que explicarnos cómo hemos llegado a discutir estos escenarios.



* Antropólogo, su último libro, escrito con Emilio Tenti Fanfani, es Mitomanías de la educación argentina, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2014.