Una macroeconomía para el desarrollo

Sergio Woyecheszen

En la actualidad existe un consenso más o menos acabado respecto a la importancia de la configuración macroeconómica en todo proceso de crecimiento y desarrollo económico, rol que se materializa a través de distintos canales de transmisión que se refuerzan mutuamente, en un camino de ida y vuelta.

¿Por qué hay economías que crecen más que otras? ¿Por qué alternan períodos de crecimiento con fuertes recesiones? ¿Por qué estos ciclos parecen más intensos en Argentina? Y en el marco de los cuantiosos desafíos que aún persisten (informalidad laboral, desigualdad de ingresos, desequilibrios regionales, pobreza) ¿Alcanza con una macroeconomía estable para darles respuesta?

Históricamente, el crecimiento económico ha sido más bien irregular, aún en los países de mayor desarrollo relativo, donde la diversidad y profundidad de la estructura productiva, la institucionalidad, así como los niveles de demanda y la estructura distributiva, han logrado producir avances notorios en determinados procesos, al tiempo que en otros los han limitado o bloqueado.

De esta forma, si bien es cierto que todas las economías se encuentras sujetas a dinámicas cíclicas, lo cierto es cada uno de estas presenta rasgos distintivos, asociados a distintos procesos económicos, políticos y sociales que toda estrategia de desarrollo debe considerar.

Hay economías que en algún momento del tiempo ven restringidas sus posibilidades de crecimiento por la disponibilidad de los recursos que conforman la capacidad productiva (máquinas y equipos, edificios, puertos y rutas, mano de obra o calificaciones específicas), requiriendo de nuevas inversiones y/o avances tecnológicos para poder ampliarla. En otras, la desaceleración del crecimiento deriva de la sub utilización de los mismos, por insuficiencia de demanda. Parte de la producción queda sin venderse, se frena la creación de empleo y el crecimiento del mercado interno, disminuyendo aún más los incentivos a invertir.

En economías como la argentina, históricamente se ha dado un tercer tipo de limitante, asociado a la insuficiencia de divisas para adquirir los bienes intermedios necesarios para sostener los niveles de producción (restricción externa). Se trata de una de las características típicas de operar sobre la base de una estructura productiva que, a pesar de los avances registrados en los últimos años, presenta aún marcadas diferencias de productividad entre sectores y empresas, baja agregación de valor y fuerte propensión a importar.

Así, cuando las acciones se orientan hacia el crecimiento del sector industrial (necesario no solo para mantener la base tecnológica sino fundamentalmente para la generación de empleo), se aceleran los requerimientos de divisas, presionando sobre el balance de pagos y las reservas y forzando – eventualmente – la devaluación de la moneda nacional, con consecuencias directas en materia inflacionaria.

Del crecimiento al desarrollo

Las implicancias políticas detrás de todo lo expuesto son enormes. Argentina tiene por delante el doble desafío que por un lado logre sostener un régimen macroeconómico orientado al crecimiento, y por otro acelere el cambio estructural y la transformación productiva, de cara a reducir la heterogeneidad estructural.

En este marco, la clave hacia delante sigue siendo, en los términos expuestos hasta aquí, lograr un sendero estable entre el ritmo de crecimiento de la producción en bienes transables, la generación de las corrientes de inversión – ahorro necesarias para sostener la acumulación de capital reproductivo, la generación de empleo y las trayectorias asociadas a la demanda agregada, ingresos nominales y formación de precios, reduciendo el impacto de la puja distributiva.

Ello supone el diseño e implementación de políticas que tomen en consideración las fuertes interacciones existentes entre macro, meso y microeconomía. Por un lado, el sostener una demanda efectiva pujante es clave para expandir la capacidad productiva por medio del acelerador de la inversión, ampliando la capacidad productiva y la productividad. Por otro, este aumento de la productividad acelera asimismo el crecimiento, al crear nuevas oportunidades de inversión, agregar valor a las exportaciones y viabilizar nichos para la sustitución de importaciones, ejes centrales a la hora de acelerar la generación de empleo y relajar las tensiones asociadas a la restricción externa.

Como un todo, esto refleja la necesidad de profundizar los cambios en materia productiva, por medio del diseño e implementación de medidas específicas a nivel meso y microeconómico, ampliando asimismo los umbrales de sostenibilidad macro (al reducir la propensión a importar e incrementar la demanda por inversiones y consumo).

Claro está que la transición misma hacia una planificación estratégica de cambio estructural no resulta sencilla, habida cuenta de los conflictos que pueden sucederse entre los derechos, recursos, patrones distributivos y diseños institucionales, lo que vuelve a mostrar la necesidad de profundizar el diálogo social en varias instancias que hoy, como ayer, resultan decisivas.