Todos contra el negro de la moto






por Hugo Asch


“Algunos blancos actúan como médicos. Nos analizan, en busca de los efectos invisibles que ha provocado la esclavitud en nosotros. Pero son víctimas de esa enfermedad que consiste en creer que ser blanco es algo bueno que les cayó del cielo. Llevan su piel blanca como otros llevan sus condecoraciones”


Charlie Mingus (1922-1979), de un reportaje publicado en Jazz Magazine (1965).


El colega Fabián Doman se detiene en el aspecto del torpe ladronzuelo de mochilas inmortalizado en los medios, y en su moto: una bonita Honda CBX Twister 250 que, nueva, puede comprarse a unos 40 mil pesos, más o menos. “Que no me digan ahora que ése roba para comer; no viejo, ¡ése roba porque es ladrón!”, concluye, sagaz; quizá influenciado por la palabra del implacable actor de telenovelas y pensador Ivo Cutzarida, voz de los que no tienen voz, azote de la delincuencia, justiciero con excitación psicomotriz y en gira mediática que intenta recuperar para la causa nacional la Ley del Talión, vieja debilidad de estas pampas.


No tan impresionados por su look y el vehículo, los foros de internet exigen prevención, a lo bestia. Vicky, por ejemplo, en este mismo diario, se indigna con Dios de su lado –diría Dylan– y traduce, certera: “¡Qué negro de mierda! Ya que lo identificaron, ¿no hay nadie que le pegue un tiro en la cabeza antes de que se reproduzca? Seamos honestos, esa cara dice ‘tengo antecedentes’”. Marce_SLA, en La Nación, es taxativo y preciso en su propuesta: “Es tiempo de iniciar una limpieza selectiva de toda esta bazofia, no sólo a las rodillas, en todo caso de rodillas y en la nuca”. Glup.




El anonimato en internet es un espejo del anonimato tribunero, donde todos cantan –ninguno canta, entonces– letras repugnantes con sonrisa pícara, amparados por el “folklore del fútbol”, una de las reducciones más estúpidas que puedan hacerse. Minga de folklore: la palabra nunca es inocua, compatriotas.



Las sanciones de la Conmebol a River y San Lorenzo por los cantos xenófobos en sus tribunas me parecieron perfectas. Creo que cada partido donde se entonen esas rimas desgraciadas debiera ser suspendido. Y no por un ratito –estratégica pausa riquelmeana utilizada por los barras para ayudar a sus equipos cuando la pasan mal–, sino de manera definitiva. Basta de basura, muchachos. Quien no lo entienda, que sufra lo mismo que el Gremio de Porto Alegre, multado y eliminado de la Copa de Brasil por sus torcedores, que saltaban y aullaban como monos para hostigar a Aranha, arquero del Santos. Por cierto: el árbitro, que continuó dirigiendo como si nada, también fue suspendido. Lo bien que hicieron.




Si algo sobra en el viscoso fútbol nativo son los prejuicios. Los raciales y, por supuesto, los sexuales. La descalificación del diferente y el asociar sexo con sometimiento, fenómeno previo al despiadado “no existís” que instaló la exclusión social. Al menos cuando cantaban “¡Despacito, despacito, despacito, les rompimooos, el culitooo…!” el otro era necesario. Hoy, ya no. El otro no es. No está. No existe.




El prejuicio es casi siempre justificado en nombre de los códigos, ese terreno incierto, oscuro, resbaladizo. Recuerdo el curioso affaire Ameli-Tuzzio, que en su tiempo quebró al plantel de River. Todos tomaron partido y finalmente Ameli fue expulsado del club y del ambiente. ¿El motivo? Alta traición. Algo imperdonable para la masculinidad tradicional: “robarle” la mujer a un amigo, a un compañero.


Robar, como si se tratara de un auto, una casa, una deuda en efectivo. Nadie reparó –tampoco los medios– en un detalle elemental: el derecho a decidir de la otra mitad de la historia. La discusión se centró exclusivamente en el mejicaneo, la estafa de uno sobre el otro. Pocas veces quedó tan expuesta la cosificación de la mujer.


No conozco a Horacio Ameli y no es mi intención justificarlo. Tampoco a Mauro Icardi, un crack, más allá de las idioteces que con pasión digna de mejor causa publica en su cuenta de Twitter: el sobreactuado amor por Wanda Nara, la exposición de los hijos de Maxi López, la provocación, la burla permanente a su ex compañero en la Sampdoria. Uf. Se ve que hay público para cualquier porquería.

No me cae simpático Maurito; pero menos simpático le cae a Maradona, que luego del Partido Interracial por la Paz convocado por el papa Francisco, furioso por su presencia y los goles que le convirtió a su equipo, salió con los tapones de punta y bramó: “Icardi no tendría que haber jugado aquí, voy a hablar seriamente con los organizadores”.


Para los códigos maradonianos –incondicional y respetuoso con sus amigos, no tanto con sus parejas mujeres– lo de Icardi es un pecado mortal. Pero, ¡oh milagro!, el Vaticano esta vez fue tolerante y hasta permitió que la parejita posara junto al Sumo Pontífice. Wow.

Los tifosi del Inter, ensimismados con su héroe, le festejan todo. Ruegan casi, con la melodía de Guantanamera: “¡Scopale tutte, Icaaardiii, scopale tuuutte Icaaardiii…!”. Algo así como “¡Icardi, acuéstate con todas!”. Una versión menos dulce, digamos, que aquella desprejuiciada declaración de puro amor napolitano: “Oh mamma mamma, oh mamma mamma, ¿sai perché mi batte il corazón? ¡Ho visto Maradona, ho visto Maradona, eh, mamma, innamorato son!”.

Si Icardi sigue haciendo goles, será indultado más temprano que tarde por el universo futbolero. Y peleará por ser el 9 titular de la Selección, no tengo ninguna duda. El éxito es un maquillaje perfecto que disimula cualquier imperfección. Lo hace con los infieles sin códigos, y con los que circulan por la vida con cara de “tengo antecedentes”. Como Carlitos Tevez, el indultado, antes de los millones.


Así es la cosa, compatriotas. Ya lo dijo el Larry Holmes, “el asesino de Easton”, ex sparring de Alí y campeón mundial de los Heavyweights entre 1978 y 1985: “Es duro ser negro en este país. Y lo digo yo, que fui negro, cuando era pobre”.