EL EMPLEO JOVEN

Escrito por Enrique Mario Martinez

Todo el planeta se lamenta por el enorme aumento de la población joven que ni estudia ni trabaja, con edades que van entre 18 y 25 años y con formación escolar secundaria o menor. Los contadores de pobres y excluidos acumulan cifras por millones en todos lados. Sin ir demasiado lejos, se estima que en Estados Unidos hay seis millones de jóvenes en esa condición.

Desde una lógica capitalista básica es simple explicar ese escenario. Si los sistemas productivos han perdido capacidad de generar empleo suficiente para todos y el mundo tiende a aceptar tasas de desocupación del 6% y superiores, ¿por qué razón un empleador tomará jóvenes sin experiencia ni formación laboral significativa, en tanto pueda recurrir al ejército de reserva disponible?

En base a ese razonamiento, todos los países desarrollados han creído necesario crear programas que ayuden a sumar jóvenes al trabajo, con una variada gama de herramientas. Una ley estadounidense de 1994 – School to work act – destinó un fondo de 1500 Millones de dólares de aquel entonces, que en 20 años se ha incrementado varias veces, para realizar todo tipo de iniciativas, que van desde subsidios parciales a empresas; capacitación en el trabajo; carreras de dos años posteriores al secundario y muchas más.

Cuando se revisan los programas de países con responsabilidad social, como Canadá o Australia, se repite el perfil. En Argentina, cuando se habla del tema – mucho más de lo que se hace – se acompaña aquella idea matriz: Hay que reforzar a los jóvenes para que puedan competir por puestos laborales, que de lo contrario son tomados por mayores con más experiencia, o como alternativa, dejan a las empresas sin oferentes y sin posibilidades de expansión.

¿No estará allí, en esa definición conceptual, el problema? Es decir: si postulamos que la ocupación sustentable se puede promover solo desde el lado de la oferta, con formación académica y complementaria, pero en última instancia son los empresarios quienes deciden, con sus ritmos de inversión y sus opciones tecnológicas, la calidad y cantidad de la demanda, estamos en un problema. Problema que conduce a la resignación general, desde hace décadas y en casi todo el globo.

Es necesario construir caminos nuevos, liberando a los empresarios de la responsabilidad casi excluyente de generar empleo, solo complementados periódicamente por improntas keynesianas que suman ocupación originada en la inversión pública. Esa responsabilidad frente a una cuestión social crítica, como es el trabajo para todos, se transmuta fácilmente en poder sobre el conjunto de la sociedad y un paso más adelante, el Estado debe concurrir con subsidios enormes para garantizar algunos miles de empleos, como hoy sucede en Tierra del Fuego con la industria electrónica o se repite en las negociaciones para mantener el crecimiento de la industria automotriz, por mencionar los casos más notorios. En el imaginario social del sistema vigente, los empresarios no son deudores sociales, sino acreedores, a quienes debemos agradecer el mantenimiento y expansión de “las fuentes de trabajo”.

Tal vez sea la hora de intentar construir programas de empleo joven que avancen por una veta inexplorada: la atención de demandas socialmente necesarias que no estén siendo satisfechas por la lógica de la economía de mercado. Este espacio va desde el cuidado del ambiente y remediación de los problemas generados por actores económicos que socializan sus problemas; la difusión de soluciones energéticas con generación y consumo distribuido a partir de fuentes renovables; la instalación de la agricultura familiar como proveedora preferencial de las necesidades alimenticias; hasta la atención de niños en edad preescolar, ancianos y enfermos. He mencionado apenas cuatro ejemplos de lo que podría ser un menú bastante más amplio y paso a salir al cruce de un probable o previsible prejuicio de cualquier lector.

La idea no es proponer que el Estado defina programas para cada tema y pase a subsidiar la intervención de jóvenes en ellos.

La propuesta conceptual de fondo es que tomemos conciencia de la amplia gama de pendientes estructurales que tenemos en nuestro país para poder decir que vivimos en una comunidad armónica y con buena calidad de vida general. A partir de esa mayor lucidez, llevemos al plano de la política el análisis de causas del estado de situación, entendiendo básicamente si hay actores privados que son responsables y/o hay falencias en las políticas públicas. Clarificado el punto, se puede formular políticas al efecto, extrayendo los recursos de los responsables. Llegados a ese punto, a partir de esa instancia, asignar a un espacio ministerial aplicado al empleo joven la responsabilidad de definir programas de capacitación, organización y supervisión de empresas jóvenes para que atiendan las demandas, con la integración de trabajadores con más experiencia cuando sea pertinente.

La diferencia con la metodología tradicional es que no se pretende preparar a los jóvenes solo para competencias laborales donde los jurados son los empresarios.

Como alternativa, como fuerte opción, se los debería preparar para ser parte protagónica de la solución de problemas de la comunidad.

El llamado empleo joven es un concepto estrecho. En lugar de él es pertinente hablar de inclusión juvenil por el trabajo.