Cuatro razones de por qué la ropa es cara

Por Mariano Kestelboim


Comprar ropa de marca en la Argentina se convirtió en un lujo. Un par de zapatos ($ 1800 promedio), un pantalón ($ 850), una remera ($ 350), una camisa ($ 800), un sweater ($ 1400) y una campera ($ 3800), adquiridos en una tienda de una marca estándar con presencia en shoppings, son suficientes para agotar el salario promedio de un empleado del sector privado registrado ($ 9000). Las mujeres son las más afectadas: su ingreso, según el Ministerio de Trabajo, es un 25% inferior que el de los varones y la ropa de marca femenina es alrededor de un 20% más cara.

Varios empresarios del rubro pensaron en ocupar el sector de ingresos medios del mercado, pero opinan que no es un buen negocio. Con una escala de ventas muy superior, solamente un par de tiendas internacionales (Zara y Falabella) prevalecen en ese segmento.

La explicación de la escasa oferta de ropa de marca a precios accesibles para la clase media posee cuatro aristas principales. La primera son los más altos costos de la mano de obra local en relación con la asiática. En Bangladesh, por caso, trabajan más de cuatro millones de personas en la confección en condiciones de esclavitud y los salarios son de 37 dólares por mes, 45 veces menos que el salario bruto de un trabajador registrado de la confección en la Argentina. Frente a esa competencia, las empresas formales perdieron participación en el mercado local y la fabricación de las prendas quedó atomizada en pequeños talleres informales que tienen grandes dificultades de producción de calidad en escala.

Las marcas, por su parte, abandonaron la producción y decidieron concentrarse en el diseño, el marketing y la comercialización. El sistema de administración de las importaciones y las precarias condiciones productivas de los talleres de confección limitaron su estrategia expansiva por volumen. Las marcas prefieren desarrollar negocios de nicho donde el costo de la prenda es mínimo en relación con el precio de venta (en general, no supera el 15%). Por ejemplo, le pagan $ 50 a un taller por la fabricación de una remera y la venden a 350. Como los talleres muchas veces toman pedidos de trabajo que no están en condiciones de afrontar, se producen cadenas de subcontrataciones que llegan hasta establecimientos clandestinos. Con una producción más reducida, las marcas achican ese riesgo.

Una segunda razón por la cual las marcas no venden ropa en gran escala a precios accesibles es que los segmentos medio-bajo y bajo del mercado fueron captados por las ferias. La elusión de impuestos por parte de los empresarios instalados en esos espacios hace que la competencia formal sea muy difícil (los costos impositivos representan 27% del precio final de las marcas. Esto no es un fenómeno local).

El tercer motivo tiene que ver con el bajo crecimiento de las superficies de venta formales en relación con el aumento del consumo. Por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires sólo se abrió un shopping en la última década (DotBaires). En cambio, las ferias se multiplicaron y expandieron. El gran crecimiento de la demanda de los últimos diez años de los sectores de alto poder de compra y de parte de los sectores medios, que no abandonaron los espacios de venta tradicionales, generó un nivel de ventas suficiente en los espacios formales y no hizo falta venderles a los de menor poder adquisitivo.El negocio de la producción y comercialización en masa de indumentaria barata se concentró en las ferias. A pesar del aumento de la venta de la ropa de marca, su participación en el mercado es de menos del 20% de los volúmenes de ventas totales.

La última razón que explica los altos precios de las marcas es el consumo aspiracional. El estatus social que brinda el uso de reconocidas marcas activa decisiones de compra a precios desproporcionados en relación con los salarios. Las promociones alimentan ese deseo. Ahora bien, los sectores de mayor poder de compra son los que cuentan con más y mejores instrumentos financieros para poder acceder a esas ventajas. Esto aleja más de las marcas de los grupos de menores recursos. La escasez de alternativas de productos con una buena relación calidad-precio provoca una mayor incidencia del consumo aspiracional respecto de países desarrollados que poseen más variedad de marcas por segmento socioeconómico.
Más formalidad

Tras la crisis de la convertibilidad, las políticas económicas impulsaron la reconstrucción de la producción y el sostenimiento de medio millón de empleos en toda la cadena de valor. Sin embargo, el crecimiento sectorial, librado a la competencia interna sin políticas industriales específicas más allá de la protección comercial, no implicó el desarrollo de grandes talleres formales de confección.

La opción de la apertura comercial para ampliar la oferta, aplicada dos veces (en los 70 y en los 90), originó problemas de informalidad, aún no resueltos. Una nueva apertura provocaría más desigualdad e informalidad, destruiría empleos, engrosaría los márgenes de rentabilidad de comercializadores y regeneraría los problemas de exclusión y pobreza. Para no tener que pagar tanto por ropa de marca se debe promover el desarrollo de plataformas productivas y de espacios de venta formales.

El autor es economista.