Encuestas, más marketing que pronóstico

Hace pocos días se votó en Panamá. Se impuso José Carlos Varela, con una ventaja de ocho puntos sobre el segundo. Las encuestas electorales difundidas públicamente lo ubicaban tercero. Se considera que éste es un nuevo “fracaso” de las encuestas en materia de anticipar resultados electorales, tan resonante como los anteriores de meses atrás en Costa Rica y en Chile.

La encuesta es una herramienta inventada hace unos ochenta años. En términos generales, funciona bien para describir lo que está sucediendo y entenderlo. También sirve para orientar a las estrategias de las campañas electorales, cuyo propósito es transmitir mensajes que pueden influir en las decisiones de voto de los ciudadanos.

La lógica de una campaña electoral es simple. En un momento dado existe una cierta distribución del voto; si nadie hace nada al respecto, en algún momento posterior la distribución del voto será muy similar: el que va ganando sigue ganando, el que va perdiendo sigue perdiendo. La campaña es un esfuerzo para tratar de modificar esa distribución a favor de un candidato.

Las encuestas acompañan ese proceso. A veces, los votantes resisten las influencias; años atrás, cuando los partidos eran fuertes y las identidades y lealtades partidarias de los ciudadanos eran más firmes, eso era frecuente. Otras veces –cada vez más– muchos votantes no tienen demasiado definidas sus preferencias y se exponen más abiertamente a los mensajes masivos de los candidatos y los medios de prensa. Son electorados “volátiles”.

Hace unas cuantas décadas, las encuestas fueron sometidas a un nuevo desafío: formular pronósticos. Los profesionales de las encuestas aceptamos la tarea –a mi juicio, un poco ligeramente– y así pasamos a ser juzgados ya no por la precisión de las descripciones, sino por la exactitud de los pronósticos. Pero el hecho es que esa herramienta llamada “encuesta” no fue diseñada ni construida con el propósito de anticipar el futuro. Como un microscopio en el laboratorio clínico, sirve para observar algo que existe, no para predecir lo que sucederá más adelante.

El pronóstico presenta otras complejidades. En palabras del poeta Cavafis: “Los hombres conocen el pasado, el futuro lo conocen los dioses”. El pronóstico supone que se ha respondido primero a algunos interrogantes filosóficos: los acontecimientos del mundo, ¿están todos ya contenidos de alguna manera en lo que es o fue hasta ahora, y sólo se trata de descubrirlo, o el futuro está abierto, consta de posibilidades que todavía no forman parte del mundo que existe? ¿El futuro se parece a un mazo de cartas, que están ahí tapadas aunque no sepamos cuáles son, o se parece a una ruleta, donde la próxima bola todavía no fue tirada y ningún aspecto de lo que sucederá ha sucedido todavía?

¿Sobre qué base se espera que una encuesta que constata que, digamos, el 32% de los votantes se inclina por el candidato Juan y el 25% por María, pueda anticipar que el día de la elección María obtendrá el 34% y Juan sólo el 28%? Eso no lo saben ni Juan ni María, mucho menos el “encuestador”, y tampoco el estratega que está tratando desesperadamente de mover algunos votos de Juan a María.

El problema del “encuestador” es que por un lado tiene que ser útil a una estrategia cuyo propósito es que no suceda lo que está sucediendo –que no todos terminen votando a quienes están votando– y al mismo tiempo tiene que anticipar lo que va a suceder. Tiene que servir a dos causas opuestas: la de cambiar algunos hechos y la de anticipar los hechos futuros a partir de los hechos tal como son ahora. Es evidente que las encuestas van a fracasar en una de esas dos tareas, que son de signo contrario: o anticipan el futuro, y fracasa la estrategia, o triunfa la estrategia y fracasa el pronóstico. Por eso pienso que la estrategia es una lucha contra el pronóstico  y el pronóstico es una lucha contra la estrategia.

Para pronosticar el resultado de elecciones en tiempos de electorado volátiles, los “encuestadores” deberían recurrir a modelos matemáticos más complejos, los mismos que se usan para pronosticar otras cosas –a veces con éxito, otras con resultados pobres–. Tal como se las practica en nuestro tiempo, con las limitaciones y dificultades del mundo actual, pocas encuestas proporcionan siquiera la cantidad de información necesaria para alimentar esos modelos. En ese sentido, es posible que las encuestas deban reinventarse a sí mismas.