Laclau y Verón: dos estilos de pensar para un cambio de época

 

Formados en la dorada UBA de los 50 y 60, enfrentados en la escena pública de la última década, las trayectorias de ambos intelectuales, fallecidos hace días, hablan del país

Como un final adecuado para sus trayectorias académicas y públicas, las muertes de Ernesto Laclau y Eliseo Verón -sucedidas a los 78 años de ambos y con unas 48 horas de diferencia, hace dos semanas- dejaron un mensaje. La noticia obligó a repasar sus carreras y posicionamientos públicos y, en ese movimiento, forzó a mirar también una época del país -no tanto la que los despidió, sino aquella que los hizo posibles-, y un escenario intelectual y académico que se transformó en paralelo a sus trayectorias.
No es el interés por el lenguaje y el poder lo único que Laclau y Verón tuvieron en común. En esa línea, y más allá de la distinción de trazo grueso que se hizo entre la posición K y la anti-K de uno y otro en los últimos años, fueron en esta década dos pensadores del relato, mirando el discurso político desde una postura más crítica Verón y definitivamente enrolado en las filas oficialistas Laclau, cuyas teorías sobre el populismo y la construcción de hegemonía se acomodaron a muchas necesidades del kirchnerismo.
Sin embargo, hay coincidencias más significativas, que trazan a su vez un retrato del país. Los dos se formaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en los dorados fines de los años 50 y principios de los 60 -en Historia, Laclau; en Filosofía, Verón-; ambos hicieron carrera en el exterior junto a los grandes nombres de los campos que luego fueron recortando como propios; en teoría política y en semiótica fueron creadores de conceptos que llevan su apellido y, aunque regresaron de manera diferente al país -esporádicamente Laclau; más definitivamente Verón-, nunca dejaron de intervenir públicamente en los derroteros políticos de la Argentina.
"Algo fundamental que tienen en común es provenir de una Facultad de Filosofía y Letras en la UBA de los 50. Eso significa que tienen formación de pensamiento sistemático y tradición iluminista, que hoy está muy desdibujada. En ese momento de la universidad, que yo también conocí, se discutían visiones del mundo de manera pluralista y con argumentos fundados", apunta la socióloga Liliana De Riz, profesora consulta de la UBA e investigadora del Conicet, que fue ayudante de cátedra de Verón y frecuentó a Laclau en Oxford y en México.
"Es una generación irreemplazable. Verón, Laclau, O'Donnell, Portantiero formaron parte de una época democrática de la cultura, en la que las distinciones de clase no eran un obstáculo insalvable para acceder a la erudición. Fue un momento brillante, esa primera mitad del siglo XX, en que la clase media urbana se aseguró acceso a la educación pública de calidad. Eso es irrepetible", analiza el politólogo Marcelo Leiras, profesor en la Universidad de San Andrés.

Creadores de mundos

En esos años 60 de ebullición cultural y política, Laclau y Verón supieron construir influencia en el país y en el exterior como hacen los pensadores originales: creando herramientas para pensar que abren nuevos mundos. "El trabajo teórico de Laclau y Verón fue mucho más interesante que sus intervenciones públicas. Su influencia fue habernos dado un lenguaje, conceptos e imágenes para pensar más que opiniones o juicios sobre cuestiones políticas. Eso mucho antes y mucho más allá de sus intervenciones más recientes", completa Leiras. " Perón o muerte es el libro que más trascendió de Verón, y no fue el más importante, igual que La razón populista, de Laclau, que no es su obra más influyente en el mundo", dice.
En efecto, las distinciones aparecieron, para muchos, en los últimos años de sus intervenciones públicas, cuando estos intelectuales producto de una sociedad que aseguraba movilidad social y de una academia menos profesionalizada, se cruzaron con un particular estado del debate público durante el kirchnerismo, que eliminó matices y obligó a muchos intelectuales a decidirse por un extremo o a bajar la voz, mientras se multiplicaron las voces reclamando ocupar ese lugar del pensamiento. "La diferencia fue que Eliseo tuvo un compromiso público basado en la idea de bienestar común y un conjunto de valores que defender. Mientras tanto, Laclau tuvo más la idea del intelectual orgánico que le da letra al príncipe, que tiene gran admiración por el principado, que acomoda la teoría a las necesidades del poder. Verón mantuvo su rol crítico y en Laclau eso se convirtió en una toma de posición pública definitiva, con argumentos ad hoc del príncipe", analiza De Riz.
Otros lo ven casi al revés. "Verón tuvo una actitud creativa en los estudios de semiótica, de los que fue un iniciador, pero en los últimos tiempos pareció haber abjurado de la independencia irónica que tuvo en sus comienzos. En un momento detuvo la enorme potencia de lo que él mismo había creado con su semiosis social -apunta Alicia Entel, doctora en Filosofía, docente en la UBA y directora del Instituto Walter Benjamin-. Creo que con Laclau pasó lo contrario. De ser un intelectual de Essex que nos explicaba los «significantes flotantes» a los que habíamos pasado tiempos duros en América latina, pasó a hacer un enorme aporte para comprender los procesos políticos latinoamericanos. Con él, muchos esquematismos del campo intelectual se borraron productivamente."
¿Hay lugar hoy para prolongar el modelo de intelectual que encararon Laclau y Verón con su influencia teórica, su creatividad para pensar y a la vez su compromiso con los asuntos comunes? Parece difícil, en principio para unas ciencias sociales cuyos últimos esfuerzos de teoría sistemática datan de los años 80, y una academia profesionalizada cuyos investigadores especializan hasta el detalle sus objetos de estudio, deben dedicar cada vez más tiempo a las exigencias burocráticas de sus carreras y suelen mirar con cautela la intervención pública, siempre acotada a sus saberes más específicos.
Quizá porque, más profundamente, la misma figura del intelectual ha quedado en entredicho. "El intelectual como autoridad socialmente reconocida, como el que piensa los problemas de la sociedad, es una figura desdibujada. La discusión pública se ha empobrecido. Hay muchas voces que dan opiniones, pero sin juicios fundados", dice De Riz.
Para los que siguen -"Me doy cuenta de que nos estamos quedando sin maestros", comentó un politólogo sub 50-, continúa abierta la dicotomía que de Platón a Rousseau y a Heidegger persigue a quienes piensan la sociedad. Como describe Leiras, "hay ejemplos históricos de gente profunda en su reflexión que cuando se compromete con lo público no es tan incisiva"..