El futuro del kirchnerismo desde la perspectiva de Daniel Scioli o Daniel Scioli desde la perspectiva del futuro del kirchnerismo (¿dará lo mismo?)


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Muchísimas veces nos hemos referido al expediente crítico que representa la pertenencia de Daniel Scioli al kirchnerismo. Parece mentira que el tema pueda dar para tanto, pero así es.
Incluso, mereció una serie de posts específica de tanta tela que había para cortar.
Nuestra tesis no ha variado ni lo hará: el gobernador de la provincia de Buenos Aires es una pieza importantísima en el armado oficial. Prescindir de él es altamente desaconsejable. La construcción que sustenta al gobierno nacional se vería seriamente comprometida en caso de una ruptura entre la presidenta CFK y el vicepresidente de Néstor Kirchner. Esto independiente de que, pese a lo que dirían las encuestas en tiempos no electorales, tanto en 2007 como en 2011 la jefa del Estado nacional obtuvo su cargo con mayor cantidad de votos que el bonaerense adoptivo. Scioli, en ese entendimiento, no se va del Frente para la Victoria sencillamente porque no tiene con qué. Esto, suponiendo que quisiera irse, lo que no supera el grado de hipótesis si se habla en serio.
Sucede que el sciolismo, entendido como tal, es, apenas, una categoría periodística.
No se trata, en este tema, de ideologías. La política, en definitiva, no es sólo eso.
Lamentablemente (no para nosotros, que no curtimos beneficio de inventario en estos asuntos), hay que matizar, aquí, con lo que se requiere para edificar aquello que permite desplegar los impulsos de las convicciones: o sea, poder. Y está claro que el ex motonauta ha sido una pieza fundamental en ese sentido.
Dijimos, también –para no parezca sciolista esto–, que no es lo mismo un militante (independientemente de la mucha lealtad que, efectivamente, ha demostrado siempre Daniel) que ejercer la conducción.
Pero, volviendo a girar, siempre sostuvimos que si acaso hay temores por un Scioli que, puesto a jefe, desande grandes porciones, o bien todo lo actuado desde 2003 (no es nuestro caso), no es el mejor juego el de intentar el mero bloqueo de su candidatura presidencial casi porque sí. Ni mucho menos expulsarlo del Frente para la Victoria. En tal supuesto, sólo se conseguiría arrojarlo a la posibilidad de que alcance su objetivo como expresión de segmentos refutatorios del paradigma inaugurado por Néstor Kirchner. O bien de conseguir impedirle el acceso a la primera magistratura, pero al costo de, por quebrar el dispositivo en que se apoya el gobierno nacional, perder también chances propias de pesar en el litigio sucesorio.
Regalando, así, el triunfo a opciones que no mejoran la del esposo de Karina Rabolini.
O bien son francamente peores, considerada su representatividad.
La ruta de la racionalidad conduce a que si, como todo indica, Scioli está dispuesto a confluir, lo mejor es intentar condicionar, desde esa voluntad, por medio de las PASO –y, por ende, del armado del circuito sobre el que pueda funcionar–, el programa que a posteriori tendrá ejecución en su gobierno.
Hasta las presidenciales 2011, apenas con la presencia de CFK había bastado como para enterrar cualquier debate.
El juego que se inició desde entonces es muy otro. Toca competir. Para agregar volumen a la propuesta. La presidenta de la Nación, por su parte, muy hábilmente, ha sabido siempre (igual que antes Kirchner) aderezar sus decisiones con abundantes dosis de sensatez, que en política significa ni más ni menos que tomar la debida nota que merecen las correlaciones de fuerza en un período histórico determinado. Y entiende de la incapacidad que los afecta, tanto a ella como a Scioli, para construir con prescindencia del otro. Conviene tomar nota: ni la una ni el otro quieren separarse, porque en tal movimiento iría la clave de sus respectivas y –en ese caso– seguras derrotas.
Sobre el cierre de este texto, Andrés Larroque confirmó mucho de lo que aquí dicho. Creemos. Y, sobre todo, celebramos.