Hegemonía racial e ideología en los personajes de Disney: un experimento gráfico



Utilizando un software, una artista resideñó 32 dibujos animados clásicos, normalizando sus exagerados rasgos faciales para dejar sus rostros como si fuesen personas de carne y hueso.

La repetición calculada de una fórmula definida,

La diseñadora gráfica Karen Graw realizó un ejercicio sencillo pero inesperadamente elocuente al visualizar los rasgos de los dibujos animados al aspecto fisionómico real. El resultado es sumamente expresivo, pues aun a primera vista y salvo por un par de excepciones obvias, destaca la homogeneidad de los rostros, en varios sentidos, desde la dominación de las características caucásicas (tez blanca, ojos claros, nariz afilada), hasta la correcta adecuación de los rasgos a los ideales de belleza que Occidente ha encumbrado (los labios abultados en el caso de las mujeres, la cara triangular, el cabello lacio)


¿Quién es quién? A simple vista puede ser difícil saberlo, pero en muchos casos la imagen es bastante cercana al personaje.

Por años, las princesas, héroes y villanos de Disney han atraído la atención de millones de niños en el mundo. Sin embargo, detrás de la fantasía y los dibujos, también es posible imaginar qué ocurriría si los personajes fuesen de carne y hueso.

Pero el trabajo no fue sencillo, ya que en muchos casos como Cruella de Vil o Hércules, la exageración de los dibujos hizo que su labor fuese un poco más compleja.

En su sitio se puede ver la galería completa. Mientras tanto, elegimos algunos de los más conocidos para que veas el resultado final.









De izquierda a derecha: Rapunzel, Esmeralda, Quasimodo, Tarzán









De izquierda a derecha: Cenicienta, Bella y Príncipe Adam (La Bella y la Bestia), Jafar









De izquierda a derecha: Mulán, Alicia, Jazmín, Aladín









De izquierda a derecha: Aurora (La Bella Durmiente), Maléfica, Cruella De Vil, Meg (Hércules)









De izquierda a derecha: Hércules, Pocahontas, Blancanieves, La Reina Grimhilde









De izquierda a derecha: Ariel (La Sirenita), Príncipe Eric, Úrsula

Disney puede considerarse una de las máquinas ideológicas más efectivas de la era moderna. Desde sus inicios, a mediados del siglo XX, sus productos de entretenimiento han estado íntimamente aparejados con un modo de vida y aun de producción en los que la adecuación mental a determinados patrones de pensamiento, es indispensable.

En el caso de las llamadas “princesas”, tomadas además en varios casos de historias reconocidamente folclóricas, estas han servido para difundir y asentar ideas determinadas de lo que supuestamente significa ser mujer, una feminidad sumamente estrecha, sumisa, limitada a las necesidades de un modelo patriarcal de pensamiento. La mujer debe ser bella, delicada, cortés, servicial y tener otras cualidades afines para, encima, merecer eventualmente la condescendencia de un príncipe azul sin el cual su vida carece de sentido.

En un ejercicio fotográfico que retoma estas y otras críticas tanto a las “princesas Disney” como al estilo de vida contemporáneo que evidentemente entra en contradicción con dichas ilusiones, Dina Goldstein ha presentado su serie Fallen Princesses, Princesas caídas, en la cual toma la característica más señalada de cada uno de estos personaje y, no sin cierta perversidad intelectual, lo convierte en la razón misma de su caída, su renovación conflictiva (porque no puede ser de otro modo) en las circunstancias del mundo contemporáneo.

Así, la falsa demanda de la belleza que da sentido a la cirugía plástica, el ciclo de producción, consumo y desecho que alcanza incluso las relaciones personales, la práctica de no ser capaces de admirar algo hermoso en el mundo si no está encerrado en una galería o un zoológico, son algunas de estas situaciones que la fotógrafa combina con dichos iconos culturales inmediatamente reconocibles.

Fallen Princesses es, en suma, una buena oportunidad para reflexionar sobre aquellas ideas y hábitos que, sin ser del todo nuestros, sin beneficiarnos ni hacernos crecer, aun así, casi siempre inconsciente e involuntariamente, terminamos por hacerlos propios, por reproducirlos y contribuir así en su persistencia en el mundo.