Apuntes de Serbia




Andreja Zivkovic
Serbia oficialmente se encuentra en bancarrota. Según Aleksandar Vučić, primer ministro de Serbia, no podemos seguir gastando más de lo que ganamos, “o vamos a cavar nuestra tumba con nuestras propias manos”. El error, conforme a esta versión, radica en la política económica aplicada por los gobiernos anteriores en los últimos 13 años tras la caída de Milošević. Esta es la justificación para la austeridad y las reformas anunciadas finalmente el 8 de octubre. De hecho, podemos afirmar que la nueva ola de austeridad no es una pausa, sino que representa una intensificación del régimen económico neoliberal. No sólo no resolverá el problema de la deuda económica, sino que simplemente intensificará la crisis.

Tanto la actual línea oficial, como el paquete de medidas de austeridad en sí mismo proceden del FMI. Es la típica medicina neoliberal de apertura al capital extranjero, privatización de la industria del Estado y de los servicios públicos, liberalización de los mercados de trabajo y un tenso control sobre la política monetaria.

La idea de que se trata de dar una nueva oportunidad a Serbia resulta ridícula. Desde el año 2000, el neoliberalismo ha proclamado que sólo la apertura de los mercados a las inversiones extranjeras directas mediante la privatización de los activos del Estado y la desregularización del mercado de trabajo puede dar paso a la inversión, la productividad y el crecimiento. De hecho, al capital extranjero se le debe pagar una fortuna para invertir en Serbia mediante altas tasas de interés y una moneda sobrevalorada. En cambio, los créditos extranjeros subvencionaron la importación y el auge de los créditos en la primera década de 2000.

Pero el mismo régimen monetario que ha atraído los créditos extranjeros y las facturas de las privatizaciones ha sido a la vez responsable de destrozar la industria, produciendo el desempleo en masa y el aumento de la pobreza absoluta. El dinero caro actuó como un desincentivo para la inversión en la economía real, mientras que la sobrevaloración de la moneda hizo que las exportaciones no resultasen competitivas. El déficit presupuestario y comercial aumentó la deuda externa. Serbia se volvió tan dependiente de los préstamos que, al secarse el grifo de los préstamos extranjeros con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, la economía se derrumbó y aún no se ha recuperado.

Con el comienzo de la crisis, todos los estados se vieron obligados a intervenir con el fin de evitar que la crisis financiera mundial provocase una crisis del sistema bancario y la desintegración de la economía mundial. Como a los banqueros se les entregaron billones de dólares de dinero gratis, el FMI se apresuró a proteger las instituciones financieras de los países ricos del Norte. Las economías con deudas, como Serbia, fueron colocadas bajo el régimen de los "Acuerdos Standaby" y se ampliaron las facilidades de crédito para evitar la bancarrota, dado que los préstamos procedían de los bancos extranjeros. Como resultado, ha explotado la deuda pública en Serbia, que virtualmente se duplicó de un 33.4% del PIB en 2008 a un estimado 61.8% en 2013. La recompensa por actuar en connivencia con el FMI para rescatar de la quiebra técnica el sistema bancario internacional ha sido que nuestra crisis de deuda, al igual que la de la Europa periférica, se ha convertido en una crísis terminal.

Cuando el rescate de los bancos por parte de los Estados creó una gigantesca crisis de deuda internacional, el FMI, junto con la Unión Eueropea, empezó a exigir la aplicación de medidas de austeridad.

Con el fin de justificar lo que era obviamente un flagrante intento de hacer que la clase obrera pagase las deudas de los bancos, el FMI afirmó que la crisis había sido causada por un gasto excesivo por parte del Estado. La amplia expansión de la anarquía del mercado, que había causado la crisis, se ha convertido ahora en la solución. En Serbia, hemos oído la misma melodía durante algún tiempo, sólo que ahora con mayor insistencia, ya que estamos a punto de la bancarrota.

La austeridad comenzó con la congelación de los salarios del sector público en el año 2009-10, lo que redujo la factura salarial un 0.3 por ciento del PIB en 2009-11. Una nueva ronda de reformas neoliberales, como la independencia del banco central – es decir, la independencia de las políticas monetarias neoliberales de cualquier interferencia democrática – y el inicio de las reformas de las jubilaciones, datan de este periodo. Por supuesto, estas reformas no fueron lo suficientemente "business friendly" para contentar al FMI, y es cierto que se permitió un aumento significativo de los salarios y las jubilaciones en 2011-12, antes de ser recortados en 2012-13.

Pero esto tiene que ver menos con el "populismo" electoral o el "clientelismo", como pretenden los halcones neoliberales, que con las contradicciones de la austeridad, contradicciones que enfrentan todos los estados capitalistas.

La austeridad, mientras que con una mano aprieta a la clase obrera para reembolsar la deuda, con la otra aumenta la deuda mediante la reducción del consumo y, en consecuencia, del crecimiento económico.

Al mismo tiempo, el estancamiento del crecimiento se convirtió en una doble recesión y ha exacerbado la crisis de la deuda, en especial en la zona euro y los Balcanes. La raíz de la contradicción, desde una perspectiva marxista, es que las mismas medidas que previenen el colapso inmediato del sistema financiero son a la vez las que bloquean la liquidación de capitales ineficientes, y por lo tanto la reducción de los costes de producción y de las inversiones, así como la recuperación de la tasa de beneficio. ¿Qué queremos decir con eso?
Marx afirmó que el proceso de producción de mercancías compitiendo en el mercado para obtener beneficios obliga a los capitales a invertir en tecnología con el fin de lograr beneficios adicionales a precios más baratos que sus rivales.

Sin embargo, el proceso de competencia fuerza también a otros capitales a responder de manera similar, reemplazando la mano de obra, la fuente de todo valor, por tecnología, lo que da lugar a una tendencia estructural a la disminución de la tasa de beneficio y a la crisis económica. La actual crisis económica hunde sus raíces en la disminución a largo plazo de la tasa de beneficio en los países capitalistas avanzados. En respuesta, enormes cantidades de capital no utilizado fueron capturados por los mercados financieros internacionales, lo que se traduce en booms internacionales basados en la especulación financiera. Desde el punto de vista de la teoría del valor, este tipo de booms se basa principalmente en "ganancias ficticias", es decir, los beneficios obtenidos no son producto de inversiones en la explotación productiva de la fuerza de trabajo, sino en operaciones especulativas sobre los futuros valores del trabajo tal y como se expresan en el crédito y la deuda. La crisis fue expresión de la brecha entre la tasa de beneficio real y las reclamaciones de dinero sobre valores ficticios inflados (inicialmente en derivados de hipotecas en EE UU).

Marx sostiene que la crisis, al destruir los capitales más débiles, reduce los costes de producción e inversión, y, por lo tanto, aumenta la tasa de ganancia, lo que permite la aparición de un nuevo ciclo de acumulación. Pero como los capitales son cada vez mayores y están invertidos en todo el mundo, el precio del fracaso es una crisis catastrófica.

Esta es la razón por la cual, a fecha de hoy, la respuesta de los capitalistas es intervenir para evitar el colapso del sistema financiero mundial. Prefieren una larga depresión que permitir que los mercados se “purguen” de capital improductivo. Por esa razón se hace necesaria la austeridad, para obligar a los gobiernos, las empresas y los consumidores a pagar sus deudas a los bancos. También se desprende de la necesidad de bajar costes para los capitales, en particular los costes salariales, y también impuestos y gastos en concepto de intereses, así como la necesidad de debilitar al movimiento sindical para que los beneficios puedan volver a aumentar.

Sin embargo, esta ayuda al capital no ha podido ni ha logrado restablecer la tasa de beneficio, porque la mayor parte del esfuerzo de la austeridad se dirige a la realización de valores ficticios, es decir, a pagar deudas bancarias basadas en futuras reclamaciones sobre el valor, lo que bloquea la eliminación de capitales no rentables y, por lo tanto, un posible nuevo ciclo de inversión.

Por eso Serbia, como la mayoría de estados capitalistas, ha oscilado entre la depresión y la crisis financiera, y, por tanto, se han alternado políticas de austeridad y de endeudamiento del sector público para evitar que la recesión se convierta en una nueva crisis financiera.

Sobre esta base, es evidente que las reformas no resolverán la crisis de la deuda. Si los impuestos sobre los ingresos superiores del sector público, el aumento de IVA (impuesto sobre el valor añadido) sobre los elementos básicos de consumo y la reducción de subsidios del sector público aumentan los ingresos del gobierno, al mismo tiempo reducen el crecimiento económico. Por lo tanto, se intensifica el peso de la deuda. Pero a la vez la crisis fiscal conduce a la fuga de capitales. Ya se ha iniciado la fuga de capitales del sector financiero, y, en el caso de la deuda a largo plazo, cerca de medio billón de euros han salido desde el comienzo del año. La actividad crediticia de los bancos ha caído a cero y su estancamiento puede tener graves consecuencias para la actividad económica. Por otra parte, tan sólo durante el próximo año vamos a tener que pagar 114.000 millones de euros en intereses por la deuda externa del estado, mientras que a medio plazo nos encontramos con la necesidad de refinanciar prestamos muy caros y cuantiosos.

Por tanto, la polític de austeridad no sólo no servirá para alcanzar las metas fiscales establecidas por el gobierno, sino que, por definición, no cambiará el hecho de que Serbia está en quiebra. La verdadera función de la austeridad y de las reformas bussines friendly (permitiendo a los inversionistas extranjeros contratar y despedir a su gusto, mientras que se arrincona a los sindicatos mediante la limitación del derecho a la huelga) es atraer préstamos extranjeros, creando la impresión a los inversores extranjeros de que el problema de la deuda está bajo control en nuestro paraíso inversionista. 

El objetivo es repagar los actuales préstamos caros mediante nuevos préstamos. En el mejor escenario, eso significa obtener nuevos préstamos más baratos de nuestros nuevos amigos en los Emiratos Arabes Unidos, a cambio de venderles la industria de armamentos y sectores de la agricultura. (Una repetición de la entrega de la industria de la energía a Rusia a cambio de su veto a la independencia de Kosovo en la ONU, y a préstamos ocasionales). En el peor de los casos significaría una vuelta a los préstamos del FMI con intereses mucho más altos. Pero, en ambos casos, la deuda se acumula para pagar la deuda existente. Y la economía política de la esclavitud de la deuda, esto es, la defensa del valor del dinero (deuda) a costa de la destrucción de la industria, seguirá su paso, lo que significa que el incumplimiento del pago y la bancarrota llegará más tarde o más pronto, ocurra lo que ocurra.

Al mismo tiempo, de lo que podemos estar seguros es de que hemos entrado en un nuevo periodo de asalto neoliberal contra la clase trabajadora. La reforma de las jubilaciones ya ha supuesto el aumento de la edad de jubilación de las mujeres a 63 años y la penalización de la jubilación anticipada. El objetivo a medio plazo es la reforma de los salarios del sector público. Pero estamos sólo al inicio y el gobierno avanza con lentitud, juega con trucos populistas, como detener a un puñado de magnates locales por malversación financiera o gravar los salarios más altos del sector público, a fin de desactivar la resistencia, para crear un consenso de medidas neoliberales más radicales en torno a la idea de que "todos estamos en el mismo barco".

En respuesta, los activistas de izquierda tendrán que llamar a un frente amplio de lucha contra la austeridad, uniendo a sindicalistas, colectivos feministas, activistas estudiantiles, jubilados y asociaciones campesinas. La generalización de la ofensiva crea la base para una unidad amplia y radical: la limitación del derecho a la huelga, los recortes de los derechos de los parados, de los jubilados, y los ataques al nivel de vida de la clase trabajadora en su conjunto mediante la subida del IVA. Con el fin de tener éxito, una campaña de resistencia así tiene que afrontar el clima generalizado de temor e incertidumbre, la creciente convicción de que aun cuando las reformas sean injustas, resultan empero inevitables ya que "no podemos gastar el dinero que no tenemos". En otras palabras, no podemos simplemente hacer llamadas vacías a la resistencia. Tenemos que ofrecer a la vez alternativas políticas convincentes a la ideología reinante. Necesitamos hacer un llamamiento al rechazo de la deuda y una nacionalización de los bancos y la industría como base para invertir en el empleo, prestación de servicios de bienestar social y calidad de vida.

Es de vital importancia iniciar el proceso agrupando diferentes grupos de activistas, dado que la crisis se acelerará y los préstamos del gobierno pueden no ser suficientes para evitar un impago de la deuda el próximo año. Si no conseguimos popularizar las políticas para una alternativa a favor de los trabajadores, nos encontraremos en una situación a la griega, donde nos enfrentaremos a un colapso catastrófico de los niveles de vida, el final de la democracia y el aumento del fascismo, pero sin la acumulación de fuerzas populares y la alternativa política de izquierdas, Syriza, que existe en Grecia. Por lo tanto, la izquierda radical tiene un papel que jugar en una amplia coalición contra austeridad: argumentar que la crisis capitalista sólo puede ser resuelta a través de una alternativa socialista, y que la eficacia de la lucha por esa alternativa depende de la creación de un partido de los trabajadores que una activistas de los diferentes sectores en lucha contra la ofensiva neoliberal.


Andreja Zivkovic es un sociólogo serbio, miembro de Marx21, autor de Revolution in the Making of the Modern World (Routledge 2007) así como el editor de ‘The Balkan Socialist Tradition’ (número especial de Revolutionary History Journal, 2003)
Traducción para www.sinpermiso.info: Corina Tulbure