UNA EXPLICACION POLITICA FRENTE A LA MUERTE DE FORT.



Por Horacio Convertini

Con el menemismo derrotado políticamente y convertido en la vergüenza histórica de la democracia, Ricardo Fort representó un reverdecer de la cultura del exhibicionismo y el lujo de gusto dudoso, propio de los años de la pizza con champán.

El chocolatero vino a legitimar el despilfarro en esta década de corrección política, sin camisas Versace ni trajes satinados, pero con la devoción intacta por Miami, el Once de los ricos. Escandalizaba pero poco. Después de todo, con el atraso cambiario regresaba lo mejor del 1 a 1: vacaciones en el exterior y deme dos en los shoppings.

Así, pese al cepo al dólar (o gracias a él, que habilitaba cambio oficial para gastar afuera), todos podíamos ser Fort, hasta el gobernador tucumano José Alperovich y su mujer, la senadora Beatriz Rojkés, que se mostraban en camello por un desierto de los Emiratos Árabes, o el riguroso jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, que le regalaba un Audi a su hija para sus 18 añitos.

El menemismo fue, entre otras cosas, una expresión cultural: el elogio del consumo suntuoso, la aceptación de la tilinguería. Y Fort lo resucitó al ganarse un lugar en la escena pública. Era tan extremo lo suyo que todo lo que venía detrás, por contraste, parecía lógico, incluso discreto, aunque varios le sacaran ventaja y ubicaran Dubai como la meca del medio pelo del siglo XXI.

La paradoja es que el neomenemismo surgió en un momento “nac & pop”, filtrándose entre las grietas del relato. ¿Qué es, si no “la gran Fort”, lo que hizo Martín Insaurralde tras su derrota en las legislativas? Ticket en primera clase al Caribe para curar las penas entre compras baratas y siliconas caras.