Los brasileños creen en aquello que les produce bienestar y felicidad

Los resultados de una encuesta nacional realizada por la prestigiosa Fundación Getulio Vargas haría pensar que los brasileños no creen en nada. En efecto, los resultados sobre la fe y confianza de los ciudadanos en seis importantes instituciones, como los partidos políticos, el Congreso, la policía, la Iglesia Católica, la prensa y las Fuerzas Armadas, podrían hacer creer que los brasileños se han vuelto unos descreyentes totales. Lo que no es cierto.
Según dicho sondeo, sólo un 4,9% tiene confianza en los partidos políticos. El 95,1% no confía en ninguno de ellos. En el Congreso Nacional, fulcro de la democracia y de la participación popular a la gestión pública, sólo creen un 19,5% y lo rechazan un 81,5%. No queda mucho mejor la policía en la que confía sólo un 29,9% y la rechaza un 70,1%.
Hasta la Iglesia Católica, que aún es profesada por más del 60% de los ciudadanos y que ha estado siempre muy presente en la política social del país gozando de buena reputación en general, ha empezado a perder credibilidad. Hoy sólo confían en ella un 49,7% y la rechazan más de la mitad: un 50,3%. Eso, incluso, después de la visita en julio pasado del papa Francisco que parecía haber significado una inyección a los católicos hasta el punto que muchos evangélicos confesaron que, después del ejemplo de desprendimiento y sencillez del papa de Roma, querían volver a ser católicos.
Lo mismo le ha ocurrido a los medios de comunicación que, en el pasado, resultaban una de las instituciones mejor valorizadas. Hoy sólo tienen confianza en la televisión, un 29% de la población y la rechazan un 71%. Un poco mejor situada aparece la prensa escrita o digital que es rechazada sólo por un 62%, por lo que un 38% aún confía en ella. Hasta las Fuerzas Armadas, que años atrás aparecían como la institución en la que más fe ponían los brasileños, ha bajado en la apreciación de los mismos. Hoy confían en ellas un 65,4% mientras las rechazan un 34,6%, lo que indica, sin embargo que continúa siendo la institución mejor vista.
Y esa falta de confianza resulta más grave ya que las seis instituciones analizadas han seguido perdiendo credibilidad. Las que más, el Ejército que ha perdido en un año un 10% de credibilidad y la Iglesia, un 8%, justo las dos que en el pasado presentaban mayor índice de credibilidad. Si ello es así, habría que que preguntarse en qué creen y en quienes confían los brasileños si esa confianza no se la ofrecen ni los políticos, ni la policía, ni la iglesia, ni los medios de comunicación y cada vez menos incluso el Ejército.
Creen en los valores opuestos a los que condenan en esas instituciones, como el alto grado de corrupción de los políticos o de la policía, o la falta de acercamiento a la gente y la vida relajada y burguesa, por ejemplo, de la Iglesia Católica. Por contraposición, los brasileños siguen creyendo, sobre todo los más pobres, en la institución de la familia en todas las formas que hoy se presenta cada vez menos tradicional.
Creen en los valores de la solidaridad, en los espacios de libertad para disfrutar de la vida y el amor; creen cada vez más en sus propias capacidades. De ahí el que busquen, principalmente los jóvenes, crear sus propias pequeñas empresas. Gustan de todos los espacios de distensión, desde la música al deporte, el baile y el “churrasco” compartido con los amigos. Les gusta vivir en compañía, compartir sus experiencias. Creen en la fuerza de la comunicación, de ahí el aumento de su presencia en las redes sociales. Y creen en el fenómeno religioso en cualquiera de sus formas y credos. Los brasileños son tremendamente polireligiosos. Pueden creer y dar culto a varias confesiones al mismo tiempo.
Les gusta hasta la política, pero no la de los partidos. Prefieren a las ONGs, principalmente a las que trabajan en los ambientes sociales más olvidados por las instituciones del Estado. Los brasileños saben disfrutar con lo poco o mucho a su alcance. Y de los políticos de profesión, a pesar de no confiar en ellos, procuran sacar el mayor partido posible, tratando de conquistar a alguno de ellos para que “les echen una mano”. Después de usarlos, siguen desconfiando de ellos.
En eso, se parecen, por ejemplo, a los italianos: votan a los que saben que son más proclives a “hacer favores”. Como en Italia, donde no se da un paso, sin un “padrino”, en Brasil, paradójicamente, siguen confiando en la ayuda puntual del político o padrino de turno. Se hizo, por ejemplo, célebre la afirmación irónica del novelista João Ubaldo de que en Brasil es difícil que cuaje el movimiento de los “indignados” porque el sueño de los brasileños es “tener un político corrupto” en la familia para que les resuelva todas sus penas y problemas.
Al final creen en lo que les procura bienestar y felicidad. ¿Es poco?