Incertidumbre, otra vez

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 El resultado más ostensible del ciclo electoral de este año es que la política sigue atrapada en la crisis que se inauguró en el año 2001. La fragmentación que acompañó al derrumbe de Fernando de la Rúa intentó ser superada con el liderazgo absorbente de los Kirchner.
Ahora que ese liderazgo ingresa en su crepúsculo, reaparece la carencia de un sistema equilibrado y eficiente para organizar el poder. Éste es el rasgo principal de la transición que se ha iniciado: el curso que tome la vida pública dependerá, por lo menos hasta el año 2015 , de las decisiones que adopten innumerables sujetos.
El desenlace de ese juego se llama incertidumbre. Al fraccionamiento de la oposición se agregó el del peronismo. Allí radica la gran novedad de Sergio Massa. El intendente de Tigre arrebató al oficialismo el 44% de los votos de la provincia de Buenos Aires. Se impuso en todas las secciones. Aun en ciudades que en agosto le habían sido esquivas, como Mar del Plata o Bahía Blanca. Massa incrementó su caudal de las primarias en 639.575 votos. Es, sin dudas, un problema para Cristina Kirchner y, sobre todo, para Daniel Scioli.
Pero su evolución de los dos últimos meses no se hizo a expensas del peronismo. Martín Insaurralde obtuvo anteayer 110.000 votos más que los que sacó en las PASO. Y superó al Néstor Kirchner de 2009 en 350.000 votos, aunque la comparación sea imperfecta por el incremento del padrón. Quiere decir que el PJ oficialista detuvo su sangría. ¿Efecto Cirio?
Massa se expandió hacia la clientela de Francisco de Narváez, quien perdió entre las primarias y las generales 474.000 votos.
Un primer corolario de este nuevo panorama es que Massa no sólo representa un gran riesgo para Scioli. También pone en jaque cualquier experimento que pretenda conquistar el centro político desde fuera del peronismo. Dicho de otro modo: pone en jaque a Mauricio Macri. Si hacía falta alguna señal para advertirlo, alcanza con ver la ansiedad del jefe del gobierno porteño para abordar el nuevo paisaje electoral. No sólo invadió la fiesta de Gabriela Michetti, Sergio Bergman e Iván Petrella con una legión de simpatizantes ataviados con la leyenda "Macri 2015". Dedicó casi todo su discurso a menoscabar el triunfo de Massa. El arrebato fue curioso. Macri se apartó de uno de los apotegmas de Jaime Durán Barba: jamás enemistarse con quien brilla en las encuestas. Esa ley, que reguló durante años sus relaciones con la Presidenta, no rige para Massa. La irritación resulta aún más incomprensible porque a esa hora los seguidores del propio Macri, entre ellos su primo Jorge, festejaban en Tigre la victoria de quien, por lo menos hasta esa noche, era un aliado.
La enemistad con Massa llevó a Macri a flagelarse con una promesa: jamás postular a quienes hayan sido ministros de un gabinete kirchnerista. ¿Y los que han sido secretarios, como Guillermo Moreno, o presidentes de empresas públicas, como Mariano Recalde? Massa respondió ayer a Macri como hubiera aconsejado Durán Barba: "Hablar de 2015 es faltar el respeto a la gente". Demagogia ejemplar. Lo importante: la partida entre Massa y Macri ya está abierta.
La polémica por 2015 disimuló que hay motivos de festejo para Macri. Ratificó su buena posición en Santa Fe con el 27% de Miguel Del Sel, que superó al peronismo. Y tuvo un desempeño aceptable con Alfredo De Angeli en Entre Ríos, quien con 23,43% se impuso a la UCR. Pro también dejó una semilla en Córdoba y en La Pampa. Y, lo imprescindible, reconquistó la ciudad de Buenos Aires, donde Gabriela Michetti casi alcanza el 40 por ciento.
El mapa porteño debe quedar, sin embargo, bajo observación. Primero, porque el triunfo de anteayer puede reavivar en Michetti el sueño por la herencia municipal de Macri, que parece asignada a Horacio Rodríguez Larreta. Segundo, porque UNEN construyó una base no desdeñable: Pino Solanas conquistó una senaduría y Elisa Carrió retuvo nueve de cada diez votos de los que sacó la coalición en las primarias. También en esta alianza hay alguien que fantasea con suceder a Macri: Martín Lousteau.
La plataforma que estableció UNEN en la ciudad de Buenos Aires se integra a una de las novedades del año: el surgimiento de figuras competitivas en el radicalismo de varias provincias. Julio Cobos triunfó en Mendoza por 47,72% de los votos. José Cano avanzó en Tucumán hasta un 34,66% y replegó a José Alperovich a un inédito 46,87%. Mario Fiad, apadrinado por Gerardo Morales, se impuso en Jujuy con 40,15%. Los radicales riojanos denunciaron ayer a Luis Beder Herrera por fraude, en comicios casi empatados. En Santa Cruz, Eduardo Costa ganó por el 42,13%, contra un peronismo dividido entre el Frente para la Victoria (24,74%) y el PJ del gobernador Daniel Peralta(20,04%).
La cuna del kirchnerismo puede ser anticipatoria: la UCR se impuso gracias a la fractura del peronismo. ¿Qué sucedería en el resto de los distritos si, para 2015, el PJ se bifurcara entre oficialistas y disidentes? Es el principal desvelo de los gobernadores de ese partido. Por un lado, la asociación con el gobierno nacional les hace perder votos frente a las oposiciones locales ya establecidas. Por otro, comienzan a sentir el riesgo interno que representa Massa. El intendente de Tigre confirmó ayer que planea federalizar su Frente Renovador invitando a otros alcaldes para que, como él, enfrenten al peronismo oficial de sus provincias. La resurrección de la UCR y la ambición de Massa son una doble Nelson para los caudillos del interior.
Massa tiene en la expansión nacional de su candidatura un problema crucial por resolver. Pero anteanoche quedó claro que también lo tiene Scioli. En medio de la insólita fiesta del Frente para la Victoria, Juan Manuel Abal Medina convocó a una videoconferencia a Jorge Capitanich, quien se impuso en el Chaco por 59,31% de los votos. Para Scioli fue una puñalada. Sin embargo, detrás del auspicio de la Casa Rosada a la candidatura de Capitanich opera una fuerza histórica. Es difícil que los gobernadores del interior acepten someterse a un bonaerense. Una maldición de la que no se salva Massa.
Así y todo, sería incorrecto reducir el impulso a Capitanich a una inercia impersonal. La candidatura es parte de una estrategia de Cristina Kirchner. Ella sigue los acontecimientos desde un retiro al que apenas acceden sus hijos, Carlos Zannini y Oscar Parrilli. A pesar de que Máximo Kirchner, más gravitante que nunca, sigue atemorizado, todos están satisfechos con su estado de salud.
Instalada en esa inusual introspección, la señora de Kirchner tiene varios motivos para reconfortarse. El oficialismo retuvo el 33% de los votos y controla la mayoría del Congreso. El desempeño de Massa en Buenos Aires fue espectacular. Pero el Frente para la Victoria no perforó el piso de 2009. Y el debilitamiento de Scioli justifica más una opción propia, como Capitanich. O varias, si se agrega al entrerriano Sergio Urribarri.
Así, como anticipó Boudou la noche de las elecciones, el kirchnerismo tratará de conservar la dirección de su política. Una decisión que el pago de los arbitrajes del Ciadi no vino a corregir, sino a reforzar. Esas deudas se saldarán con bonos que pagará otra administración. A cambio, el Gobierno levanta el veto de los Estados Unidos para acceder a 3000 millones de dólares disponibles en el Banco Mundial, de los cuales un tercio será desembolsado el año que viene. Conclusión: el reconocimiento de esas deudas permite a la Presidenta incrementar el nivel de reservas sin producir ajuste alguno.
Si había surgido alguna duda respecto de esa orientación, anteayer apareció un dato muy interpelante para el kirchnerismo: la izquierda trotskista tuvo un avance llamativo en muchos distritos. En Salta, por ejemplo, el Partido Obrero se ubicó segundo, con 20% de los votos. En Santa Cruz obtuvo 11,14%. En Buenos Aires casi alcanza a De Narváez: Néstor Pitrola sacó 5%, con un número de votos similar al de Martín Sabbatella en 2009. En Neuquén la misma fracción consiguió el 10%.
Con estas noticias delante de sus ojos, y al frente de un poder considerable, Cristina Kirchner podrá condicionar la escena pública durante los próximos dos años y supervisar su sucesión. Una capacidad que olvidan muchos de sus opositores. Vale para ella lo que escribió David Duff sobre Napoléon III: "Con él los franceses cometieron dos errores. Cuando llegó, pensar que era un genio. Y cuando se fue, suponer que era un idiota"..