El predominio cuasihegemónico de la coalición de gobierno peronista
liderada por el kirchnerismo, está respaldado en la fragmentación del
resto de la oferta electoral. Si los sumáramos, encontraríamos que el
peronismo disidente, el radicalismo, el PRO y el FAP obtienen muchos
votos. De esa hipótesis aritmética nace el colectivo, más virtual que
tangible, de "la oposición". Que puede converger en alguna declaración
puntual, como el rechazo a una eventual reforma constitucional o, ahora,
al acuerdo con Irán para permitir que la justicia interrogue a los
acusados por la masacre de la AMIA. Sin embargo, estos cuatro partidos
no pueden realizar una alianza electoral para enfrentar en conjunto al
oficialismo.
El motivo de esta imposibilidad va más allá de las diferencias
ideológicas. Que existen, pero no son tan profundas como para impedir un
acuerdo. En la historia internacional de las coaliciones, hay casos de
partidos con distancias ideológicas aún mayores que las que separan a
opositores argentinos, que se sobrepusieron a ellas y lograron gobernar.
La causa principal está en la política distrital. En ese nivel, que es
el corazón de la política argentina, las diferencias se ven mucho más
claramente. En Córdoba, por obvias razones de competencia política, es
imposible una alianza entre Juez, De la Sota y Aguad, así como en Santa
Fe es impensable una coalición entre Binner, Reutemann y Del Sel, o en
la Ciudad una entre Macri y Solanas.
A esta limitación, casi insalvable, que propone la competencia
distrital, se le agrega otra, para empeorar las cosas: el empate a nivel
nacional. Los cuatro, FAP, UCR, PRO y peronismo disidente, tiene más o
menos el mismo volumen y poderío político-electoral. Esto pudimos verlo
en las elecciones de 2011, y es lo que muestra cualquier evaluación
preliminar de fuerzas. Los cuatro cuentan con un partido de alcance
territorial limitado y un presidenciable (hoy serían Binner, Cobos,
Macri y De la Sota, respectivamente). Y, en general, hacen pie en solo
uno de los distritos importantes, como es el caso del FAP en Santa Fe,
del peronismo disidente en Córdoba y del PRO en la Capital; por su
parte, la UCR opositora, aunque no gobierna ninguna provincia, lo
compensa con su influencia en Mendoza, Córdoba Capital y municipios
clave, y con una implantación nacional algo mayor que la de los otros
tres partidos. Todos ellos, en definitiva, están en un nivel parejo, y
por ende ninguno está en condiciones de reclamar el liderazgo del voto
opositor.
Pero precisamente, la forma más sencilla de superar este entramado
imposible que plantea la competencia intraopositora, es el liderazgo. Ni
el "diálogo" -palabra que, en general, no significa mucho- ni los
buenos oficios resuelven un empate. Uno de ellos tiene que fortalecerse,
superar a los otros tres, e imponer las condiciones en una negociación.
Para picar en punta y adquirir el liderazgo, uno de estos cuatro
partidos tiene que ganar dos de los cuatro distritos que hoy balcanizan
insalvablemente a la oposición. Si en las elecciones de 2011 el FAP,
además de retener Santa Fe con la candidatura exitosa de Antonio
Bonfatti, hubiera ganado Córdoba con Luis Juez, hoy no habría discusión:
el liderazgo de la oposición estaría en manos del FAP. De la misma
forma, el PRO podría alcanzar esta posición si el humorista Miguel Del
Sel ganase la gobernación de Santa Fe, o por caso la UCR si, además de
ganar en Mendoza, recuperase Córdoba. En suma: el partido opositor que
logre el predominio electoral en dos distritos grandes, ostentará a
partir de este año la capacidad necesaria para coordinar electoralmente a
la oposición.