Democracias post primavera árabe

En el norte de Africa, la llamada Primavera Arabe, luego de las elecciones, ha desembocado en el ascenso al poder de fuerzas islamistas.

A inicios de 2011, recordará lector, cómo las insurrecciones populares derribaron regímenes dictatoriales en Túnez y Egipto. Luego, en Libia, las potencias occidentales intervinieron en la guerra civil que concluyó con la caída de Muamar Kadafi.
Después de las recientes elecciones, los partidos islamistas son, por ahora, los principales beneficiados electorales, imponiéndose en países donde cayeron los dictadores (Túnez y Egipto), y en otro que realizó reformas dentro del régimen (Marruecos).
La caída de regímenes autoritarios laicos y el ascenso de fuerzas islamistas a través de elecciones representan un cambio profundo en esa región, en el interior del mismo islam político y en las cuestiones de seguridad de Medio Oriente.

¿Qué tipo de islam político emergerá? ¿Intentarán imponer nuevas teocracias o serán regímenes democráticos y plurales? El tipo de islam político que encarnarán tendrá importantes consecuencias en dos conflictos clave: la cuestión palestina y la relación entre Israel y los países árabes. Si Israel pasa a estar rodeado por país gobernadas por fuerzas islamistas democráticas, se abrirán posiblemente nuevos escenarios.
Diversos intereses extranjeros pretenden modelar las transiciones en estos países. Por un lado, Irán ha apoyado las revueltas populares. Su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei las calificó de “despertar democrático” con “objetivos y orientación islámicos”.

Por otro lado, las potencias occidentales, tras un momento de parálisis inicial, también tomaron una posición favorable a la insurrección, cuya máxima expresión se observó en Libia. Recuerde que los autócratas que gobernaban estos países eran aliados de las potencias occidentales que los veían como una barrera de contención contra la expansión del islam.
La estrategia occidental parece favorecer el surgimiento de un islam político moderado. El modelo es el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en Turquía. Su líder, Recep Erdogan, fue abandonando sus posiciones radicales iniciales hasta aceptar, a finales de los noventa, la separación de la religión y el Estado.

En el gobierno desde 2002, Erdogan realizó reformas democráticas con la expectativa de lograr el ingreso de su país a la Unión Europea. Por esto, el AKP turco suele compararse con la democracia cristiana europea: un partido de inspiración confesional que acepta el pluralismo.

De todos modos, la tarea no será fácil, tras el largo apoyo de las potencias occidentales a las autocracias. En estos países, el islamismo fue durante décadas la única forma viable de oposición. Los líderes que hoy ascienden sufrieron en carne propia la represión del pasado.

En los tres países, las campañas electorales de los partidos islamistas estuvieron, con un discurso moderado, centrados en una prédica nacionalista y en la denuncia de la corrupción política, no ingresando a la promoción de un programa islamista.
En Egipto, se inició un largo proceso de elección legislativa con tres vueltas, con dos rondas cada una, que recién culminará en enero. El Parlamento electo deberá seleccionar a la comisión que redactará la nueva Constitución.

En la primera vuelta, se impuso con 37% el Partido Libertad y Justicia, brazo político de los Hermanos Musulmanes. Duramente reprimidos por décadas por las Fuerzas Armadas, pudieron desarrollar una organización con una importante tarea de asistencia social que los preparó para la competencia electoral.

En Marruecos, el Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD) obtuvo 29% de los votos. El PJD fue creado por la monarquía para contener políticamente a la autodisuelta Juventud Islámica, que había practicado el terrorismo durante los ochenta.

El nuevo gobierno será el más poderoso que ha tenido Marruecos ya que la reciente reforma constitucional ha recortado las atribuciones del rey. El nuevo primer ministro Abdelilá Benkiran cita al AKP turco como su inspiración.

En Túnez, el partido Ennahda obtuvo el 41% en las elecciones del 23 de octubre a la Asamblea Constituyente que será responsable de redactar la nueva Constitución. Su líder, Rachid Ghanuchi, declaró que su modelo no era ni Arabia Saudita ni Irán, sino la Turquía de Erdogan.

Es probable que en los tres países se estructuren gobiernos de coalición con sectores islamistas. Allí tendríamos un indicio de la orientación de las nuevas democracias árabes ya que en Egipto y Marruecos también emergieron fuerzas islamistas con posiciones más radicalizadas.

En Egipto sorprendió el segundo lugar, con 24%, obtenido por Al Nur, el partido de los salafistas, una versión integrista del islam. Los Hermanos Musulmanes enfrentan así la presión de los salafistas mientras que, por el otro, las Fuerzas Armadas, que gobernaron el país por décadas, pretenden todavía establecer las reglas de juego.

En Marruecos, el PJD representa la rama islamista autorizada por la monarquía. La otra corriente, el movimiento Justicia y Espiritualidad, no ha sido legalizado porque, a diferencia del PJD, no reconoce ni al rey ni a la Constitución. Justicia y Espiritualidad encabeza las protestas del Movimiento del 20 de Febrero en las principales ciudades del país contra el orden político vigente.

En Túnez, si bien el presidente del Ennahada, Rachid Ghanuchi, defiende posiciones democráticas, el número dos del partido y candidato a primer ministro, Hamadi Jebali, afirmó hace un mes en un discurso: “Estamos en un momento histórico, divino, entramos en el ciclo de una nueva civilización bajo la égida del sexto califato”.