El poder en el mundo

¿Qué mueve a las naciones a buscar el poder? El aspecto militar y la búsqueda de consenso. Hegemonía y cultura política. Un juego planetario destinado a las potencias.

Por Dante Caputo

Esta columna debe dar cuenta de los sucesos del mundo que trascienden lo inmediato y lo afectan de manera prolongada. Quiero discutir, brevemente, cómo se podría llevar a buen término esa intención. ¿Qué mueve a los individuos a buscar el poder? ¿Por qué quieren determinar el comportamiento de los otros de manera que hagan lo que no harían por sí mismos? ¿Qué mueve a las naciones a buscar el poder, es decir, a determinar el comportamiento de otras naciones? ¿Para qué sirve el poder de las naciones sobre las naciones? Estos interrogantes pueden sonar a algo filosófico y, por tanto, poco práctico cuando, en realidad, de lo que se trata es de comprender “útilmente” lo que sucede en el mundo.

Como suele decirse, la filosofía no sirve para nada excepto para cambiar el mundo. Aunque aquí estamos lejos de internarnos en esa materia. Más bien, buscamos hacernos algunas preguntas, encontrar criterios, lo mejor fundados posible, para observar la realidad y para discriminar lo central de lo accesorio.

El análisis internacional no debe ser una cronología de hechos. Cada semana se desenvuelven una enormidad sucesos. ¿Por qué elegir éste o descartar aquél? Sólo si tenemos alguna guía en la inmensidad de la información podemos elegir lo que puede alterar el sistema mundial.

Piense, lector, en una guía telefónica. ¿Qué se puede hacer con su contenido? Nada, a menos que usted busque algo preciso. Si no busca un nombre y una dirección, toda la información contenida allí es inútil.

En el tema que nos ocupa, hay dos tipos de hechos que deberían interesarnos: los que ayudan a entender lo sustantivo o aquellos que se imponen por sí mismos. Y después está el resto, que puede ser usado en función de los intereses que representa o tiene quien escribe.

Los hechos que se imponen por sí son escasos. La muerte de Osama bin Laden fue uno de ellos. Los datos que muestran el peso del futuro de las economías en el mundo y su posición relativa es otro. Pero no suceden cosas así todos los días. Entonces se corre el riesgo de mostrar como importante lo que no es. Para evitar estos peligros tendríamos que observar lo que sucede, guiados por algunos criterios. Primero, deberíamos tener cierto acuerdo sobre lo que es y lo que no es relevante para entender el funcionamiento del sistema mundial. Segundo, si entendemos lo que es importante en términos de poder para una nación, tendremos un excelente filtro para separar lo vital de lo contingente. Tercero, partir de la presunción que en el sistema mundial hay básicamente una competencia por el poder que puede llegar a expresarse en la decisión de ejercer el dominio sobre otros. En esta línea, lo que llamamos el estado del sistema es una suerte de fotografía del tipo, intensidad y resultante de las relaciones de poder entre las naciones.

El análisis internacional, si lo anterior es aceptado, debería dar cuenta de los elementos que pueden modificar esa fotografía y de los análisis que ayuden a imaginar los cambios probables que tendrá esa fotografía en los futuros predecibles.

Creo que la relevancia de un hecho está dada por su capacidad para alterar de manera prolongada la relación de poder de las naciones entre sí, en las subregiones (por ejemplo Sudamérica), en un continente o en el conjunto mundial. Entendiendo relación de poder a una relación en la que un Estado impone, total o parcialmente, una conducta a otro Estado o a un conjunto de ellos. Por lo tanto, si usted ve que sucede algo que reúne estas condiciones, ese hecho debería entrar en el campo de análisis.

Inversamente, si observa análisis de cuestiones que en definitiva no van a cambiar nada de forma duradera, usted está leyendo una crónica de sucesos, un conjunto de opiniones o la promoción de un interés particular.

La tarea anterior se aclara en la medida que quien observa tenga alguna concepción acerca de qué mueve a las naciones a ejercer poder sobre otras. Hay, por lo pronto, un conjunto de razones a las que llamaría de conveniencia interior. Una nación se impone a otra para capturar sus recursos. La dominación colonial es la expresión típica de este poder.

Hay otra razón, menos clara, aunque no menos importante, que tiene alguna similitud con la misteriosa fuerza que lleva a los individuos a buscar el poder. ¿Por qué quieren dominar, imponer una conducta?

No creo que una respuesta pueda ser dada en un artículo. En rigor, tampoco los tratados resuelven la cuestión. Tenemos intentos de respuestas. Nada que pueda ser demostrado, nada definitivo. Fíjese que lo más importante en el mundo de la política, nacional o mundial, no tiene una explicación precisa. De allí el encanto de estas materias, que a diferencia de las llamadas ciencias exactas, deben explorar en la incertidumbre constante. Esto es así porque el objeto de la indagación no es el átomo, un planeta, o el tiempo. Es el individuo.

Hace 2.427 años Atenas quiso (y logró) dominar la pequeña isla de Melos. Antes de actuar militarmente, sus embajadores negociaron con los melios, quienes sostenían que la neutralidad debía ser suficiente gesto de buena voluntad. Los atenienses, lejos de aceptar la idea, la rechazaron vivamente: “Si no los dominamos, se creerá que no podemos ejercer nuestro poder”. Verá usted que el problema no era para qué dominarlos sino el hecho de dominar en sí. Ese impulso vital crea los imperios, hace que algunas naciones dejen de agotarse en sus conflictos internos y sean llevadas a jugar en el gran tablero.

Para acercarnos a algún tipo de respuesta a los interrogantes planteados, recordemos a Adam Smith. Antes de escribir La riqueza de la naciones, produjo La teoría de los sentimientos morales, enorme obra para comprender, en parte, las cuestiones a las que apenas aludimos aquí. En ese trabajo, que iba a cambiar el mundo a pesar de ser sólo filosófico, Smith proponía guiarse siempre en la comprensión de los fenómenos humanos por las dos fuentes que originan la acción de los individuos (y de las naciones): la razón y la pasión.

Algunas naciones logran que razón y pasiones se encuentren, se ayuden, de una manera que no creo que alcancemos a comprender. El resultado suele ser su tránsito de una sociedad ensimismada a una sociedad decidida a luchar en el tablero mundial. Son naciones con el secreto de un encuentro interior que las torna poderosas.