Sobreinformación 2.0

Por Sharon Begley

Toda decisión difícil conlleva una cuota de angustia: comprar un auto, elegir una nueva prepaga o decidir qué hacer con los ahorros. Aunque la angustia bien puede ser consecuencia del exceso de información (¿es mejor la mecánica de A, la de B o la de C? ¿rinden más los bonos o el oro?), las tribulaciones podrían responder a un fenómeno biológico más complejo. Angelika Dimoka, directora del Centro para Toma de Decisiones Neurales de la Universidad de Temple en EE. UU., decidió estudiar el problema. Se unió a economistas y científicos informáticos para estudiar las "subastas combinatorias", una especie de pujas mentales que en nada se parece a las de Mercado Libre o eBay. En este proceso, los participantes deben evaluar una increíble cantidad de elementos y el desafío es adquirir la combinación que cada uno quiere con el precio más bajo; a medida que crece exponencialmente la cantidad de "artículos" y combinaciones, lo mismo ocurre con la información que deben evaluar. Hasta los expertos terminan dominados por la ansiedad y la fatiga mental. De hecho, cuanto más se esfuerzan en asimilar la información, menos capacidad tienen para adquirir los artículos que desean: pagan más por ellos o cometen más errores críticos.

Para analizar el fenómeno, Dimoka reclutó voluntarios, los sometió a subastas combinatorias y midió su actividad cerebral con resonancias magnéticas funcionales (fMRI, en inglés). La científica observó que a medida que aumentaba la carga de información, se incrementaba la actividad de la corteza prefrontal dorsolateral (CPFD), región situada detrás de la frente y responsable de tomar decisiones y controlar las emociones. Sin embargo, a medida que los investigadores daban más y más información a los pujantes, la actividad CPFD se interrumpía de forma repentina, como si se hubiera quemado un fusible. "Sufrían una sobrecarga cognitiva y de información", acusa Dimoka. En otras palabras: como la región cerebral encargada de tomar decisiones inteligentes deja de funcionar, los participantes comienzan a tomar decisiones absurdas y a cometer errores de juicio. En tanto, los niveles de ansiedad y frustración se disparan porque las regiones cerebrales donde se asientan las emociones empiezan a correr como caballos desbocados. "Cuando la información es excesiva, las personas toman decisiones que tienen cada vez menos sentido", asegura Dimoka.

Así que despídase del ideal de las decisiones "bien informadas". Para las generaciones anteriores, ese concepto se resumía simplemente en ser aplicados y buscar información en libros de referencia, pero hoy —con Twitter, Facebook e incontables aplicaciones para teléfonos móviles— la afluencia de datos y opiniones es incesante. Investigaciones como la de Dimoka revelan que un empacho de información está cambiando nuestra forma de pensar y no siempre para mejor. Quizás alguna vez haya buscado información sobre un destino vacacional y la avalancha de datos online lo llevó a optar por quedarse en casa.

La twittósfera local tiene protagonista indiscutidos. Y aunque la mayoría niega sentirse aturdido por su actividad o la información que recibe, ya hubo varios, como Andrés Calamaro y Viviana Canosa, que decidieron cerrar sus cuentas (al menos, de manera temporaria). Según el ranking que realiza el blogger Enrique Ansaldi (enriqueansaldi.com.ar), el argentino con más seguidores es Gustavo Cerati. Parece natural: sus fans siguen online su estado de salud, actualizado por su familia. Entre las "celebrities", Jorge Rial suma casi medio millón de seguidores y unos 10.000 tweets hasta el momento. A Manu Ginóbili lo siguen un número similar, pero escribe menos: apenas 1700 tweets. Entra los "famosos" que más postean está Yanina Latorre, esposa del ex futbolista, conductora de radio y "botinera de las viejas", según ella misma se define. Tiene al momento unos 70.000 tweets. "Contesto todo lo que todo recibo. Todo. Son unos 200 o más, por día. No me pesa nada. Igual, lo controlo, ¿eh?...", asegura y dice que si bien hace preguntas y genera debates, los consejos que recibe nunca le hacen cambiar su criterio.

"No estoy seguro que hoy la cantidad de información sea mayor, quizás sólo este más accesible", opina Tomás (prefiere no dar su apellido), más conocido en el universo twittero argentino como Capitán Intriga. Blogger desde hace seis años (su site Son cosas mías es uno de los más visitados a nivel local) y twittero casi full time, este joven de 30 jura que nunca se sintió alienado por Twitter. "Hace 15 años, cuando uno planeaba un viaje solía preguntarle a amigos o comprar el diario. Hoy hace lo mismo pero desde la PC. Uno puede pensar que hay más para elegir, pero lo cierto es que uno no accede a toda esa oferta".

En el siglo XVII, Leibniz lamentó la "espantosa masa de libros que va en aumento", y en 1729 Alexander Pope previno a sus contemporáneos del "diluvio de autores que cubren la tierra". Con todo, entonces se pensaba que las consecuencias serían emocionales y psicológicas, particularmente la angustia provocada por la incapacidad para asimilar aunque fuera una fracción de todo cuanto había en el mercado. De hecho, en 2009 el diccionario Oxford agregó el término "fatiga por información". Pero a la vez que esa información encuentra nuevos medios para llegar hasta nosotros, cada vez con más frecuencia e insistencia que nunca, comienza a surgir otra consecuencia aun más inquietante: quien trate de beber de la manguera de incendios de la información, sufrirá perniciosos efectos cognitivos que son más perturbadores en la capacidad para tomar decisiones inteligentes y creativas.

Las investigaciones deberían invitar a la reflexión a cualquiera que sea adicto a los mensajes de texto o los tweets. La floreciente ciencia de la toma de decisiones demuestra que el exceso de información conduce a cometer errores de juicio que luego se pueden lamentar. Un sistema inconsciente, revelan los estudios, dicta muchas de nuestras decisiones y el exceso de información puede confundirlo. Y las decisiones que requieren de creatividad son más certeras cuando permitimos que el problema madure por debajo del nivel de conciencia —algo cada vez más difícil si la información nunca deja de asaltarnos.

Hace poco, un torrente de información abrumó a los funcionarios estadounidenses antes del derrocamiento del gobierno egipcio y es posible que eso haya ocasionado por lo menos un tropezón: Leon Panetta, director de la CIA, dijo que el ex presidente egipcio, Hosni Mubarak, estaba a punto de anunciar su renuncia —justo antes de pronunciar un extenso y desafiante discurso en el que declaró que no iría a ninguna parte. "La retrospección siempre nos permite pensar en lo que pudimos hacer mejor, pero en el momento crítico no es posible conjeturar", explica Dan Pfeiffer, director de comunicaciones de la Casa Blanca. "En ese instante hay que tomar una decisión y actuar". A medida que los científicos profundizan en los efectos del flujo de información sobre el proceso de tomar decisiones, empiezan a detectar patrones bien definidos. Entre ellos:

1) La infinidad de opciones paraliza

Cada fragmento de información recibida plantea opciones: prestar atención, responder, contemplarlo como un factor de la decisión. Pero la ciencia de las decisiones demostró que cuando enfrentamos un sinfín de opciones, muchas veces corremos el riesgo de no tomar una decisión.

Aunque decimos preferir más información, la abundancia termina por ser "debilitante", argumenta Iyengar. "Cuando tomamos decisiones comparamos paquetes de información. En consecuencia, es más difícil decidir si la cantidad de información es mayor".

2) Cuanto más información se analiza, más se lamenta la decisión tomada

Si, a pesar de la apabullante información, nos las arreglamos para tomar una decisión, muchas veces nos arrepentimos. Cuanta más es la información a asimilar, mayor es la tendencia a lamentar las opciones descartadas. En un estudio de 2006, Iyengar y sus colegas analizaron las búsquedas de trabajo de estudiantes universitarios y vieron que, a medida que reunían más fuentes y tipos de información, menos satisfechos estaban con sus decisiones. Sabían tanto —consciente o inconscientemente— que fácilmente imaginaban por qué una posibilidad rechazada habría sido mejor. "Aun cuando hayamos elegido la mejor opción, tendemos a estar menos satisfechos con la decisión", revela Iyengar.

Una causa fundamental de los rendimientos menguantes o hasta negativos de la información es la limitada memoria funcional del cerebro, que sólo puede retener cerca de siete factores (razón por la que los números telefónicos de siete dígitos son los más convenientes). Cualquier dato adicional debe almacenarse en la memoria a largo plazo. Eso conlleva un esfuerzo consciente, como ocurre cuando estudiamos para un examen. Cada vez que el buzón de entrada del cerebro recibe información con más de siete unidades, dice la psicóloga Joanna Cantor, autora del libro "Conquer Cyber Overload" ( 2009 ) y profesora emérita de la Universidad de Wisconsin, el cerebro se esfuerza por determinar lo que debe conservar o desechar; pero ignorar lo repetitivo e inútil requiere de recursos cognitivos y vigilancia, una tarea que se complica mucho tratándose del exceso de información.

La cantidad de datos no es lo único que aturde al cerebro; también lo hace la velocidad. El incesante bombardeo nos entrena para responder al instante, sacrificando la precisión en aras de la urgencia.

3) Lo último no siempre es lo más importante

El cerebro está predispuesto a identificar el cambio más que la inactividad. La llegada de un mensaje al BlackBerry es un cambio, igual que una nueva publicación en Facebook. Nuestra maquinaria para tomar decisiones está condicionada a dar mayor importancia a lo reciente, en vez de lo importante o interesante. "El proceso de tomar decisiones conlleva un poderoso efecto de novedad", explica George Loewenstein, economista conductual de la Universidad Carnegie Mellon. "Prestamos muchísima atención a la información más reciente, descartando la que teníamos antes". Así, recibir 30 mails por hora hasta el momento de tomar una decisión significa que la mayoría de esos mensajes deja una impronta mínima, en tanto que el 29 y el 30 adquieren una relevancia exagerada, sin importar su validez. "La urgencia y la cantidad nos engañan, haciéndonos creer que son calidad", agrega Eric Kessler, experto en administración de la Escuela de Negocios Lubin de la Universidad Pace.

Parte del problema es que el cerebro es pésimo para adjudicar sólo un poco de valor a un fragmento de información. Cuando el psicólogo Eric Stone (Universidad Wake Forest) pidió a sus voluntarios que evaluaran las destrezas de vocabulario de un sujeto hipotético, proporcionó información sobre el individuo (su nivel educativo), así como información menos predictiva (la frecuencia con que leía un diario) y observó que los participantes valoraban más de lo necesario la información menos predictiva. "Nuestros sistemas cognitivos", concluye Stone, "no están diseñados para dar un peso justo a la información".

4) Las decisiones inteligentes necesitan un componente inconsciente

Las decisiones creativas surgen en cerebros que, en vez de realizar un proceso analítico directo, aplican ideas subconscientes a un problema. Por ello, aunque tendemos a enfrascarnos en pensamientos creativos en la ducha, es mucho más difícil hacer lo mismo en medio de un virtual diluvio de datos. "Si toda la información nos llega de pronto, no podemos utilizar datos adicionales para llegar a una conclusión creativa o hacer un juicio certero", previene Cantor. "Necesitamos aislarnos de la descarga constante de información y tomar un respiro", dice. De esa manera, el cerebro puede integrar subconscientemente la información nueva con el conocimiento existente para establecer vínculos novedosos y detectar patrones ocultos. En cambio, el constante énfasis en "lo nuevo" impide que los datos se filtren más allá del nivel de conciencia, donde puede combinarse para generar decisiones inteligentes.

En verdad, nuestros procesos inconscientes son responsables de algunas de nuestras mejores decisiones. Cuando Ap Dijksterhuis, psicólogo de la Universidad Radboud de Nijmegen, Holanda, pidió a los voluntarios de su estudio que evaluaran lo que él denomina una "cantidad de información bastante atemorizante" sobre cuatro departamentos imaginarios en alquiler (tamaño, ubicación, cordialidad del casero, precio y otras ocho particularidades), los que tomaron la decisión inconsciente de alquilarlo obtuvieron mejores resultados ("mejor" significa que eligieron el departamento que, objetivamente, ofrecía mejores características). Los investigadores garantizaron que la decisión fuera inconsciente pidiendoles que realizaran una tarea de memoria y atención que mantuvo sus cerebros ocupados para que no pudieran contemplar, por ejemplo, la superficie de construcción.

La saturación de información puede intervenir de dos maneras en el sistema inconsciente para tomar decisiones. Primero, cuando comprobamos que hay mucha información compleja relevante a una decisión, "entra en acción el sistema consciente", explica el psicólogo Maarten Bos, de la misma universidad holandesa. "Esto ocasiona que tomemos decisiones menos óptimas". Segundo, el sistema inconsciente opera mejor cuando desecha algo de la información pertinente a una información compleja. "Es mucho más fácil buscar más y más información que sentarse a reflexionar en cómo integrarla", explica Cantor.

Incluso la toma de decisiones fundamentada en la experiencia (cuando utilizamos un principio rector, en vez de analizar datos a favor y en contra) puede apartarse del buen camino cuando hay demasiada información. "Esta clase de decisión intuitiva se sustenta en la experiencia vivida", informa Kessler. "Pero cuando la información abruma y distrae al cerebro, se vuelve muy difícil acceder sólo a la información crítica que necesitamos".

Y así, volvemos al estudio de Angelika Dimoka. La corteza prefrontal desempeña un papel crítico en nuestro sistema visceral y emocional para tomar decisiones, porque "conecta" nuestra intuición sobre diversas posibilidades con la información que proporciona el cerebro racional. Una vez que las emociones quedan fuera del proceso, pensamos más en la decisión —y eso produce resultados pésimos.

¿Cómo podemos proteger nuestras decisiones del exceso de información? Los expertos aconsejan "procesar al bulto" los mensajes electrónicos en vez de considerarlos individualmente; de esa manera, el sistema inconsciente de toma de decisiones entrará en acción. Evite caer en la trampa de pensar que una decisión que le obliga a evaluar un montón de información compleja debe tomarse de manera metódica y consciente; tendrá mejores resultados y se lamentará menos si deja que su inconsciente analice las posibilidades. Hay que definir prioridades: si una opción depende de unos cuantos criterios, conviene enfocarse conscientemente en ellos. Algunas personas tienen más capacidad que otras para ignorar la información adicional. Hay "minimizadores" que pueden decir "basta": son los que hacen zapping hasta que encuentran un programa aceptable. En contraste, los "maximizadores" nunca dejan de navegar, devorar información y esforzarse en tomar una decisión que les permita seguir adelante. "Claramente, soy un maximizador: desde que decido ir a dormir veo dos o tres veces más qué pasa en Twitter. Y si aparece algo de último momento en la tele, vuelvo a encender el celular. La clave en las redes sociales es ver a quien seguís. Hay que saber elegir y así nunca te apabullás", asegura Guillermo Catalano, Fierita, columnista tecnológico de tevé y conspicuo twitteador con 242.150 guidores y 18.705 tweets escritos.