"Brasil es mucho más rico que la Argentina, pero también mucho más desigual"


Entrevista a Marco Aurelio García


Si Lula es, por el peso de su influencia política y por los efectos del desarrollo económico y social de su país, una especie de presidente de toda América latina, Marco Aurelio García vendría a ser una suerte de canciller de la región. Aunque aquí y ahora, sentado con sus modales sencillos y amables, sus gafas redondas y una barba prolijamente recortada, no parece un funcionario ensoberbecido ni un típico político que ostenta poder. Y nadie podría quejarse si diera esa imagen: es nada menos que el principal asesor del mandatario brasileño en materia de política exterior.

En rigor, es mucho más: además de haber sido uno de los fundadores e ideólogos del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, en el que se desempeñó como secretario de Relaciones Internacionales por más de una década, también fue el coordinador de los programas de gobierno de la presidenta electa, Dilma Rousseff.

Parece difícil que Dilma se desprenda de este licenciado en Derecho y Filosofía que nació en Porto Alegre en 1941, también conocido en su país por las siglas de su nombre, MAG, y por ser un reconocido hombre de izquierda que se exilió en Chile y en Francia durante la dictadura militar brasileña. Al regresar a su país, a fines de los años 70, conoció a Lula durante las huelgas metalúrgicas de la región industrial de San Pablo y ya no se separó de él. En el medio, fue concejal de la ciudad de Porto Alegre en 1967 y secretario de Cultura de las ciudades de Campiñas (1989-90) y San Pablo (2001-2002). Además de haber redactado el acta fundacional del PT, presidió esta agrupación desde octubre de 2006 hasta enero de 2007.

A MAG se le atribuye la verdadera inspiración de una política exterior que pudo construir una buena relación con los Estados Unidos y, al mismo tiempo, mantener vínculos con Cuba, Venezuela e Irán, en un equilibrio en el que hubo muchos roces, pero que no le restaron autoridad a Lula para cimentar su fama de gran negociador.

Tras haber coordinado los programas de gobierno de Dilma, MAG imagina que la gestión de la presidenta brasileña tendrá "facilidades que Lula no tuvo, como una economía arreglada, proyectos que están caminando", pero, al mismo tiempo, habrá "retos que no existían".

Lector empedernido, amante del tango (tiene más de 100 CD) y del cine, Marco Aurelio elogia al peronismo por la "transformación social" que provocó en la Argentina, aunque señala que pueden discutirse "sus métodos, sus ideas". Y compara: "El caso brasileño es así. Lula pasará a la historia como el que por primera vez puso el dedo en la cuestión clave del país, la desigualdad".

-Usted habla de una "nueva integración productiva" para potenciar las ventajas de la Argentina y de Brasil. ¿Qué significa?

-Está muy vinculada a la comprensión de que la integración puramente comercial tiene sus límites. No tanto en el caso de la Argentina y Brasil donde pueden aparecer roces, como es normal, sino sobre todo en el caso de países de economías muy desiguales en donde las asimetrías, lejos de resolverse, se profundizan. La posibilidad de una integración productiva está muy vinculada a la necesidad que tenemos de organizar cadenas de valor en nuestros países, sobre todo en el caso de grandes sectores industriales. Puede ser en el rubro de los fármacos, por ejemplo, en el que la Argentina tendría el rol mucho más importante del que tiene Brasil, o en el sector automotriz, donde tenemos algunas cuestiones que resolver, como aumentar la nacionalización de sector de autopartes, o puede ser en el sector naval. Ahora, con la explotación de petróleo, sobre todo en Brasil se abre una gran posibilidad para que podamos tener una presencia no sólo argentina sino de todos los países de la región que tengan capacidad e interés en fabricar barcos, plataformas. En realidad, una explotación de petróleo de este porte es un gran proyecto industrial. Son algunos ejemplos de complementación, de cooperación.

-¿Cómo podrá afrontar Dilma Rousseff su gestión de gobierno si se considera que Brasil parece un país "luladependiente"?

-Es ella quien ganó la elección, con el apoyo de Lula. Justamente el intento de la oposición fue separarla de Lula. Pero muy pronto ella logrará afirmarse como una gran presidenta.

-¿Y cómo imagina su gobierno?

-Algunos rasgos se pueden establecer. En primer lugar, facilidades que Lula no tuvo. Porque encontrará una economía más arreglada, proyectos que están caminando, muchos de los cuales ella generó y coordinó. En segundo lugar, retos que Lula no tenía, como la situación internacional, aunque su incidencia sobre la economía brasileña será relativamente menor que sobre otras economías del mundo. La gente se pregunta: ¿cómo será la política exterior? Habrá continuidad, pero también presiones desde afuera que van a exigir respuestas que sólo cuando aparezcan vamos a tener la capacidad de determinar.

-Usted suele decir que habrá continuidad pero profundización del modelo de Lula. Algo justamente complicado a partir del éxito de la gestión de Lula. Quizá una de las cosas pendientes y difíciles de imaginar es cómo resolver el tema de la desigualdad.

-Esa es la preocupación central. Ella hizo su campaña así: "Yo quiero terminar con la pobreza absoluta en el país", dijo. Los instrumentos los tenemos. Hay que continuar aplicándolos. Como una política de transferencia de ingresos por parte del Estado, iniciativas como Bolsa Familia (N. de la R.: programa que sacó del hambre a millones de brasileños), la política de financiación de la agricultura familiar, que tuvo un éxito muy grande porque los alimentos que se consumen hoy en Brasil son provenientes de allí. Una política de aumento del salario mínimo por encima de la inflación, que fue, según los economistas, el gran factor de inclusión social. Creamos 15 millones de empleos formales y tenemos hoy un desempleo de 6,2%, que es casi una situación de pleno empleo en el país. Hay que profundizar esa línea. Esto exigirá una sofisticación más grande de la política industrial y exigirá algunos ajustes en comercio exterior y toda una serie de cosas.

-Algunos piensan que Dilma pertenece al sector más duro del PT y que esto puede reflejarse en su gestión de gobierno.

-Ese es un cliché. Dilma fue elegida por unanimidad en el PT. Era la mejor solución. No estoy entre los duros del PT y desde siempre me pareció la mejor alternativa.

-¿Por qué? ¿Qué condiciones tiene?

-En primer lugar, es una persona de gran integridad política, muy centrada en el proyecto del PT. En segundo lugar, porque tiene una gran capacidad ejecutiva, una extraordinaria fuerza de trabajo. Y en tercer lugar, porque hay aspectos distintos: una mujer presidenta es una cosa que representa una novedad en mi país. La política sufre un proceso de desvalorización muy fuerte en todo el mundo. Entonces esa idea de la renovación es un elemento muy importante.

-La duda es qué hará Lula, un hombre acostumbrado al poder...

-No está acostumbrado, estuvo sólo ocho años. Como él dice, para quien está en el poder, ocho años no es nada, pero para quien está en la oposición es una eternidad. (Risas.) El hará lo que le guste. Porque ejerció la presidencia de una forma sui géneris, en la calle, conversando con la gente. Eso explica, en gran medida, su éxito político. La gente vio a uno de los suyos en el poder.

-¿Le parece factible que vuelva al gobierno después de un mandato de Dilma?

-El no lo quiere porque cree que eso sería debilitar el gobierno de Dilma. El cree que ella debe hacer su gobierno, que hará un buen gobierno y que tendrá derecho a su reelección.

-¿A Lula lo ve ocupando cargos en la Unasur, en las Naciones Unidas?

-No, no quiere ningún puesto formal. Quiere ayudar en cuestiones latinoamericanas, sudamericanas en especial, y quiere moverse mucho en Africa. Quedó muy impactado por las visitas que hizo a veintitantos países africanos y quiere trasladar allí algunas de sus experiencias.

-Usted dijo que las relaciones de Brasil con los Estados Unidos podrían mejorar. ¿Podrían realmente mejorar cuando asuma Dilma?

-Siempre pueden mejorar. Nuestras relaciones con los Estados Unidos son correctas y pasaron por dificultades naturales en determinados momentos. Cito tres casos. Primero, cuando Lula comenzó el gobierno se produjo la crisis de Irak y nosotros nos opusimos fuertemente a la invasión de Estados Unidos. No fue sólo una postura retórica: Lula trató de articular con otros sectores, con países latinoamericanos, estuvo en Francia, en Alemania, en contacto con [Vladimir] Putin. Después tuvimos un segundo problema en Mar del Plata, cuando [Néstor] Kirchner y Lula se opusieron al ALCA, que era un proyecto caro a Estados Unidos. Y finalmente hubo un cierto problema cuando firmamos con Turquía el acuerdo de Teherán, que proponía la transferencia de uranio hacia otros países para enriquecerlo allí, con el compromiso de que los iraníes renunciaran a la aplicación de armamento nuclear y dejaran que se hicieran los controles necesarios. En este caso, sobre todo, lo que ocurrió fue un cierto celo de Estados Unidos, como quien dice: "Esto es una cosa de perros grandes, no se metan acá". Esa no es nuestra percepción. Creemos que los temas de Medio Oriente, Irán, Palestina, amenazan al conjunto de la seguridad colectiva y, por lo tanto, debemos tomar posición. Podría citar también el caso de Honduras, donde, en un primer momento, la posición de Estados Unidos fue buena, pero no hizo la presión que podía para que se diera una solución distinta. Nada impidió que las relaciones continuaran siendo normales. Los países latinoamericanos y Estados Unidos estamos condenados a vivir juntos. Vivimos en la misma región, tenemos una larguísima tradición de relaciones y eso hay que mantenerlo. Hay que relacionarse muy bien con los Estados Unidos.

-"Todos los países tienen problemas de derechos humanos", dijo usted al intentar explicar la postura brasileña, a veces polémica, respecto de Venezuela, Cuba o Irán. ¿Brasil tiene que dar demasiadas explicaciones?"

-Cuando dije eso, algunos interpretaron que era una manifestación cínica. No lo es...

-Es realista...

-Exacto. Y no quiere decir que tengamos una posición conformista en relación con la situación de los derechos humanos. En el caso de Irán, conseguimos la liberación de personas que estaban detenidas. En el caso de Cuba, igual. Y en otros casos, también. Todos los días aparecen denuncias por violaciones a los derechos humanos en Estados Unidos, Irak, China, Arabia Saudita, etc. Nosotros mismos tenemos problemas de derechos humanos. Uno va a las cárceles y se da cuenta de que es así, y hay grupos de exterminio que todavía no conseguimos controlar. Brasil no quiere ser una agencia de certificación internacional, que diga que tal país es bueno o que tal país es malo. Esa es una cosa hipócrita porque ningún país tiene una conducta homogénea respecto de los otros. No quiero entrar en muchos detalles porque tengo funciones de gobierno. No somos indiferentes a esas cuestiones, pero hacemos una diplomacia discreta, silenciosa, que a veces incluso es más efectiva que una diplomacia muy ruidosa.

-Otra definición suya: "Brasil tuvo un enorme cambio social. Sin querer trazar analogías se puede decir que es comparable, en algunas cosas, con el peronismo". ¿Es así? ¿El peronismo llegó a Brasil, podría decirse?

-(Risas.) No, no... [Fernando Henrique] Cardoso dijo que Lula era un "subperonista". El peronismo realizó una gran transformación social en su país, más allá de su naturaleza política, ideológica. Una gran transformación social que permitió que los "cabecitas negras" tuvieran una presencia en la sociedad argentina que no tenían antes. Además, sería la única explicación para la vigencia del peronismo. Hay otros fenómenos que podrían tener una cierta analogía, como Velasco Ibarra en Ecuador, el APRA en Perú, el battlismo en Uruguay, el cardenismo en México, el varguismo en Brasil, pero ninguno tuvo la perdurabilidad del peronismo. Insisto: se pueden discutir los métodos, las ideas, pero es indiscutible que esto ocurrió. El caso brasileño también es así. Lula pasará a la historia como el que por primera vez puso el dedo en la cuestión clave del país, que es la desigualdad. Llegamos a ser la octava economía del mundo, pero estábamos en el peor lugar desde el punto de vista de la distribución de ingresos. Entonces, ¿para qué sirve? Un país rico lleno de gente con hambre. Es más: en determinado momento nos conformamos con eso. Algunos dirigentes dijeron que había gente que no tenía posibilidades, que era "inempleable".

-A Dilma la han demonizando por su pasado como guerrillera. Pepe Mujica tiene un pasado parecido y los años de prisión lo cambiaron. ¿Qué le aporta a Dilma haber sido guerrillera y haber estado detenida?

-Ella es igual que Mujica, pero la saga de él es impresionante: doce años preso, conversando con las hormigas... En el fondo, [Nelson] Mandela es así. Los grandes líderes, gente con capacidad para conducir grandes proyectos políticos, tienen que tener esa concepción. Siempre que conversé con ella de esos temas, y lo hice muchas veces porque somos más o menos de la misma generación, la vi muy tranquila. En los que estuvieron presos hay cierta nostalgia de la prisión en un aspecto: es un lugar en el que se puede leer. (Risas.)

-¿Y tienen más tolerancia, quizá?

-Seguro. Entiendo que alguien en determinado momento pueda estar insoportablemente resentido, pero no creo que con ese resentimiento alguien pueda dedicarse a una tarea tan grande como es gobernar un país.