Obdulio Varela o como enfrentar a la competencia con sus propias contradicciones

Cuenta la leyenda, incluso tendría que figurar en los libros de historia, que luego del gol brasileño convertido por Friaca en la final del mundo de 1950, Obdulio Varela recorrió los treinta metros que lo separaban de la pelota, la cual descansaba en el fondo de la red, a paso lento pero firme, una vez que llegó hasta ella, la tomó con sus brazos y la colocó bajo su axila derecha y de ésta forma y con el mismo andar de antes, fue a reclamarle un off-side inexistente al juez de línea y de esa forma llevó el balón hasta el centro de la cancha, mientras el capitán se acercaba al centro del campo de juego, los 200.000 espectadores dejaron de mirar al goleador local y fueron callándose poco a poco hasta enmudecer por completo cuando Varela depositó la pelota en el centro del estadio, en ese momento llamó al árbitro y pidió un traductor, discutió la posición adelantada durante varios minutos. De ésta forma logró el objetivo de enfriar el partido además, en ese preciso instante, sin ningún tipo de arengas, le inoculó a sus diez compañeros una inyección de ánimo, y a partir de ese momento se empezó a gestar la levantada uruguaya al grito de: “ahora sí, vamos a ganar el partido”.

Luego Obdulio recordaría: “...Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego, si no lo aquietábamos, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del juego, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces a paso lento crucé la cancha para hablar con el juez de línea, reclamándole un supuesto off-side que no había existido, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés. Pero mientras hablaba varios jugadores contrarios me insultaban, muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo de juego. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos pueden ganar nunca, los nervios nuestros se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil.”.

Muchas veces hay que dejar venir a la competencia, obligarlos a mover. No hacer nada puede ser el mejor movimiento, porque obliga a mover a la otra parte y expone las contradicciones de la competencia. La gestión de las contradicciones es el terreno donde se puede establecer la diferencia, para aquel que apuesta a la solidez de la propuesta, pero se encuentra tácticamente bloqueado por una embestida de la competencia.