Las confesiones de los Kirchner en una tertulia en Nueva York

Por Carlos Pagni

"Con la oferta de los holdouts y la reprogramación de los préstamos garantizados, el financiamiento está asegurado. En 2009 tendremos un superávit de 3,3% y respiraremos tranquilos." Entusiasmado, optimista, Néstor Kirchner se confesó acerca de ese y varios temas más, ante media docena de contertulios: tres funcionarios y tres empresarios.
Fue en el bar del hotel Four Seasons, donde se alojan en Nueva York. La Presidenta y su esposo se veían distendidos y muy locuaces. "Casi no hubo que inducirlos a conversar: eran ellos los que sacaban los temas", comentó uno de esos interlocutores a LA NACION.
La voz cantante, como siempre, la llevó Kirchner. Y demostró una vez más que la economía es, para él, casi el único problema de la política.
"Cuando era gobernador, no me interesaba otra cosa que la caja. Pero, la verdad, es lo más importante. Los ministros de Economía llegan al cargo con grandes fantasías y programas y se olvidan de ese detalle: lo más importante es la caja", dijo, como si quisiera confirmar el cliché que se ha montado sobre él. O volver a ese cliché, desfigurado por las incógnitas fiscales que rodean al gobierno de su esposa.
Después recorrió la galería de celebridades de la profesión. "El que está al frente de la economía debe entender la política: cómo funcionamos los políticos. En ese sentido, [Miguel] Peirano y Roberto [Lavagna] son dos modelos. [José Luis] Machinea también fue bueno. Y el que entendía todo era [Chrystian] Colombo, el jefe de Gabinete de De la Rúa. Pero, claro, cuando estaba Colombo a nosotros, los gobernadores lo único que nos interesaba era la plata de la provincia y pará de contar "
El repaso fue exhaustivo: "A Mingo [Cavallo] le tengo aprecio. Tenía visión política, pero se fue encerrando cada vez más en sus ideas. El tiene con las ideas una especie de claustrofobia, pero al revés. Queda atrapado. Y con la convertibilidad le sucedió eso. No vio el momento en que tenía que salir".
También hubo un dictamen para Alfonso Prat-Gay: "Está con Lilita. Un disparate. Yo lo conozco a Alfonso, ¿de qué puede hablar con Lilita?", y un largo párrafo para Martín Lousteau: "Un día me vino a proponer una discusión sobre filosofía económica. Con los problemas que tiene el país, ¿les parece que estoy para filosofía económica?". Curioso: cuando se produjo esa charla, Kirchner ya era ex presidente y gobernaba su esposa. Es decir, estaba en el momento en que los políticos se consagran a la filosofía, económica o cualquier otra. Pero en su caso, ya se sabe, la ansiedad puede más.
La evocación de Lousteau le imprimió al monólogo una dirección ineludible. Kirchner terminó hablando de la resolución 125. Y la siguió defendiendo: "Esas retenciones se explicaron mal, pero ahora, que la soja pierde precio, al campo le vendría mucho mejor asociar al Estado en la caída. Deberían pedirlo", sonríe, sabiendo que es difícil corregir la historia.
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La situación fiscal, el acuerdo con los bonistas y la crisis internacional son casi los únicos temas por los que fluye la corriente de conciencia del dirigente santacruceño: "Es mentira que no nos conocen. Que no saben de nosotros. Nos conocen por lo malo. Lo del default fue un gran error. Me acuerdo de que un día antes de que Rodríguez Saá hiciera el anuncio lo fuimos a ver con De la Sota, Reutemann y Romero. Creímos que lo habíamos convencido. Al menos yo me fui al Sur con la idea de que no tomaría la medida. Pero al otro día Cristina me llamó desde el Congreso para contarme lo que había sucedido, aquella fiesta increíble. Yo pensé «perdimos todo». Porque si algo debe hacer un país es pagar sus deudas".
Por un momento parece advertir que se estaba dejando llevar demasiado por esa cuerda de nieto de inmigrantes centroeuropeos, que lo conduce a la ortodoxia. Y salta: "Ahora, acá, en Estados Unidos, hacen todo lo que nos criticaban. Está bien. La crisis se produjo por un desastre en los instrumentos de control. Falló la burocracia, claro".
Por los comentarios que trascendieron de esa tertulia, el almuerzo en el Council of Foreign Relations, el lunes, fue tal vez el pasaje de la gira que más le interesó a la Presidenta: "Al lado mío había un senador muy interesante, que tuvo alguna participación en las gestiones norteamericanas durante la Guerra de Malvinas. Me contó la inquietud que había en Washington ante la más remota posibilidad de que la Argentina ganara. Hubiera terminado el gobierno de Thatcher, que era la principal aliada de Reagan. Quizás hasta el proyecto del escudo misilístico hubiera fracasado. Ese escudo fue una gran victoria de Reagan frente a la Unión Soviética. Fíjense cómo la historia podría haber tomado otro curso si lo de Malvinas hubiera salido al revés de cómo salió ".
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Por momentos, la señora de Kirchner se vuelve monotemática con el trance de la economía norteamericana. "A mí me gusta mucho Hillary, pero hoy pensaba: «Si yo viviera en los Estados Unidos tal vez votaría por los republicanos, por McCain». El pueblo, con las crisis, se vuelve conservador. Fíjense cuántos demócratas van a votar al candidato republicano". Alguien le hace notar que el pueblo estadounidense es, en general, muy nacionalista y ella interrumpe: "No le veo nada de malo. Son patriotas, salen del país y hablan bien del país, gobierne quien gobierne. Como los brasileños. A mí me gustaría que nosotros fuéramos un poco así".
Si se hubiera querido hablar del escándalo de Guido Antonini Wilson no se hubiera podido. Falta de tiempo. Apenas si hubo una amarga queja contra un noticiero de TV porteño: "No puede ser que le dediquen media hora".
El embajador en los Estados Unidos, Héctor Timerman, uno de los tres funcionarios que rodeaban al matrimonio -los otros eran Carlos Zannini y el gobernador Jorge Capitanich-, hizo un gesto, mostrando el reloj. Ya era hora de levantarse para cumplir con la agenda.