Por Martín Becerra *
El enigma que intenta resolver el “decano de Sociales de Estocolmo”, personaje de las crónicas de Mario Wainfeld, anida en las sinrazones de la convulsión argentina. El revés del enigma también aporta lecciones: para un argentino, Suecia es bien extraña.
En Suecia viven, desde hace ocho años, María y Gastón, cuyas preguntas sobre la crisis del primer año de gobierno de Cristina Fernández son tan racionales que es complejo responderlas para un visitante contaminado por el conflicto agropecuario.
Los dos hijos de la pareja radicada en Estocolmo, Bjorn y Leo, nacieron en hospitales que prestan excelente atención y cobertura universal. María y Gastón gozaron de 14 meses de licencia por maternidad/paternidad, en los que fueron a pre-jardines de infantes gratuitos (como toda la educación), compartiendo juegos y aprendizajes con los chicos.
Como sus padres son inmigrantes, Bjorn y Leo tienen derecho a preservar su lengua materna; además de la escolaridad sueca, reciben clases semanales de castellano. A su vez, cuando María y Gastón llegaron a Suecia, donde él se insertó como neurocirujano en el prestigioso Instituto Karolinska, el Estado sueco les proveyó cursos de idioma de forma gratuita.
Las calles de Estocolmo son calmas para tratarse de una capital: el respeto por el prójimo, la preservación de lugares peatonales y verdes y el cuidado del espacio público producen una ciudad amable, sin intrusión de carteles ni ocupación de la vía pública con fines comerciales. El peaje para ingresar y salir de Estocolmo es caro; pero antes de subir las tarifas el Estado garantizó una red de transportes públicos (subtes, trenes, o colectivos) que funciona en excelente estado, en horarios amplios y en la que jubilados y estudiantes tienen importantes descuentos (menores de 7 años no pagan).
Comparado con la Argentina, en Suecia hay pocas farmacias. El Estado tiene el monopolio de la venta de drogas legales, lo que no es del agrado de los grandes laboratorios. Por razones similares, el Estado sueco es monopólico en la comercialización de bebidas alcohólicas de alta graduación.
Una vez por año, todos los políticos de Suecia dialogan con la sociedad durante una semana estival, en una vieja isla vikinga. Pero amén de la apertura de espacios deliberativos, los políticos, comenzando por los gobernantes, responden usualmente las preguntas de los periodistas. Y los periodistas, comenzando por los de los medios más grandes, cultivan un profesionalismo que separa opinión de información y procuran sostener un equilibrio entre tendencias de las fuentes consultadas.
En Suecia los canales de televisión son públicos y se financian mediante un impuesto que paga la población, para reducir el impacto de una publicidad que suele interpelar a la audiencia más como consumidora que como ciudadana. Irónicos con el consumismo afiebrado de buena parte del continente americano (lo que incluye al Cono Sur), los suecos respaldan una televisión tan alejada del sacro rating como del usufructo gubernamental. Es decir: ni manipulación comercial privada (con sus intereses políticos) ni manipulación política gubernamental (con sus intereses económicos).
En los medios de comunicación y en muchos otros ámbitos existen ombudsman. Este ombudsman es mucho más que un “observatorio”: puesto que su función es defender los derechos de los destinatarios del servicio, monitorea constantemente las prestaciones que debe garantizar. También la sociedad opina sobre los medios. Ni los dueños de los medios privados, ni los directivos de los medios públicos, ni los periodistas, creen que ello amenaza la libertad de expresión. Además, en Suecia una cuota de las licencias de radio y televisión se reserva para emisores no comerciales, para que la sociedad acceda a contenidos diversos.
Suecia cuenta con los índices de lectoría de diarios más elevados del mundo. La libertad de expresión en la que asienta su buena salud el mercado editorial requiere de la activa intervención del Estado. Por ejemplo, se otorgan subsidios a la prensa para alentar la publicación de un segundo diario en localidades donde existe monopolio. En televisión no hay publicidad dirigida a los niños. La preservación de la infancia como un espacio lúdico, de aprendizajes y de socialización, resulta central para un país que hace de su elevada calidad de vida un culto.
Hace cien años, Suecia tenía una importante deuda social y una economía relativamente atrasada. La estabilidad de políticas inclusivas orientadas por la equidad, con criterio público, transformó aquel reino. Aquí María y Gastón eligieron radicarse en una travesía en la que sacrificaron afectos, para criar sus hijos en condiciones impensadas para la Argentina de los últimos 34 años. Gastón paga el 50 por ciento de su salario en impuestos. De su sueldo mensual, el Estado sueco le descuenta la mitad. Los mejores sueldos sufren mayores descuentos. Gastón preferiría tributar menos al fisco, pero comprende que hay un principio elemental de solidaridad cuando uno decide vivir en comunidad. El bienestar social no es una entelequia. Y aunque al “decano de Estocolmo” le asombre, Suecia queda en el mismo planeta que la Argentina.
* Conicet y Universidad Nacional de Quilmes.
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