La polarización, un arma peligrosa

Por Juan Gabriel Tokatlian

La polarización política es a menudo la antesala de la confrontación social extendida y ésta antecede, eventualmente y en su manifestación más cruenta, a la guerra civil o al colapso de un régimen. La polarización, fenómeno escasamente estudiado por las ciencias sociales, explicita una lucha sin mediaciones y revela el agotamiento de la confianza y la quiebra de los ámbitos de cooperación institucionalizados. A su vez, adopta diferentes características y modalidades.

Puede derivar de un hecho objetivo: en muchas ocasiones la enorme brecha socioeconómica, político-cultural o étnico-religiosa entre grupos humanos tiende a ofrecer un telón de fondo que alienta la fractura y segmentación de una nación en polos nítidamente identificados, facilita la transformación de los naturales conflictos que vive toda sociedad en un tipo de pugna irreconciliable y violenta, y exacerba antagonismos preexistentes que no se canalizan y tramitan positivamente en el plano institucional. En ese caso, asistimos a una polarización expansiva.

La polarización puede ser también consecuencia de un acto subjetivo. Esto es, un determinado conglomerado humano (social, político, religioso, étnico), encabezado por líderes maximalistas y poco afectos al pluralismo político y religioso, al multiculturalismo racial, a la diversidad de opciones sexuales y/o a las reglas de juego democrático, emprende una serie de acciones orientadas a extremar las diferencias, distancias y divergencias en un país. Acá estamos en presencia de una polarización instrumental.

Por otro lado, la polarización puede surgir como producto de una compleja y crítica dinámica entre el Estado y la sociedad que induce a posturas crispadas, agresivas e innegociables, poco dependientes ya de la voluntad específica u original de los principales protagonistas. Es decir: la polarización es un efecto no deseado ni planificado, pero que expresa el nivel de resentimiento social, exasperación política y descalabro institucional que la han nutrido. Esta es una forma de polarización indeliberada.

En oposición, polarizar puede ser el resultado de una acción planeada por una o por las dos partes de una relación bipolar y que pretende llevar a una sociedad a grados insoportables de tensión y a estadios crecientes de fricción.

Hay una serie de pasos en pos de la polarización: demonizar al adversario, transformarlo en un enemigo con el cual no es posible transacción alguna y debilitar los espacios institucionales en los que se podrían negociar intereses encontrados. En última instancia, se busca enfilar a los bandos divididos, así como a sus sectores de apoyo, hacia una prueba definitiva de fuerzas, y que ello culmine con un ganador y un perdedor netos. En ese sentido, resulta evidente la existencia de una polarización premeditada.

La polarización no es un asunto nuevo ni inevitable, aunque tampoco se puede erradicar plenamente. Así, la experiencia histórica en América latina durante la Guerra Fría mostró que en un gran número de casos en los que se produjeron golpes de Estado no existían condiciones objetivas de polarización –lo que denominamos “polarización expansiva”–, pero sí había actores dispuestos a polarizar deliberadamente –lo que denominamos “polarización premeditada”– a las sociedades.

Gradualmente, se instaló en el campo doméstico lo que en política internacional se conoce como un dilema de seguridad: los actores enfrentados procuraban su propia seguridad, pero ello producía más inseguridad en la contraparte.

Lo anterior devenía en una escalada en la que ambas partes iban elevando su capacidad de pugnacidad y provocación hasta que el enfrentamiento se tornaba imperioso para cada uno. Cabe recordar que en aquel momento histórico las estrategias de polarización fueron tácita y clandestinamente alentadas por los Estados Unidos y la Unión Soviética y el dilema de seguridad entre las superpotencias se desplegaba en las naciones periféricas.

La lógica polarizante y la sensación de inseguridad eran fácilmente asimiladas en el plano interno por diversos grupos sociales y políticos, que las concebían como indispensable para avanzar y forzar su pretensión hegemónica.

Por lo general, entonces, los golpes de Estado expresaban la fase final de un proyecto destinado a generar una situación extrema. En ese contexto, una minoría social asociada con una mayoría militar irrumpía y destruía la democracia para alcanzar un presunto “nuevo orden” y fundar una supuesta nueva hegemonía.

Los costos humanos y materiales para los países del área, incluida, obviamente, a la Argentina, fueron enormes y ominosos.

La experiencia regional en materia de polarización dejó algunas heridas que tomará tiempo cicatrizar. Asimismo, si bien la polarización no es un destino inexorable, tiende a reemerger: actualmente, América latina vive un nuevo ciclo de praxis polarizante. Ocurre, entre otros países, en Venezuela. Sin embargo, de aquel pasado y de este presente ha aflorado un claro aprendizaje colectivo en los países del área. Por ejemplo, se entendió que era indispensable un comportamiento activo, lúcido y paciente de aquellos que no se ubicaban en los extremos de esa polarización construida. Los polos siempre se disputan la adhesión de los no polarizados y éstos no constituyen una clase en sí (por ejemplo, la clase media) o un partido concreto (por ejemplo, las agrupaciones de centro). Los “del medio” pueden provenir de distintas clases sociales, partidos políticos, corrientes ideológicas, movimientos cívicos, comunidades religiosas, organizaciones no gubernamentales, asociaciones regionales y personalidades públicas. Los “del medio” pueden estar tanto en el Estado como en la sociedad, en el gobierno como en la oposición, en las esferas intelectuales como en los medios de comunicación. Ahora bien, resulta indispensable que se movilicen mucho y bien; en particular, en coyunturas de potencial polarización espontánea o urdida.

Ello implica, entre otras, eludir las tácticas facciosas y obstruccionistas, ampliar los espacios de deliberación institucionalizada, participación política y convivencia ciudadana, defender incansablemente los derechos humanos, evitar las prácticas oportunistas y predatorias, reforzar mediante el ejemplo el Estado de Derecho, brindar alternativas legítimas de liderazgo, articular intereses de manera incluyente, exigir políticas visibles y viables de justicia social y económica e interactuar intensamente con actores externos comprometidos con la defensa de la democracia.

En esta confusa y difícil hora política que atraviesa la Argentina, en medio de una relativa bonanza económica y con notables deficiencias en términos institucionales y distributivos, es fundamental que el rechazo a la polarización sea el epicentro de las acciones políticas, sociales, culturales y simbólicas. Es bueno recordar que ingresar en el sendero de la polarización es bastante fácil; salir de él es muy difícil. Por ello, mitigar su manifestación es imperativo e impedir su reaparición es un deber.