Escasez de alimentos: Un “tsunami silencioso”

POR JAMES NEILSON



La crisis financiera que tiene su epicentro en Estados Unidos está teniendo efectos no sólo económicos sino también geopolíticos. Puede que hayan exagerado los encandilados por el crecimiento vertiginoso de China que afirman que estamos viendo el ocaso del predominio del "imperio" norteamericano, cuando no del Occidente en su conjunto, y el surgimiento de una nueva superpotencia, ya que el ingreso per cápita de los chinos sigue siendo una pequeña fracción de aquel de los habitantes de los países avanzados, pero no cabe duda de que el megaajuste que está en marcha está provocando un sinnúmero de problemas en el resto del mundo, sobre todo en los países más pobres. Conforme a la ONU, el aumento abrupto del precio de una amplia gama de alimentos, en especial el arroz, constituye un "tsunami silencioso" que está causando estragos inmensos en muchos países del Tercer Mundo, sin que nadie sepa muy bien cómo revertirlo.

Pues bien, en octubre del 2002 -cuando el "modelo productivo" ensamblado por Eduardo Duhalde y su equipo comenzaba a acelerar, iniciando así un período de crecimiento macroeconómico rápido que sólo ahora parece estar acercándose a su fin- un euro costaba menos de 83 centavos estadounidenses. Hace un par de días, para comprarlo fue necesario gastar más de 1,60. Una consecuencia de este cambio notable en la relación entre las monedas de lo que aún son los dos polos económicos más importantes del planeta es que desde el punto de vista de los acostumbrados, como está la mayoría de los latinoamericanos, a medir el valor de lo que compran en dólares, el aumento de los precios del petróleo, gas, trigo, arroz, soja y otras commodities parece mucho más impresionante de lo que es desde aquel de los europeos.

Puesto que en buena parte del mundo el dólar estadounidense sigue siendo la moneda de referencia, el impacto de su devaluación drástica ha sido devastador para centenares de millones de personas. Y para agravar todavía más la situación, países como China -que han amontonado una cantidad fabulosa de billetes y títulos respaldados por el Tesoro de Estados Unidos- están usando su dinero para comprar commodities que por lo menos conservarán su valor. De este modo intensifican la demanda y por lo tanto contribuyen a hacer subir aún más los precios.

He aquí una razón por la que en docenas de países el costo de alimentarse ha aumentado tanto en los meses últimos. Que ello haya ocurrido es en cierto modo paradójico, ya que los agricultores del mundo están produciendo más granos que nunca. Según algunos, en la raíz del problema está el entusiasmo reciente de los norteamericanos por el etanol con el que esperan reducir su dependencia del petróleo que tienen que importar desde países cuyos regímenes no los quieren, pero aun cuando se cancelara el programa mañana la eventual caída

de los precios de los alimentos sería meramente pasajera y los más beneficiados no serían los pobres que viven donde el dólar es rey sino los europeos y los que, como los chinos, han amasado fondos soberanos colosales. Los chinos no pueden convertir todos sus dólares en euros, libras o yenes porque si lo hicieran la divisa estadounidense caería aún más en los mercados internacionales, lo que los perjudicaría; tampoco pueden emplearlos para apoderarse de empresas occidentales ya que los gobiernos locales no lo permitirían. Así las cosas, no tienen más alternativa que la de invertirlas en la creación de grandes reservas de commodities esenciales.

En principio, la Argentina es uno de los escasos países que están en condiciones de aprovechar lo que para muchos otros parece destinado a ser una tragedia con muy pocos atenuantes, pero para beneficiarse tendría que adaptarse a las nuevas circunstancias, algo que el sumamente conservador gobierno actual es reacio a hacer. En vez de estimular la producción y, por supuesto, la exportación de alimentos, ha optado por frenarlas declarándole la guerra al campo. Parecería que en opinión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido, hay que elegir entre el campo por un lado y "el pueblo" por el otro sin que existan formas de compatibilizar los intereses de los más pobres con los del único sector realmente competitivo del país. Sin embargo, a pesar de los problemas que con toda seguridad provocarían las deficiencias notorias de la administración pública no debería ser demasiado difícil encontrar el modo de asegurar que todos se alimenten adecuadamente.

A causa de la inflación, el estándar de vida de muchos habitantes del país ha caído en los meses últimos, mientras que, en parte por las presiones ocasionadas por los mercados internacionales que están detrás de la rebelión del campo, el costo de la canasta alimentaria básica ha aumentado de manera brutal. Si, como se prevé, la inflación cobra más fuerza -es común oír decir que este año superará el 40% o más- las repercusiones sociales y políticas serán peligrosas. Ya se han producido algunos casos, por fortuna aislados y menores, de saqueos en el conurbano bonaerense y en Santa Fe y, de ampliarse aún más la brecha entre lo que la gente necesita para sobrevivir y lo que está en condiciones de pagar, no extrañaría que estallaran disturbios masivos. Puede entenderse, pues, que el gobierno se haya sentido obligado a tomar medidas muy severas para impedir que los precios sigan subiendo, pero por desgracia los métodos voluntaristas que favorece ya no funcionan.

Con todo, las repercusiones del gran ajuste estadounidense han sido mucho menos dolorosas aquí que en países como Egipto, Bangladesh, Haití y otros que para alimentar a la población se ven constreñidos a importar comida. En ellos los disturbios callejeros están multiplicándose y todo hace pensar en que se harán más violentos por momentos si las autoridades no consiguen satisfacer las necesidades básicas de quienes siempre están al borde de la indigencia. Por lo demás, la región más afectada, la conformada por el Medio Oriente, es también la más turbulenta. Tanto en Egipto como en muchos otros países musulmanes, para no hablar de los territorios palestinos donde la mayoría vive de la caridad europea o norteamericana, abundan los que dependen de subsidios para comer. Si no resultan suficientes, crecerá el poder de los islamistas y otros que saben muy bien cómo sacar provecho de la desesperación de quienes se sienten abandonados a su suerte por regímenes denostados por pro-occidentales, lo que es otro motivo de preocupación para los estrategas norteamericanos que están intentando impulsar la democratización de sociedades habituadas a un orden decididamente autoritario.