Nápoles, donde la basura es oro


La ciudad italiana, próxima sede del Foro Universal de las Culturas, se ahoga en desechos; la mafia, industriales y políticos, culpables

Matteo Dean

Desde hace más de una semana, las calles de Nápoles están llenas de basura. En cada esquina, en cada rincón, inclusive del centro histórico de la ciudad, la basura llena las banquetas, cierra el paso al paseo dominical, bloquea accesos, impide la entrada a las oficinas, a las casas y a las escuelas. Hasta aquí, ninguna novedad.

La que fue emergencia hace más de diez años –que el gobierno local pensó resolver enviando, en 1994, un comisario especial para que resolviera el problema–, hoy se ha convertido en la normalidad de una vida contaminada por la basura presente por doquier, así como por el humo que se desprende de los incendios criminales que tratan de acabar con el problema. Pero hoy la gente está cansada. Y protesta.

Buscar explicaciones y responsables es tarea ardua. Y no porque no los haya, sino porque son demasiados y muy radicalizados. A grandes rasgos podemos ubicar tres ejes de responsabilidad directa en todo este desastre que hoy preocupa al gobierno, más por la imagen que ofrece la ciudad que deberá hospedar el próximo Foro Universal de las Culturas, que por los resultados de tal situación (según la Organización Mundial de la Salud, la tasa de tumores en la región es 12 por ciento más alta que en todo el país).

“La munnezza è oro” (la basura es oro), dijo el colaborador de justicia, ex mafioso, Nunzio Perrella, a principios de los 90. Lo decía hace casi 20 años y nadie hizo nada. He aquí el primer responsable: la mafia, que por estos lares se le llama Camorra. O’ sistema, como también se le llama, gana del negocio de la basura alrededor de mil millones de euros al año, entre los fondos estatales y euro-peos que logra interceptar y el servicio de procesamiento de la basura que ofrece. Un negocio redondo que sirve a todos. Un ejemplo sobre todos: si el procesamiento de desechos tóxicos –los más peligrosos– cuesta entre 20 y 60 centavos por kilo, la Camorra es capaz de ofrecer el mismo servicio por tan sólo 10 centavos. ¿Cómo? Enterrando todo.

La Campania es hoy el más grande basurero europeo y conserva bajo tierra tal cantidad de basura, que si fuera sacada de sus improvisados depósitos formaría una montaña de 14 kilómetros de alto con una base de tres hectáreas. Basura en su gran mayoría generada por la producción industrial del norte de Italia y de los demás países europeos.

Tenemos aquí entonces al segundo gran responsable de esta situación: la industria y, en general, un sistema productivo incapaz de generar bienes sin contaminar (se calcula que 81 por ciento de los desechos europeos son de origen industrial). El silencio de los industriales italianos en estos días marca una precisa responsabilidad de quienes durante décadas han aceptado formas más esbeltas de resolver los problemas de los desechos... y hoy voltean al otro lado (quizás buscando más sitios donde enterrar basura). Todo con la ausencia de quienes gobiernan la región y el país.

Aquí está el tercer culpable: la política. Hablábamos de ausencia; sin embargo, quizás haya que hablar de culpa. Porque el silencio y la anuencia de la clase política local y nacional huelen peor que el hedor que hoy circula en Nápoles. Dos administraciones locales de izquierda no fueron capaces de enfrentar el problema, a pesar de las enormes inversiones destinadas a la región por el gobierno italiano y la Unión Europea. La presencia de un comisario extraordinario no ha podido resolver el problema. Corrupción y colusión son los dos términos que hoy se asocian a los políticos de medio país que han intentado, según ellos, resolver el caos.

Hoy la crisis explota otra vez. De nuevo la rabia de cientos de miles de ciudadanos estalla en las calles de Nápoles. El remedio encontrado por el actual gobierno –volver a abrir el añejo depósito de Pianura, en la periferia– no le gusta a la población. La gente quiere soluciones integrales, no paliativos. Y mientras organiza las protestas, bloquea calles, impide el trabajo en las oficinas públicas, secuestra camiones, arremete en contra del gobierno, conforma redes de ayuda mutua que se empeñan en la recolección diferenciada y en el reciclaje, Romano Prodi, primer ministro italiano, llama a la calma y promete una “solución definitiva”.

¿Cuál? Abrir más depósitos e impulsar los incineradores de última generación. Y si la población no quiere el depósito de Pianura, como lo demuestra en estos días con los bloqueos, el gobierno envía a la policía y no descarta el uso del ejército (llamado a grandes voces por la derecha). Como ya se ha demostrado demasiadas veces, aquí también el gobierno hace caso omiso de la opinión pública enviando especialistas de otros lados protegidos por las tropas.

La gente, mientras tanto, resiste y se organiza. Porque aquí no se trata de enterrar más basura, sino de cuestionar una sociedad y un módelo de producción y de consumo que se rige por el lema “utiliza y tira”, perteneciente a otros tiempos, los de la sociedad de consumo.

Hoy la sociedad ha cambiado y el pueblo de Nápoles, que desde siempre ha encontrado trabajo y sueldos en las filas de la Camorra, sabe que hoy vivimos en la sociedad de la precariedad y de ella se sale nada más organizándose por cuenta propia.