El mal ambiente del Riachuelo

Por Alejandro González Escudero

La preocupación por el medio ambiente es claramente un tema contemporáneo y propio de comunidades con mayor nivel de ingresos. Pero es una preocupación que no tiene demasiadas décadas de vida. Desde el inicio de la humanidad hasta el siglo XIX, el progreso de las actividades del hombre se basó en recursos naturales considerados ilimitados. La propia naturaleza sería la que finalmente se ocupara de tratar los desechos originados por la actividad humana. Se comprende esa concepción: la cantidad de recursos utilizados y la escasa población resultaban exiguos frente a la abundancia de la naturaleza y su capacidad para procesar los residuos generados por el hombre.

Así, los ríos aguas abajo resultaban descargas baratas para líquidos de todo tipo. Los sólidos bien podían depositarse en campos apartados, y el viento se ocupaba de las sustancias lanzadas a la atmósfera.

Hoy, esas prácticas no son tolerables. Y menos lo son en las comunidades más ricas. Pero ¿por qué no es igual entre las menos avanzadas? Porque, evidentemente, el cuidado del medio ambiente es una preocupación secundaria frente a la necesidad de progresar de quienes están más atrás. Y sabemos que, en general, la producción que cuida el medio ambiente, que minimiza la contaminación y que trata los residuos es más costosa que la que no lo hace.

Por otra parte, los problemas ambientales tienen una escala mundial que es difícil de abordar con los esquemas de divisiones políticas locales o nacionales. ¿Por qué debemos preocuparnos por la contaminación que pueden sufrir las comunidades vecinas? El viento y los ríos no saben de fronteras. Las soluciones ambientales implican muchas veces costos que no traen un beneficio directo para quienes las pagan. En consecuencia, no existen incentivos claros para frenar la contaminación. Los estudios económicos los llaman “bienes públicos”. No existen derechos de propiedad particulares sobre el medio ambiente, ya que lo pueden “usar” todos. Obtendrán ventajas individuales quienes logren aprovecharse de él sin soportar los costos de su mantenimiento. Sin embargo, al final, la utilización desmedida puede terminar dañando el recurso.

También los temas ambientales tienen una dimensión temporal “larga” para el horizonte de planeamiento de las personas, las empresas y los políticos. El daño ambiental suele manifestar su rigor después de soportar muchos años de descuido.

En nuestro país tenemos un ejemplo demostrativo de estos problemas en la llamada cuenca del río Matanza-Riachuelo.

Desde la época colonial, fue canal de descarga para los residuos de las industrias localizadas en sus alrededores. Saladeros, después frigoríficos y curtiembres, estuvieron y están aún entre las fuentes industriales de contaminación. Las otras industrias que se instalaron en la zona también hicieron su “aporte”: químicas, petroquímicas, alimenticias, metalúrgicas, entre las principales.

En los últimos 60 años se agregó el fuerte impacto de la contaminación urbana de la cuenca. La población creció en su área de influencia, en muchos casos en forma precaria, sin servicios cloacales, sin recolección de residuos, sin agua corriente potable domiciliaria.

El crecimiento de la población en esa zona, sin planes y sin servicios, aunque habitual en áreas marginales de los centros urbanos del Tercer Mundo, hace dudar de la capacidad para llevar a la práctica la preocupación por lo social que, indefectiblemente, manifestaron los gobernantes de la región a lo largo de las últimas décadas.

Es notable observar cómo la inquietud por el problema se instala en la opinión pública en momentos de mayor crecimiento económico. A mediados de la década pasada, así como en el presente, el tema estuvo en la agenda. Durante la crisis de 2001/2002 pasó a un segundo plano, porque la actividad económica disminuyó (y, por lo tanto, bajó la contaminación) y en mayor medida porque, como se dijo, el problema de la pobreza tapa al del medio ambiente. Un ejemplo es el destino que tuvo un préstamo del BID para mejorar la cuenca: en plena crisis, y luego de sufrir varias peripecias se lo derivó a planes de ayuda social.

El Riachuelo, además, sufrió las consecuencias de ser una frontera entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires. A ello se suma la participación de la Nación y de los municipios sobre la cuenca. Esto, lejos de ser un catalizador de las transformaciones, derivó en un laberinto de organismos, normas y regulaciones que no consiguieron ninguna mejora significativa sobre los problemas concretos. Al día de hoy, termina siendo un problema más que se agrega a la contaminación industrial y urbana. Llegar a comprender el entramado de disposiciones de la cuenca es una tarea más ardua que distinguir la capacidad de contaminación entre las decenas de sustancias que se vuelcan allí. Si bien hay unanimidad en cuanto a lo negativa que resulta la contaminación, a la hora de explorar las soluciones y establecer quiénes asumirán los costos de no contaminar, las opiniones se dividen.

¿Empezar a limpiar sin esperar la eliminación de las fuentes de contaminación? ¿Poner la mira en los residuos industriales o en los urbanos? ¿Cómo financiar la construcción de cloacas y el tendido de redes de agua potable? ¿Trasladar las industrias o tratar sus residuos? Hay que dragar el fondo, pero ¿dónde volcar los sedimentos contaminados? Algunas acciones son tan baratas que sorprende la demora en implantarlas. ¿Por qué no se brindan servicios de recolección de residuos a los asentamientos de la ribera? ¿Por qué no se limpia la superficie?

La complejidad y los costos no resultaron obstáculos insalvables para que varios países avanzados resolvieran la contaminación de algunos de sus ríos. Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos tienen ejemplos. Hasta en San Pablo, Brasil, comenzaron las obras en el río Tieté. ¿Lograrán las industrias, poblaciones y funcionarios argentinos relacionados con el problema estar a la altura de lo que se espera de ellos?

El autor es presidente de la Fundación Economía y Sociedad, y ex vicepresidente del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la ciudad de Buenos Aires.