Las desigualdades de género constituyen un obstáculo para el crecimiento del África subsahariana. Las mayores diferencias entre hombres y mujeres afectan a la educación, al empleo, al acceso a las tecnologías, a los “inpunts” (tierra, fertilizantes, semillas, microcréditos, servicios de consulta) y a los derechos sobre la propiedad. Para un desarrollo armónico será necesaria una estrategia que respete las tradiciones socio-culturales, pero que elimine sus efectos negativos.
Mujeres y hombres en las economías subsaharianas
En el África subsahariana, las mujeres representan el 42% de la fuerza de trabajo, sobre un total de 299 millones de personas (Banco Mundial). Su actividad económica se concentra casi exclusivamente sobre la agricultura, gran parte de la cual se destina al consumo familiar, por lo que resulta muy difícil extrapolar los datos a las estadísticas oficiales.
Las mujeres africanas trabajan de media más horas que los hombres a los largo de la jornada (la diferencia es de al menos una hora, aunque en Kenia un hombre trabaja una media de 4,3 horas en la agricultura, mientras que una mujer trabaja 6,2 horas – Fuente: Gender, Technology and Development – SAGE) y se encuentran entre las mujeres más activas del mundo (el porcentaje de mujeres activas entre los 15 y los 65 años es del 67%, comparable sólo al de la Europa Oriental y al de Asia Central). Las mujeres contribuyen al PIB africano con 1/3 del total (el trabajo doméstico e informal -en torno al 66%, según las estimaciones- no se incluye en las estadísticas oficiales). Las diferencias biológicas hombre-mujer influyen sólo en parte sobre la productividad en el trabajo: algunos estudios defienden que una mujer provista con los mismos instrumentos que un hombre (capital humano y tecnológico), aumentaría la producción un 22% (contra la de un hombre, que hoy es superior al 10%). En casi todos los países subsaharianos se comprueba una enorme desproporción entre la contribución de las mujeres a la economía y las ganancias que perciben (en Botsuana, su contribución es del 70%, mientras que sus salarios no superan el 15% - Fuente: Gender, Technology and Development – SAGE).
Distorsiones de la economía agrícola
Las diferencias culturales y sociales hombre–mujer han creado y crean distorsiones que ralentizan el crecimiento de las economías africanas. Algunos se verifican en el campo de los derechos de propiedad, y en particular en la posibilidad de heredar (a menudo denegada a las mujeres), en la falta de poder de control de las propiedades de las mujeres casadas o la pérdida de las propiedades de la mujer tras la muerte del marido o del padre.
Un porcentaje bajísimo de las mujeres africanas posee bienes (Fuentei: UN-INSTRAW). En Kenia, por ejemplo, las estadísticas muestran que las mujeres constituyen el 80% de la fuerza de trabajo, contribuyendo en un 60% a los ingresos familiares, pero poseyendo solamente el 5% de las tierras; por otro lado, los derechos de sucesión se anulan si la viuda se vuelve a casar. En Namibia, el 44% de las mujeres perdió todo su ganado como consecuencia de las sentencias emitidas en su contra después de la muerte del marido; el 28% consiguió mantener algunas cabezas de ganado; y el 41% perdió también sus instrumentos agrícolas. En lo que se refiere a la venta de productos, el hombre es quién decide en el 32% de los casos, mientras que la mujer lo hace sólo en el 12%.
Otras desigualdades se hace patentes en el ámbito de la economía familiar, donde las diferencias de género marcan también la diferencia entre la producción de subsistencia (mujeres) y la producción para el beneficio (hombres). Hombres y mujeres africanos desarrollan tareas diferentes dentro del sector agrícola: tradicionalmente, los hombres se dedican al arado y las mujeres a la recolección y a la transformación de los productos (moler grano, etc.). Además del trabajo en el campo, las mujeres tienen otras ocupaciones como cuidar de la casa y de los niños, recoger leña y agua o cocinar. Las mujeres controlan la agricultura de subsistencia, pero su actividad se considera exclusivamente doméstica, y no se incluye en las estadísticas oficiales. De hecho, raramente se considera su labor a la hora de decidir invertir o mejorar las tecnologías. Normalmente, las inversiones se destinan exclusivamente al desarrollo de las tecnologías que afectan a las actividades masculinas, vinculadas a la producción de beneficios. Por ello, las fases de la actividad agrícola que se encuentran más mecanizadas son las que están asociadas a la preparación de los campos, lo cual multiplica tanto la superficie que las mujeres tendrán que recolectar (a mano), como la cantidad de cereales a machacar y moler (siempre a mano). La falta de inversiones a nivel macroeconómico y a nivel familiar para apoyar el trabajo femenino, destinado al consumo interno y considerado poco relevante, puede llegar a ser perjudicial para la salud de mujeres y niños, a causa del aumento de las horas de trabajo fuera de casa. El acceso a los inputs y a las mejoras tecnológicas es limitado o nulo, aunque en algunas ocasiones se haya reducido (gracias a las políticas de escolarización, los niños que trabajaban en el campo o transportaban agua, ahora acuden a la escuela).
En realidad, muchos de los estudios que proponían inversiones en el sector de los transportes y de las infraestructuras, han comenzado a solicitar métodos de evaluación económica y de control del tiempo empleado por las mujeres a la hora de desarrollar ciertas tareas que podrían ser fácilmente eliminadas, por ejemplo, caminar 15 km al día para conseguir 20 litros de agua. En este sentido, el acceso al agua es un grave problema que afecta a todas aquellas actividades capaces de generar beneficios. Los principales problemas se derivan de la dificultad para calcular los costes de oportunidad del tiempo ahorrado (¿qué harían las mujeres en lugar de ir a por agua, cuál sería el salario mínimo aplicable?) y la voluntad de pagar por sus servicios (las mujeres africanas parecen mucho más dispuestas a pagar para moler a máquina los cereales, aunque esto conlleve tener que hacer una parte del camino a pie o un billete de autobús, más que tener un punto de suministro de agua cercano).
La tecnología parece difundirse rápidamente sólo cuando los intereses femeninos se alinean con los masculinos (un proyecto hídrico en Tanzania ha sido apoyado porque los hombres advertían que de otro modo no habrían recibido la comida a tiempo). Tampoco los bienes poseídos por el núcleo familiar son utilizados por la economía doméstica: donde hay un carro, es el hombre quien lo usa para el transporte de los productos, mientras las mujeres caminan de todas maneras para recoger leña y agua.
Otras tendencias en la difusión de la tecnología para la agricultura en África Subsahariana demuestran que las acciones que hasta ahora se han emprendido se han dirigido sobre todo a los niveles macroeconómicos y pocas veces a la mejora de la economía familiar; esto evidentemente ha influido en la elección del tipo de tecnología introducida (maquinarias destinadas a grupos o formaciones colectivas repartidas por funcionarios gubernamentales y dirigidas a los padres de familia) y con frecuencia se han desarrollado soluciones a nivel municipal, en las zonas rurales, gestionadas siempre sólo por hombres. Algunos casos demuestran que, incluso en las actividades asociadas a la economía tradicional (producción de cervezas locales, por ejemplo) y dependientes únicamente del trabajo de las mujeres, los hombres se introducen con frecuencia con el objetivo de, o bien boicotear al grupo o bien erigirse en líderes, tomando en un segundo momento el control financiero y decisorio.
Las distorsiones de la economía en la educación, acceso al trabajo y crédito
También en los sectores industriales y de servicios se observan distorsiones causadas por las diferencias de acceso a la educación y al trabajo. En estos países, muchas mujeres no estudian porque se casan todavía siendo niñas y el matrimonio es una carga incompatible con la continuación de los estudios (actualmente la relación entre mujeres/hombres alfabetizados en África Subsahariana es de 0.88-ONU, y el 60% de las mujeres entre 15 y 24 años saben leer y escribir-World Bank). Incluso en posesión del mismo título que un varón, la mujer saldrá siempre malparada frente a éste a la hora de ser elegida por un patrón. Esta tendencia anula gran parte del capital humano ya sea potencial o existente, ya que excluye a las mujeres preparadas, incluso cuando su cualificación es más alta que la del sexo contrario. La reducción del gap traería beneficios no sólo en el plano de las ganancias marginales de los individuos, sino también en el plano demográfico, es decir, en la reducción de la natalidad (muchos países subsaharianos están estancados en el vicioso círculo de la alta tasa de fertilidad, baja inversión por hijo, bajísima renta per capita).
En lo que se refiere a los créditos, se encuentran generalmente vinculados a alguna garantía (animales, carros, instrumento de trabajo), pero al estar las mujeres más limitadas a la hora de acceder a la propiedad, también con frecuencia son excluidas del acceso a dichos créditos (en Kenya, en los años 90, el 14% de los hombres y el 35 de las mujeres disfrutaban de un servicio de microfinanzas) y por lo tanto, éstos se constituyen en un obstáculo más a la hora de emprender pequeñas actividades empresariales. Una posibilidad reciente son los sistemas de “group lending” o crédito para grupos, donde la garantía es proporcionada por los socios y el acceso permitido, en algunos casos, también en ausencia de un pariente.
Conclusiones: ¿hacia un desarrollo del papel del genero?
Dos parecen ser las estrategias ligadas al crecimiento de la economía subsahariana con atención al papel del género. En primer lugar se impone la superación de la separación entre necesidades individuales y necesidades de mercado, que hoy absorben todas las exigencias legadas al crecimiento económico: es evidente que sin un desarrollo agrícola armónico, con atención a todos aquellos sujetos que contribuyen al PIB, es imposible un desarrollo macroeconómico. El proceso debe respetar el contexto cultural y social, pero también tener en cuenta el influjo negativo de algunos comportamientos en el crecimiento y en el bienestar general y limitar los efectos en el desgaste humano.
En segundo lugar, fomentar el acceso de las mujeres al empleo, siguiendo el ejemplo de los países de Asia Oriental, es decir, favoreciendo una industria manufacturera destinada a la exportación donde el empleo sea principalmente femenino, permitiría el crecimiento y el desplazamiento de parte de la mano de obra ineficiente a otros sectores más rentables Aunque sería conveniente completar esta estrategia con el desarrollo de nuevas tecnologías dirigidas a aumentar la eficiencia de la mano de obra agrícola.Fomentar la contratación de las mujeres tendría también importantes beneficios culturales, como el aumento del poder de decisión en el seno domestico, cosa que normalmente repercute favorablemente en la educación y en la salud de las mujeres y sus hijos.
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