El poder liberador del lavarropas


Extracto de una entrevista a Doris Lessing

Por Juana Libedinsky
De la Redacción de LA NACION - Londres, 2005




-¿El feminismo no liberó a la mujeres?

-No. Lo único que liberó a las mujeres fue la ciencia. Yo no creo que tu generación de chicas jóvenes tenga la menor idea de todo lo que el lavarropa hizo por ustedes. Y de cómo la aspiradora las salvó de la esclavitud del polvo. Lo más importante de todo fue la pastilla anticonceptiva, que por primera vez puso el destino de las mujeres en sus propias manos. Para mi generación, lo más sorprendente es cómo no entienden lo afortunadas que son, cómo no recuerdan que, hasta hace relativamente poco, cualquiera debía suponer que iba a estar continuamente embarazada hasta la menopausia. ¡Esta es una generación muy ignorante en términos históricos!

-Es sabido que distintos directores de cine se han acercado a usted recientemente con la intención de hacer un film sobre su vida, pero que usted se negó. ¿Por qué?

-Porque, ¿cómo puede hacerse algo así si la vida del escritor pasa por su cabeza?

-¿Qué le gusta ver en el cine?

-Me gustan los westerns. Puedo ver infinidad de veces La legión invencible (She wore a yellow ribbon), donde los duelos están muy bien. El bueno, el malo y el feo es un gran film y Había una vez en el oeste es una película terrible, pero a la vez brillante. Creo que los westerns son la gran contribución norteamericana a la cultura de la humanidad, aunque ellos no lo sientan así.

-¿Cómo fue su educación en Africa?

-Yo no tuve una educación formal. Dejé el colegio de monjas a los 14 años. ¿Escuchó hablar del término autodidacta? Bueno, se acuñó para mí. Como para tantas mujeres, claro. Virginia Woolf no tenía educación formal, leía en la biblioteca de su padre. Hasta hace poco las mujeres eran muy afortunadas si iban al colegio. Yo tuve suerte de tener una madre que encargaba por correo los libros más maravillosos de Inglaterra para que nos los enviasen a pleno monte en medio de Africa. Dickens y Stevenson y Scott hicieron toda la diferencia en mi vida. Después, empecé a tener mis propios libros. Pero como estaba leyendo todo el tiempo, no tenía tiempo de tener un favorito.

-¿Y cuándo empezó a escribir?

-Siempre escribí, desde muy chica. Publiqué mi primer trabajo a los siete años. No creo que en nuestra cultura sea infrecuente que los chicos escriban. Creo que lo único raro en mi caso es que aún hoy lo hago todos los días. Idealmente cada mañana, aunque siempre hay problemas que solucionar de la vida cotidiana y ya no tengo tanta energía como antes.

-¿De dónde saca la inspiración?

-En general no tengo inspiración. La historia de "Las abuelas", por ejemplo, me la contó alguien que pensó que yo estaría interesada, y así me sucede frecuentemente. Es que uno está escuchando historias todo el tiempo y el chimento siempre fue una gran fuente para los escritores. No los chimentos de los famosos, al estilo de la revista Hola, porque allí los que publican son demasiado comunes, uno no leería de tal y cual actriz que se acuesta con el hijo de su amiga que a la vez se acuesta con su hijo, como en mi cuento. Pero sí uso chismes del tipo de los que circulan entre amigos. Y los diarios, claro, siempre son una fuente importante.

-En este momento está trabajando en el prefacio a una nueva edición de El amante de Lady Chatterly. ¿Qué novedades nos va a dar sobre el clásico?

-Que D. H. Lawrence obviamente no entendía nada sobre el sexo. Sus párrafos al respecto son como los sueños de un niño, en realidad. Los de tu generación no se dan cuenta de lo ignorante que la gente era respecto al sexo hasta hace muy poco. Existían manuales del estilo de "Cómo ser feliz en el matrimonio", pero aun en ellos el clítoris es rara vez mencionado. D. H. Lawrence odiaba el clítoris como si fuera su enemigo personal y la idea de que el sexo pudiese ser espontáneo, inspirador y un acto divino le parecía repugnante. Por eso El amante de Lady Chatterly es una historia tristísima. Pero, claro, su mujer lo estaba engañando con un italiano y él se estaba muriendo de tuberculosis. Sólo se puede entender la novela si se conocen estos datos de los últimos años de su vida y muchos críticos no les han prestado la debida atención.

-¿Qué tiene que ver la enfermedad?

-Es una enfermedad muy cruel. La tuberculosis excita las fantasías del hombre y lo pone extremadamente sensual, pero impotente. Es increíble cuánto más se entiende Lady Chatterly sabiendo eso. Me sorprende también que hasta ahora los críticos tampoco hayan notado cuánto de la Primera Guerra hay en la novela, todos los personajes de alguna manera son sus víctimas, empezando por el marido que quedó inválido y no puede satisfacer a su mujer. Cuando leí la novela por primera vez, de jovencita, reconozco que me gustó, pero Lawrence tiene esa capacidad única de hechizarte con el relato más allá de sus fallas. Personalmente considero que Hijos y amantes es su obra maestra, Mujeres apasionadas no me convence pero sus cuentos cortos son fantásticos y es el mejor escritor de viajes que existió.

-Hablando de viajes, ¿le gustaría volver a la tierra de su infancia?

-Rhodesia ahora es Zimbabwe, ¿cuál sería el sentido de ese regreso? ¡Todo el país se fue por la cloaca! Ya casi no me quedan amigos vivos ahí y mis hijas se mudaron a Sudáfrica. Además, en Zimbabwe ya no encontraría el cielo de noches estrelladas que tanto extraño de mi niñez, lo tapó la polución. En Inglaterra tampoco es posible conseguirlo, pero recuerdo que cuando viajé a la Argentina hace años, en las provincias del Norte, lo encontré igualito. También me gustó ir al hipódromo en Buenos Aires y ver a toda esa gente rica que tuvo niñeras inglesas, ¿se puede creer? Tengo amigos allí y me gustaría volver. Eso y aprender a usar la computadora de una vez por todas (ya casi no consigo tinta para mi máquina de escribir) deberían estar entre mis objetivos para el 2005.