Temen que se abuse del uso de sustancias que, por ejemplo, supriman el sentimiento de culpa de los soldados o les borre selectivamente la memoria mediante las drogas.
Por Gonzalo Vega Sfrasani
En un futuro no lejano, los militares que partan a la guerra, más que con armas irán cargados de medicamentos o sustancias biológicas que incrementarán su agresividad, su resistencia al miedo, al dolor y a la fatiga, o que, por ejemplo, podrían propagar graves enfermedades en el enemigo.
Esa es la teoría de algunos expertos que constatan el avance de la medicina que puede ser usada para mejorar la capacidad de combate de las tropas o aumentar el poder de destrucción sobre el adversario.
Durante la primera fase de la guerra en Irak, por ejemplo, efectivos norteamericanos fueron inyectados con un componente químico que les permitía operar en estado de alerta permanente, sin necesidad de dormir durante semanas.
Sin recuerdos
El próximo objetivo de la farmacología militar apunta a la eliminación de los recuerdos, asegura Steve Wright, profesor de la Escuela de Ética Global Aplicada, de la Universidad Metropolitana de Leeds (Gran Bretaña). Según Wright, "ya no es ciencia ficción pensar en tener en el campo de batalla personal militar al que se le ha suprimido el sentimiento de culpa mediante las drogas, y al que se ha protegido del estrés postraumático mediante un borrado selectivo de memoria".
Se estima que en una guerra regresan mentalmente traumatizados cinco veces más soldados que los que resultan heridos físicamente.
Para aumentar la capacidad de destrucción o aniquilamiento del enemigo, según un estudio del Centro de Investigación del Desarme de la Universidad de Bradford, varios laboratorios militares están experimentando con el uso de afrodisíacos y otras sustancias que causarían actitudes homosexuales en poblaciones gobernadas por grupos fundamentalistas religiosos que sancionan severamente la promiscuidad sexual.
También hay reportes de trabajos realizados con sustancias capaces de causar infertilidad y cáncer, lo que equivaldría a desencadenar un genocidio.
A mediados de 2005, dos académicos chinos, Guo Ji We y Xue Sen Yan, fueron más allá y revelaron la posibilidad de diseñar drogas como armas de destrucción étnica. Aseguraron estar trabajando en la creación de "un agente químico que, sobre la base de información genética de grupos étnicos o de individuos, nos permitirá atacar a enemigos clave sin hacerle daño al resto de la gente".
Estas armas en forma de gas pueden ser propagadas a través de dardos; de microbalas que al penetrar la piel liberen sustancias que, por ejemplo, ataquen la capacidad para aprender, memorizar o mantener el equilibrio, o de pequeños granos que liberan el agente químico cuando se los pisa.
"Ellas representan la nueva categoría de armas químicas antiterroristas, para ser usadas en situaciones donde los terroristas están mezclados con no terroristas, y donde los terroristas no están equipados con la protección necesaria", señala a "El Mercurio" Julian Robinson, del Centro de Investigación de Políticas de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Sussex.
Asalto al Dubrovka
El toque de alarma lo desató el rescate de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú, en 2002.
En esa oportunidad, las fuerzas de seguridad rusas desparramaron por el sistema de ventilación un derivado de la droga fentanyl (una sustancia más poderosa que la morfina) con la intención de incapacitar a 50 terroristas chechenos que mantenían secuestradas a 800 personas. Pero el operativo no sólo costó la vida de todos los captores, sino que también la de 130 rehenes.
El rápido avance de las armas farmacológicas llevó recientemente a la Asociación Médica Británica (BMA) a urgir a sus miembros y a sus colegas del resto del mundo a "no cooperar ni participar" en lo que califica como una peligrosa "militarización" de la medicina, afirmando que opera en la frontera de lo que es legal.
Malcom Dando, profesor de Seguridad Internacional de la Universidad de Bradford, afirma a "El Mercurio" que "durante la Guerra Fría no se conocía tanto sobre el sistema nervioso como para que la búsqueda de nuevos agentes químicos no letales tuviera éxito. Lo preocupante ahora es que nuestro conocimiento ha crecido enormemente y podría ser posible encontrar esos agentes".
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